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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 485 - 2 de Octubre de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

¡Qué importante es el estímulo!

 

Cierto día, la mamá de Felipe, un niño de diez años, conversaba con una profesora reclamándole las notas bajas que su hijo había traído en su libreta de notas. Nerviosa, desahogaba su insatisfacción con la profesora. Le hablaba sobre la falta de cuidados en la educación de los niños, alegando que su hijo no estaba recibiendo la atención adecuada.

La profesora D. Yolanda, con paciencia, le explicaba que el aprendizaje depende de cada alumno, de la manera cómo recibe las enseñanzas y de la buena voluntad que demuestre para aprender.

La mamá, descontenta, no estaba de acuerdo con esa teoría.

Caminando por el corredor, pasaron por la biblioteca donde tres alumnos hacían sus tareas después de clases. Para dar un ejemplo, la profesora le preguntó al primero:

- ¿Qué estás haciendo?

El niño, irritado, respondió:
 

- Estoy castigado, haciendo esta tarea aburrida que tenía que haber entregado ayer. ¡Ahora no puedo ni salir a jugar!

- ¿Y tú? – preguntó al segundo.

- ¡Hago la tarea porque no quiero tener cero! Después voy a jugar pelota con mis amigos – respondió agobiado.

- ¿Y tú? – preguntó al tercer niño.

El muchacho, sonriente, respondió de buena manera:

- ¡Ah! ¡Estoy haciendo estos ejercicios porque quiero aprender! La profesora terminó de explicar este tema y estoy reforzándolo para no olvidar lo que aprendí en clase.

Volviéndose hacia la mamá, que observaba la escena callada, la profesora concluyó:

- ¿Se dio cuenta? El contenido es el mismo, pero la reacción y la motivación de los tres alumnos es completamente diferente.

La mamá se disculpó, cabizbaja, reconociendo que la profesora tenía razón.

- En el fondo, sé que a mi hijo no le gusta estudiar y que la falta de rendimiento es su culpa. Pero somos pobres y me preocupo por su futuro, porque veo que él no se interesa en aprender. ¿Qué puedo hacer?

La profesora D. Yolanda pensó un poco y consideró:

- Averigüe qué le gusta, qué le hace feliz.

En el camino a casa la mamá pensó bastante, y al final se dio cuenta. Hace tiempo Felipe quería una computadora y ella no le había prestado atención, creyendo que era dinero mal gastado.

Ese mismo día conversó con su marido y decidieron complacer el deseo de su hijo. Tendrían que hacer un gran esfuerzo y trabajar aún más para pagar la computadora, pero tal vez valdría la pena.

Antes de acostarse, el papá llamó a Felipe y le dijo:

- Hijo mío, sabemos que quieres una computadora, pero no has hecho nada para merecerlo. Mejora tu rendimiento en la escuela y podremos pensar en el asunto.

Más animado con esa promesa, al día siguiente Guillermo se levantó muy dispuesto y decidido a esforzarse. En la escuela su comportamiento fue diferente, intentando poner más atención en las clases. En casa, hacía sus tareas escolares y después estudiaba el curso.

Con el pasar de los días, empezó a gustarle el estudio y tomó afición por los libros.

Resultado: cuando trajo la libreta de notas, orgulloso, las calificaciones eran mucho mejores y los papás se pusieron muy felices.

Al día siguiente, cuando Guillermo volvió de la escuela - ¡sorpresa! – ¡encontró una computadora ya instalada y con todos los equipos!

Con los ojos abiertos por el asombro, se volvió hacia sus padres que lo observaban desde la puerta:

- ¡Es tuyo, hijo mío! – confirmó el papá.

Felipe los abrazó con lágrimas en los ojos:

- ¡Gracias, papá! ¡Era lo que más quería!

Sin embargo, con duda, miró a sus papás:

- Les agradezco el regalo. Pero sé cuánto tiene que haber costado. Miren, en verdad, ya consiguieron su objetivo. Ahora, de verdad, he aprendido el gusto por el estudio. ¡Ya no era necesario que me den una computadora!

- Te lo has ganado, hijo mío. Es tuyo.

Felipe, más tranquilo, reflexionó:

- Bien, si es así, ahora necesito hacer cursos para aprender a usar la computadora. Después, voy a poder ganar dinero con ella y devolverles un poco de lo mucho que ustedes me han dado todo este tiempo.

Los padres, emocionados, consideraron que el valor del regalo era pequeño ante la felicidad que veían en su hijo.

Regresando a la escuela para agradecer a D. Yolanda por su ayuda, la mamá, que antes solo recibía quejas, satisfecha escuchó a la profesora:

- ¡Felicitaciones! Su hijo ha cambiado mucho. ¡Parece un milagro! ¿Cómo lo consiguió?

La mamá sonrió y le dijo:

- Muy sencillo. Con cariño, atención y estímulo. ¡Y una computadora, naturalmente!

Tia Célia

                                                   
 



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