Cierta vez, un artesano
se sumergió en una
laguna y en el fondo
descubrió que las
paredes estaban hechas
por un lindo mármol
colorido. Regresó a la
superficie y, ayudándose
con una herramienta,
retiró un pedazo del
lindo mármol.
Después, encantado con
su pedazo de mármol,
decidió hacer una pieza
muy bonita. Sin embargo,
el mármol sufría al ver
que el buril,
instrumento con punta de
acero para cortar la
piedra, lo lastimaba
arrancándole los
pedazos, mientras él
gritaba de miedo y de
dolor.
El hombre que lo hacía
sufrir, ante los cambios
que hacía en el mármol,
no se daba cuenta del
dolor que sentía la
piedra; y el pedazo de
mármol, desesperado,
clamaba contra el
destino mismo, hablando
con Dios, Padre de todas
las criaturas:
- Oh, ¿cómo puede
permitir, Señor, que
este hombre me rompa las
carnes para usarme como
pieza artística, para
exponerme delante de
todos, como si yo no
fuera nada?...
Y el Señor le respondió:
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- Mi querido
pedazo de
mármol, eres muy
bello para
quedarte
olvidado en
algún lugar
cerrado, donde
tus cualidades
queden
desconocidas al
mundo.
- Pero, Señor,
¡yo sufro
horriblemente!
¡Este hombre no
tiene piedad de
mí!... ¡Rompe
mis carnes como
si yo fuera una
piedra común!
Estoy sufriendo.
¿Nadie va a
defenderme, a
ayudarme a
librarme de este
malvado que no
piensa en mi
|
sufrimiento? |
El Padre acarició sus
largas barbas blancas,
pensativo, y después
sonrió:
- ¡Hijo amado! El dolor
es siempre una bendición
que nos lleva a
comprender la necesidad
de ser tallados que
todos tenemos. A través
del sufrimiento mis
hijos aprenden a valorar
mejor la vida.
- ¡Ah!... Pero ¿qué es
ser tallado, Padre
Amado?
El Padre sonrió ante la
pregunta del hijo y
explicó:
- Querido hijo mío, el
artista usa el buril
para dejar la piedra más
bella a través del
sufrimiento y del dolor.
¡Así, cuando el artista
termina su trabajo, la
piedra estará muy
diferente de lo que era
antes y será admirada
por todos!...
- ¿Quiere decir que el
sufrimiento me hará
mejor, Señor?
- Sin duda, hijo mío. El
sufrimiento y el dolor
son nuestros amigos,
volviéndonos mejores y
más bellos ante la
experiencia a la que el
artista nos invita.
El pequeño bloque de
mármol, ante esas
palabras, suspiró
profundo, conformándose
ante el sufrimiento.
- Si es así, gracias,
Padre mío. No voy a
reclamar más ante el
buril.
De ese modo, el pedazo
de mármol, que era
áspero y tosco, a pesar
de su belleza, aceptó
las determinaciones de
Dios y, bajando la
cabeza, permaneció
callado ante las
lágrimas que el dolor
dejaba caer, sin
reclamar más.
El Padre se fue, y el
pequeño pedazo de mármol
aceptó su destino sin
reclamar.
Ante el sufrimiento,
apenas dejaba que las
lágrimas corrieran por
su cuerpo, limpiándolo,
ahora seguro de que
merecía el dolor para
volverse mejor.
Por muchos días, el
artista cortó, tirándole
pequeños pedazos que lo
afeaban, para darle
formas más bellas;
después lo perfeccionó,
quitándole los bordes.
En seguida, usando una
lija de metal, alisó
toda la pieza.
Después de terminar su
trabajo, el artista lavó
la pieza, dejándola
limpia y brillante.
Quien pasara por allí,
no podía dejar de
admirar la bella pieza
en que se había
convertido aquel pedazo
de mármol. Al ver la
admiración que causaba
en todos los que pasaban
por el taller del
artista, ¡el mármol se
sentía feliz, pero
curioso!
- ¿Cómo estaría? –
pensaba el pedazo de
mármol.
Hasta que, al ser
llevado a una sala más
grande y más bella,
donde estaban las otras
piezas que el artista
había creado, deseó ver
cómo había quedado
después de tanto trabajo
y sufrimiento.
El artista miró a su
alrededor, buscando el
mejor lugar para colocar
su obra maestra y, al
encontrar un lugar que
juzgó perfecto para
exponerlo, llevó su
nueva pieza de arte
hacia allá.
En un lugar, muy visible
para quien entrara en la
tienda, el artista
colocó su creación más
reciente. Después, se
alejó y se quedó mirando
por un largo rato,
viendo lo bella y bien
colocada que estaba en
la sala para que todos
los que entraran
pudieran verla.
Pero la nueva pieza,
curiosa, no sabía cómo
había quedado después de
preparada.
De repente, miró a un
lado y se quedó
encantado con lo que
vio:
- ¡Qué maravilla!
– exclamó.
El artista, que
estaba cerca y
lo examinaba,
sonrió y dijo:
- ¿Te gustó lo
que viste, mi
pequeño pedazo
de mármol?
- ¡Sí, es
maravilloso, mi
señor! ¿Pero
quién es ese que
está ahí delante
de mí?
El artista
sonrió y dijo:
- ¿Pues no te
reconoces en ese
lindo trabajo? |
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- ¿Yo?... - ¿Está
seguro, señor?
- Sin duda, mi pequeño
mármol. Eres la más
bella pieza que jamás
podría crear.
Entonces, el bello
trabajo sonrió y,
encantado por su propia
imagen, dijo:
- ¡Gracias a Dios! Me
siento muy feliz por
todo el sufrimiento que
pasé durante este
tiempo. Mis lágrimas
fueron bien
aprovechadas, dándome
una apariencia bella y
elegante. Muchas
gracias, artista mío.
¡Te estaré siempre
agradecido por haberme
hecho tan bello! Jamás
reclamaré por los
dolores y sufrimientos
por los que pasé.
MEIMEI
(Mensaje psicografiado
en Rolândia-PR el día
29/08/2016.)
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