En las huellas
del Cristo
Altamirando
Carneiro, autor
de la materia de
esta edición,
habla sobre el
medio donde
Jesús vivió.
Teniendo eso en
mente, tenemos
la siguiente
reflexión sobre
lo que
significa, en
verdad, seguir
Jesús.
“La regla y la
vida de estos
hermanos es
esta: vivir en
obediencia, en
castidad y sin
nada de propio y
seguir la
doctrina y los
vestigios de
Nuestro Señor
Jesucristo, que
dijo: Si
quieres ser
perfecto, va y
vende todo lo
que tienes y da
a los pobres y
tendrás un
tesoro en el
cielo; y ven,
sígueme. Y: Si
alguien quiere
venir después de
mí, abniegue a
sí mismo y
cargue su cruz y
sígame.” (Fraile
Francisco de
Asís, Regla no
bulada)
Felices los de
espíritu de
pobre. Francisco
de Asís exalta
la pobreza no
por ella en sí,
como virtud,
pero simplemente
porque Jesús fue
pobre. Debemos
seguir los
vestigios del
Cristo. Luego
debemos vivir en
pobreza, si
queremos imitar
su ejemplo.
Francisco tenía
amigos
acomodados.
Nunca exigió de
ellos que
deshiciesen de
sus bienes. La
renuncia de los
bienes era
privilegio de
aquellos que
decidieron
seguir Jesús en
acto extremo.
También creía
lícito, y hasta
virtuoso, pedir
limosnas, pero
siempre ordenaba
a aquellos que
sabían trabajar,
y que el trabajo
fuese digno, que
trabajasen para
sí y para los
hermanos, con la
restricción de
jamás recibir
salario en
dinero. El
salario era una
túnica, un
zapato,
alimentos y
hasta libros,
desde que el
destinatario
supiese leer.
Francisco
permitía que los
hermanos
poseyesen
breviarios, una
novedad en la
época.
“Pobreza,
fundamentalmente,
no está
solamente en no
tener cosas,
porque el hombre
siempre tiene:
su cuerpo, su
inteligencia, su
ropa, su
estar-en-el-mundo.
Pobreza es una
manera de ser
por el cual el
hombre deja que
las cosas sean;
renuncia a
dominarlas y a
someterlas a ser
objeto de la
voluntad de
poder humano.
Abdica de estar
sobre ellas para
colocarse junto
a ellas. Eso
exige una
ascesis inmensa
de despojamiento
del instinto de
pose, de dominio
sobre las cosas
y de la
satisfacción de
los deseos
humanos.”
(Leonardo Boff,
San Francisco de
Asís: ternura y
vigor)
Pero la Hermana
Pobreza estaba
en el centro de
las actividades.
Toda la doctrina
de Jesús, según
Francisco,
estaba basada en
las virtudes de
la pobreza, de
la humildad, de
la devoción y de
la caridad.
Destacamos la
doctrina
franciscana
porque es,
históricamente,
la más bien
documentada y la
más expresiva
vivencia
cristiana
después del
cristianismo
primitivo. Sus
seguidores
reformaron la
iglesia y
restauraron la
vida cristiana
en el imaginario
del pueblo.
Infelizmente, en
pocas décadas
después de la
muerte de
Francisco, el
Orden de los
Frailes Menores
fue absorbido
por el
sacerdocio
organizado y por
las escuelas,
degenerando en
servir al Santo
Oficio al lado
de los
dominicanos.
“La experiencia
del corazón lo
hace conocer [a
Dios] mejor de
que las
consideraciones
de la razón
(…).”
(Fraile
Buenaventura,
Itinerario de la
mente a Dios)
Ese pensamiento
encierra tan
bien la postura
franciscana ante
la ascesis, el
conocimiento, la
razón y la
devoción.
Francisco no
veía con buenos
ojos las
actividades de
las escuelas;
les faltaba
humildad. Paulo
le había
enseñado que “el
conocimiento
envanece, y la
caridad edifica”
(1ª Corintios
8:1). En
pocos años, no
obstante, los
franciscanos se
tornaron un
orden de
personas
bastante cultas,
como los
dominicanos, que
también eran
“mendicantes”,
listos para
combatir las
herejías.
Pero eso es otra
historia. Sin
embargo, las
huellas del
Cristo fueron
nuevamente
ignoradas, y la
ciencia abaló
las estructuras
religiosas,
destruyéndolas
en muchos
puntos. Pero,
así como la
reconstrucción
de Francisco fue
olvidada, aunque
tenga
permanecido en
el imaginario
popular, esa
nueva vivencia
del Cristianismo
Redivivo tiene
sufrido injuria
de los
conocimientos
complejos y
sofisticados de
los nuevos
escolásticos,
perdiendo, así,
con excepciones,
la simplicidad
primitiva.
Será una lástima
si al
Cristianismo
Redivivo – el
Espiritismo –
ocurrir algo
semejante a lo
que ocurrió con
la Iglesia
primitiva, hecho
que Wallace Leal
V. Rodrigues tan
bien describió
en su libro
La esquina de
piedra,
publicado en
1975 por la Casa
Editora El
Clarín.
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