“El Espiritismo
nos lleva a
aprender a vivir
las dimensiones
Humanas con
equilibrio y
seguridad, sin
conflictos
Com la
conciencia de
nuestra
naturaleza
espiritual.”
-
Adenáuer Novaes1
La vivencia
lúcida del
Espiritismo nos
induce a
desembocar en el
delta del
autoconocimiento,
que, por su
parte, enseña la
acción que
fomenta nuestra
evolución, como
si fuera una
reacción en
cadena...
Para que podamos
demostrar, y más
bien comprender
ésta cuestión,
compulsemos las
páginas finales
del libro
“Psicología y
Espiritualidad”,
donde el
compañero
Adenáuer Novaes
desarrolla el
tema con mucha
propiedad:
(...) El ser
humano debe cada
vez más hacer
holístico su
conocimiento
sobre la vida,
es decir, buscar
ampliar su
visión sobre el
mundo,
acumulando el
saber ya
alcanzado. Cada
día debe
percibir cada
vez más cómo las
leyes
espirituales se
procesan, con el
objetivo de
vivir bien en
sociedad...
El gran objetivo
de la evolución
es ascender
espiritualmente
y eso se da por
las
adquisiciones de
los paradigmas
de las Leyes de
Dios y de la
capacidad de
distinguir
emociones en sí
mismo, cuando
estas ocurren.
Ese conocimiento
implica en saber
y en vivir, en
conocer y
prácticar las
Leyes de Dios, a
través del amor
a la vida. Se
conocen las
leyes por la
convivencia y
participación
social, pero
conocer no es
saber, tanto
como gustarle a
alguien no es
amar. Es preciso
aprender a usar
las Leyes de
Dios, como
también a
distinguir
sentimientos.
El impacto de
una nueva
encarnación, el
contacto con el
mismo o un nuevo
grupo familiar,
la constitución
de nuevas
relaciones, la
reconstrucción
de una nueva
identidad
social, las
transformaciones
sociales, las
presiones
internas de las
memorias de
vidas pasadas,
los desafíos de
las pruebas y
expiaciones, así
como la
necesidad de
progresar,
llevan al
Espíritu a tomar
actitudes y a
comportamientos
cada vez más
complejos,
estableciéndose,
en su resumen,
lo que llamamos
como
personalidad
integral. Ella
es el conjunto
constituido de
su esencia
individual y de
las reacciones a
esas
motivaciones.
Por una de ellas
sólo no se puede
reconocer el
nivel de
evolución en que
se encuentra el
Espíritu.
El Espiritismo
nos permite
conocer las
Leyes de Dios
Un
comportamiento
no es suficiente
para revelar una
personalidad.
Cada encarnación
él va
aprendiendo algo
más acerca de
las leyes de
Dios, siéndole
siempre una
sorpresa volver
al cuerpo
físico, y su
pasado
reencarnatorio,
entonces
inconsciente,
será como un
propulsor
latente,
recordándole a
todo momento su
potencial ya
acumulado.
Vivirá movido
por él, por los
estímulos
externos, por el
progreso
inevitable y por
su voluntad
interna. Las
pruebas y
expiaciones
porque tenga que
pase estarán
presentes a
dinamizar su
vida, no
permitiéndole
traspasar una
frontera sin el
debido saber.
(...) Cuando
afirmamos que el
Espiritismo nos
permite conocer
las Leyes de
Dios, es preciso
que entendamos
que ley es un
proceso por el
cual lo que es
desconocido se
realiza, es
decir, todo lo
que ocurre se da
dentro de los
límites de leyes.
Las leyes de
Dios, o leyes
espirituales,
dan sentido a la
vida. Leyes son
procesos de
creación y de
materialización
de la propia
vida. Podemos
decir que las
Leyes de Dios,
lejos de ser
sólo morales,
son leyes
generales o
espirituales, en
un sentido más
amplio, en las
cuales la vida
ocurre.
(...) El
Espiritismo no
es una camisa de
fuerza para el
comportamiento
humano. Por ser
un saber que
libera, debe
llevar a la
felicidad y no
al destierro.
Las
prohibiciones no
pertenecen a sus
principios, sin
embargo, asumir
conscientemente
responsabilidades
por los propios
actos representa
norma de
conducta
espírita. El ser
humano, en su
camino
evolutivo, debe
tener derecho a
elecciones,
debiendo buscar
aquello que le
conviene en
consonancia con
su momento de
vida. Las
directrices
básicas pueden
ser encontradas
en el Evangelio
de Cristo.
(...) Conocerse
es un proceso
que tiene el
límite de la
capacidad de la
conciencia en
retener el
contenido a ser
conocido. La
conciencia es
limitada, pues
excluye, divide,
discrimina,
concentra y
focaliza...
Nuestra vida
consciente no es
capaz de
percibir todo
acerca del
Espíritu.
¿Si el
Espiritismo vale
para más allá,
valdrá también
para este lado
de aquí?
Llegará el
momento, en que
la conciencia
que ya se
expandió al
límite de su
capacidad,
necesitará
transcender y
buscar cambios y
transformaciones
fundamentales
para el propio
desarrollo
psíquico. Aún no
conocemos el
funcionamiento
psíquico lo
suficiente para
entender los
procesos cuando
el Espíritu está
liberado del
cuerpo y en
niveles
evolutivos
superiores, sin
embargo, es
preciso entender
que por juzgar a
partir del
paradigma
encarnado, sin
similaridad para
la necesaria
comprensión
real, no
conseguimos
penetrar en su
totalidad.
Nuestras
elecciones en la
vida son también,
y
principalmente,
consecuencia de
la visión de
mundo que
tenemos.
Mientras más
ampliamos
nuestra
percepción de la
realidad, más
opciones de
aprendizaje
vislumbramos. El
desconocimiento
de la
personalidad
integral, del
Espíritu en su
totalidad,
acarrea
dificultades en
el proceso
evolutivo,
creando barreras,
provocando el
prolongamento de
situaciones y, a
veces
dolorosas...
(...) Aunque el
Espiritismo sea
una doctrina
eminentemente
consoladora de
alcance moral,
le cabe también
el carácter de
completar la
felicidad del
ser humano, no
sólo en la vida
futura, como
Espíritu
desencarnado,
sino también aún
encarnado.
Hablar de
felicidad en la
Tierra no
excluye la
conciencia de su
relatividad y de
la pequeñez de
la vida material
en relación a la
espiritual.
Pero, si el
Espiritismo vale
para el más allá
debe valer
también para el
de este lado.
Vivir el
Espiritismo no
se trata sólo de
exercitar
prácticas
doctrinarias,
aunque puedan
ellas ser
imprescindibles.
Ese ejercicio
sirve como
profilaxis y
como aprendizaje,
sin embargo es
necesario
incorporar
Verdades eternas
que deben ser
utilizadas en la
convivencia
social, en los
diversos papeles
de la vida.
No siempre es
clara al
Espírita la
percepción de su
verdadero camino.
Muchas veces él
confunde el suyo
con el de
misioneros,
espíritus de
alto nivel, que
trillan su
propio destino,
viviendo un
proceso personal
que no debe ser
imitado. Imitar
el camino del
otro es
distanciarse del
suyo propio.
Somos embriones
del amor de Dios...
Ciertamente que
el Espiritismo
conseguirá
llevar al ser
humano al estado
de felicidad que
él anhela, no
sólo después de
la muerte, sino
aún cuando está
encarnado, por
intermédio de
las
transformaciones
liberadoras que
enseña. Ese tal
vez sea el gran
trunfo para una
doctrina que se
propone la
regeneración de
la humanidad.
El Espiritismo
nos enseña a
cultivar la
semilla del Bien
en nosotros
mismos y en
nuestro prójimo,
no sólo como
norma de
conducta
religiosa, sino
como princípio
de vida. La
vida nos
presenta
procesos que
pueden
fortalecer ese
principio
interno. Nos
enseña a donar
energía a la
vida; a donar
con desapego las
cosas: un
objeto, una
palabra o una
oración; a ser
siempre
agradecidos,
primero a las
personas y
después a la
propia vida. De
esa forma
crecemos y
hacemos que los
otros crezcan.
Nos muestra que
ser agradecido
no implica sólo
en el gesto de
manifestar
retribución,
sino ser gratos
también sin que
el outro lo sepa.
Nos lleva al
descubrimientos
de la
importancia de
la empatia y de
la amorosidad
para con las
personas.
Somos embriones
del amor de Dios,
creados para
desarrollar
nuestras
potencialidades
y para,
conociendo Sus
Leyes,
ampliarlas y
construir un
mundo mejor. El
Espiritismo
vivido
posibilita que,
un día,
alcancemos eso.
Él nos enseja el
conocimiento y
el
descubrimiento
de la naturaleza
esencial,
singular, única
e indescifrable
del Espíritu.
Con él
comenzamos a
penetrar en los
intricados
mecanismos de la
“psique” humana
y de la esencia
divina que se
constituye el
Espíritu. Él
abre camino para
las ciencias del
alma y para
descifrar los
códigos que
estructuran la
vida; él permite
que nuestra
mente se libere
de la cascara
del cuerpo
físico, haciendo
aparecer el
fruto
espiritual,
librándonos de
los prejuicios y
miedos que
retrasan nuestra
marcha
ascensional.
El Espiritismo
es una especie
de telescópio
con la cual se
puede observar
más allá de las
nubes del cuerpo,
la vida
verdadera y
exuberante del
Espíritu. Él nos
posibilita que
alcancemos la
condición de
seres
evolucionados y
preparados para
nuestro futuro y
eleva al ser
humano de la
categoría de
simple animal
dotado de razón
para la
condición de
Espíritu, señor
de las
emociones.
El Espiritismo
permite que nos
conozcamos como
Espíritus
Inmortales
El ser humano
evolucionado es
aquel que
descubrió su
singularidade y
trabaja en favor
de los objetivos
de Dios.
(...) Bien
comprendido, el
Espiritismo nos
permite salir de
la fantasia de
que la
transformación
personal es
mágica o deberá
ser
proporcionada
instantáneamente
por una Entidad
espiritual. Nos
retira de la
condición de
niños inmaduros
para adultos
conscientes de
nuestras
responsabilidades
para con
nosotros y para
con el mundo. Él
nos enseña a no
hacernos simples
seguidores de
líderes
carismáticos y
alienados del
proceso personal
de crecimiento
espiritual. No
se apoya en
personas,
ídolos, o en
ideas cuya
autoridad no se
confirma por la
Universalidad.
Es una doctrina
dinámica que se
permite releer
cada época de la
humanidad [sin
prejuicio de su
estructura
doctrinaria,
cuyos puntos
básicos están
monoliticamente
firmados en el
Pentateuco
Kardecista].
Nos enseña a
humanizarnos
antes o al
tiempo que
buscamos
espiritualizarnos,
para que no
vengamos a dar
pasos tan largos
que nuestras
piernas no
puedan alcanzar;
nos coloca en
condiciones de
poder
identificar
nuestros errores
con seriedad y
responsabilidad
y a transcender
la dialéctica
maniqueísta bien/mal,
alcanzando la
conciencia de
las propias
acciones con
equilibrio,
asumiendo las
consecuencias
naturales de
ella derivadas.
Auxilia a
eliminar las
culpas
concienciándonos
del valor
personal de
crecer con el
propio pasado
sin prendernos a
sus amarras, sin
embargo
asumiendo los
equívocos
cometidos”.
Finalmente, el
Espiritismo
permite que nos
conozcamos –
holisticamente –
como Espíritus
Inmortales que
somos y revela
la Verdad cuyo
conocimiento nos
libera de la
celda estanque
de la ignorancia
y del egoísmo,
donde vivimos
por siglos
incontables, y
según Emmanuel,
allá
continuaríamos
viviendo si la
misericórdia
divina no nos
hubiese enviado
a Jesús y Kardec
para
rescatarnos.
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