De todos los chicos del
vecindario, Juqinha era
el más travieso. Lleno
de energía, él siempre
estaba inventando algo
que hacer.
Cuando no estaba en el
tejado de su casa
corriendo el riesgo de
caerse, estaba sobre el
muro del vecino. Otras
veces, a escondidas,
recogía frutos del
huerto del señor José.
Le gustaba, también,
maltratar a los
animales; se subía en
los árboles y arrancaba
los nidos de las pobres
aves indefensas, por el
simple placer de
destruirlos.
Los chicos de la calle
le temían. Muchos no
jugaban con él para
evitar problemas.
 |
La mamá de Juquinha le
daba siempre buenos
consejos, pero él se
reía y la dejaba, sin
prestar atención a sus
súplicas.
Doña Juana intentaba
hacer que Juquinha se
interesara en cambiar su
comportamiento,
explicándole que no
debía actuar de esa
manera, perjudicando a
otras personas.
El día del Evangelio en
el Hogar, doña Juana
trataba atraerlo a la
sencilla reunión,
consciente de que las
oraciones y las lecturas
edificantes podrían
ayudar poderosamente en
el cambio de actitud de
su hijo.
¡Pero nada!
|
Juquinha hablaba de
obligaciones urgentes y
huía de la convivencia
cariñosa de la familia.
Triste, doña Juana
elevaba el pensamiento
en oración y, con el
corazón lleno de amor,
suplicaba la ayuda de
Jesús. No deseaba que su
hijo siguiera en el mal
y temía, con justa
razón, que con el pasar
del tiempo él se
volviera aún peor.
Sabía que si no lograba
inculcar en él ideas más
sanas de amor, respeto,
trabajo, dedicación,
compasión, etc. mientras
todavía era niño,
después sería mucho más
difícil.
Y, atendiendo a las
súplicas de su generoso
corazón, la respuesta de
lo Alto no se hizo
esperar.
Un día, cuando huía del
propietario de una
chacra donde había ido a
robar fruta, se cayó del
muro rompiéndose un
hueso de la pierna.
En
consecuencia, Juquinha,
que nunca estaba en casa
y siempre inventaba
alguna treta, fue
obligado a quedarse
preso a una silla, sin
poder caminar por
cuarenta días seguidos,
escuchando las
oraciones, participando
en las lecciones del
Evangelio en el Hogar,
escuchando los consejos
que su mamá le daba con
inmenso cariño.
Y cuando Juquinha se
quejaba de la
inactividad forzada,
doña Juana le respondía
con una sonrisa:
- Ten paciencia, hijo
mío. Este fue el remedio
que Dios encontró para
que tú pudieras cambiar
tus actitudes, dándole
un nuevo rumbo a tu
vida. |
 |
Y, con una sonrisa
aliviada, agregaba
satisfecha:
- ¡Pudo ser peor!...
TIA CÉLIA
|