El juguete roto
Cierto día, jugando con
un amigo, Cayo rompió
sin querer el carrito
nuevo de su compañero,
que se enojó mucho con
él. Pero Cayo,
avergonzado por haber
roto el carrito nuevo de
Olavo, casi llorando, le
explicó:
- ¡No fue mi culpa,
Olavo! ¡Yo lo cogí y la
pieza se salió! Te pido
disculpas, pero no tuve
la intención de romper
tu juguete nuevo.
¡No sé qué pasó!...
Pero Olavo estaba tan
nervioso com Cayo que
gritó llorando:
|
- ¡Vete! No quiero verte
más en mi casa. ¡Nunca
más!... Y tendrás que
pagarme por el juguete
roto, ¿escuchaste? Voy a
hablar con tu papá y le
voy a contar que
rompiste por gusto mi
carrito nuevo.
Cayo trató aún más de
disculparse, pero el
otro no quiso
escucharlo. Abrió la
puerta y Cayo se fue muy
triste. Al llegar a
casa, la mamá vio a su
hijo pasar junto a ella
llorando e ir a
|
su
cuarto,
donde se
echó en
la cama,
desesperado. |
Al verlo así, ella le
preguntó:
- ¡¿Qué te pasó, hijo
mío?!...
¿Te caíste?
¿Estás herido? ¿Dónde te
duele?
Cayo
negó con la cabeza
mostrándole que no era
nada de eso, y explicó:
- ¡Es Olavo, mamá! Yo
estaba jugando con su
carrito nuevo y se le
salió una pieza. ¡Ahora
él piensa que rompí su
carrito a propósito y me
botó diciendo que voy a
tener que darle otro
juguete igual!...
Triste, la mamá abrazó a
su hijo al ver cuánto
estaba sufriendo, y
dijo:
- No te preocupes, Cayo.
Hablaré con tu padre y
él va a comprar otro
carrito igual para
Olavo.
- ¡Pero papá vive
ajustado, mamá, nunca
tiene dinero! – dijo
Cayo, volviendo a
llorar.
La mamá lo calmó con un
cariñoso abrazo y le
explicó que el papá
realmente no tenía nada,
pero que podría
conseguir algo de dinero
en la fábrica, como
parte del salario que
recibiría al final del
mes.
- Pero ese dinero nos
hará falta para nuestros
gastos de la casa, mamá.
- Tranquilo, Cayo, tu
padre sabe lo que hace.
Ahora, levántate, que el
almuerzo está listo y tu
papá debe estar por
llegar.
Madre e hijo fueron a la
cocina. La mamá conversó
con el papá y le contó
lo que había pasado,
pidiéndole que comprara
otro carrito igual para
Olavo. El papá respiró
profundo, pensando en
las cuentas que debería
pagar, pero estuvo de
acuerdo:
- Está bien, Cayo. Papá
va a comprar otro carro
para Olavo. Necesito que
me expliques cómo es el
juguete, el color y el
modelo.
Cayo explicó al papá que
era el modelo más
reciente que había
llegado a las tiendas, y
el padre, después del
almuerzo, regresó a la
fábrica y solicitó un
adelantado de su
salario, en vista del
importante gasto que
tendría que hacer.
Luego, con el dinero en
mano, se fue a la
tienda.
Un vendedor vino a
recibirlo en la puerta y
el padre explicó lo que
quería.
- Por favor, señor,
venga al mostrador, que
voy a traer el juguete
que pidió.
El vendedor regresó con
la caja del juguete, la
abrió y el padre vio un
lindo carro, que sólo se
le debían frotar las
ruedas para que éste se
moviera a toda
velocidad.
- ¡Que belleza! -
murmuró el papá, que
respiró profundo,
preguntando el precio.
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El vendedor le dijo el
valor, y el papá abrió
los ojos, preocupado.
Bajó la cabeza casi
llorando. El joven se
dio cuenta de su
preocupación y sugirió:
- Señor, si es muy caro,
tenemos otros juguetes
más baratos.
Voy a traerlos.
- ¡No! Tiene que ser
este mismo. Mi hijo
espera que yo le lleve
este último modelo.
Y, al ver la expresión
del vendedor, el papá le
contó lo que había
sucedido, que su hijo
había roto el carrito de
un amigo y el otro le
exigía que le comprara
uno nuevo.
Entonces el vendedor
respiró profundo y
sonrió, calmando el
padre de Cayo:
- ¡Señor! Este modelo
viene con un defecto de
fábrica. ¡Por lo tanto,
en caso de cualquier
problema, la tienda
deberá darle un juguete
nuevo!
- ¡¿Estás seguro?!...
- ¡Por supuesto, señor!
Voy a explicar al dueño
de la tienda lo que pasó
y verá que no hay ningún
problema.
Pronto, se acercó al
dueño de la tienda y,
conociendo el problema
que había sucedido y el
nombre del comprador,
ordenó que envolvieran
como regalo un nuevo
juguete, junto con las
disculpas del
fabricante.
El padre de Cayo regresó
a su casa con el
paquete, muy sonriente.
Al llegar, entregó el
paquete al hijo, que
estaba sonriendo y
llorando al mismo
tiempo, aliviado.
Luego fueron a llevar el
paquete al vecino. El
papá de Olavo, quien los
recibió con alegría,
hizo que entraran y se
sentaran en la sala.
Llamó a su hijo, y Olavo
entró en la sala. Al ver
a Cayo con su padre, y
un lindo paquete de
regalo en la mano,
sonrió feliz.
- ¿Pero a qué debo el
honor de su visita? -
preguntó el padre de
Olavo.
- Vinimos a devolver el
juguete de Olavo, quien
acusó a mi hijo de
haberlo roto. Pero,
cuando fui a comprar
otro, el vendedor me
dijo que este modelo
vino con un defecto de
fábrica. Por lo tanto,
no fue mi hijo Cayo
quien lo rompió, pero
quisimos comprarle otro
juguete.
El padre de Olavo miró a
su hijo, avergonzado por
haber obligado a Cayo de
comprar otro juguete
igual. Con la cabeza
gacha, Olavo se puso
rojo de vergüenza. Pero
Cayo, al ver la
expresión del otro,
dijo:
- Nosotros solo quisimos
que tuvieras un juguete
nuevo, Olavo. ¡Gracias
por haberme dejado jugar
con él!
Ambos se abrazaron y
Olavo, rojo de
vergüenza, dijo:
- ¡Discúlpame, Cayo!
Pensé que habías roto mi
juguete nuevo.
¡Perdóname!
Cayo disculpó a Olavo y
todo terminó bien. Nunca
más Olavo trató a Cayo,
o a cualquier otro
amigo, de esa manera,
comprendiendo que había
actuado muy mal con su
amigo. Y se prometió a
sí mismo que nunca más
actuaría así con nadie.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, en
Rolândia-PR, el
4/07/2016.)