Un día, Jonás, un niño
de ocho años, como no
tenía nada que hacer en
la tarde, decidió
caminar por las calles
sin rumbo; caminó tanto
que decidió volver a
casa. Dio media vuelta y
tomó el camino de
regreso. Había andado un
poco cuando vio a un
ciego con un bastón y
que parecía perdido.
Sintiendo pena por él,
se detuvo y lo saludó:
- ¡Hola! ¿Está paseando
como yo?
- ¿Estás hablando
conmigo, niño? –
preguntó el hombre
levantando la cabeza.
- ¡Sí! ¡Pensé que estaba
medio perdido!...
¿Quiere que lo lleve a
algún lugar? ¿A su casa
tal vez? – le dijo Jonás
con una sonrisa.
Sorprendido por escuchar
al niño hablando con él,
algo que nunca sucedía,
el hombre suspiró,
golpeando su bastón en
algo que notó que era un
banco; entonces se
acomodó aliviado, y
después respondió:
- Tienes razón,
niño. Estoy
perdido. Salí de
casa buscando un
barrio, pues un
señor me dijo
que fuera a su
casa y que me
ayudaría… Pero
no pude
encontrar el
lugar. ¡Y ahora
no sé ni dónde
estoy!
- ¡Yo soy Jonás!
¿Y usted, señor,
cómo se llama? –
dijo el niño,
acomodándose.
- Mario. No
acostumbro salir
del barrio donde
vivo, debido a
mi problema. Y
necessito volver
a casa; ¡mi
esposa se
preocupa cuando
me demoro!
Jonás tocó el
brazo del señor,
como dándole
fuer- |
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- No se preocupe, Mario. Puedo
ayudarlo. No tengo
muchos años, pero leo
muy bien. Dígame cuál es
la dirección y yo lo
llevo para allá. Pero
antes, vamos a pasar por
mi casa.
El ciego aceptó la
invitación. Así, Jonás
lo llevó hasta su casa,
que no estaba lejos. Al
llevar, la mamá se
sorprendió que el hijo
trajera a un desconocido
y ciego. Pero
Jonás explicó:
|
- Mamá, mi amigo
está perdido y
voy a llevarlo a
su casa. Pero
antes, ¿podrías
hacer un lonche
para nosotros? ¡Estamos
hambrientos!
La mamá entendió
y preparó dos
sándwiches y
vasos de jugo,
que los dos
comieron
rápidamente.
Mientras comían,
la mamá preguntó
dónde quedaba la
casa de Mario, y
él le explicó,
dando el nombro
del barrio.
La mamá dio
señas de que
conocía esa
región y explicó
a su hijo la
dirección que
debía tomar.
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Después, ella
quiso saber cómo
Mario había
quedado ciego, a
lo que él
explicó: |
- Señora, yo tuve una
enfermedad en los ojos
que me quitó la vista.
Al inicio quedé
desesperado, pero un día
alguien me trajo un
libro; decía el texto
que, a menudo, la
ceguera sucedía porque
necesitamos pasar por
ella por algún mal que
habíamos hecho a alguien
en el pasado. ¡Entonces,
nunca más me desesperé,
sabiendo que Dios,
nuestro Padre, sabe lo
que está haciendo!
- ¡Ah! ¿Usted es
espírita? – preguntó
sorprendida,
reconociendo el texto
del libro “El Evangelio
según el Espiritismo”.
- No lo era, señora mía.
Pero, escuchando ese
texto, me puse a pensar
y, esa noche, hice una
oración a Dios
pidiéndole que, si yo
había hecho algún mal a
alguien, que Él me lo
mostrara.
La mamá y Jonás tenían
los ojos abiertos, para
saber el final, y el
ciego dijo:
- Pues en esa noche soñé
que tenía un hermano y
vivíamos peleando. Un
día, lleno de odio hacia
él, lo lastimé en los
ojos con una antorcha
encendida. Desperté
llorando mucho,
acordándome
perfectamente lo que
había soñado.
Madre e hijo,
emocionados, esperaban
el final de la historia,
que no se hizo esperar:
- Entonces, nunca más me
quejé de mi ceguera. Hoy
estoy satisfecho con
ella, porque cuando
pienso que estoy ciego,
me acuerdo de mi hermano
al que lastimé en el
pasado.
- ¡Qué linda historia,
Mario! Demuestras una
paz y una resignación
que no todos la tienen.
- Lo sé, señora mía. Pero,
a veces, cuando me enojo
con mi ceguera, me
acuerdo del sueño que
tuve y me calmo de
nuevo. ¡Y
así, voy avanzando en la
vida!...
Como se hizo tarde, la
mamá cogió el carro y,
junto con Jonás, llevó
al nuevo amigo a su
casa. Al llegar, vieron
una familia linda: la
esposa y dos pequeños
niños. Al presentar a su
esposa y a sus hijos,
Mario dijo:
- Beto, cuéntale a la
tía lo que soñaste el
otro día.
Y el niño no se hizo
rogar:
- Sabes, tía, soñé que
mi papá se había quedado
ciego por mi culpa y que
yo debía ayudarlo cuando
creciera.
Mario enjugó las
lágrimas que descendían
por su rostro; Jonás y
su mamá, entendiendo el
mensaje, comprendieron
que ese niño estaba allí
para agradecer a su
padre actual, y ayudarlo
en aquello que
necesitara.
Jonás y la mamá
entendieron que, sin
duda, ellos también
estaban involucrados en
esa historia de alguna
manera, viendo como
Jonás se había
interesado por Mario. Al
llegar a casa, hicieron
una oración agradeciendo
a Jesús por la ayuda
recibida, seguros de que
ahora estarían siempre
formando parte de la
vida de Mario, el ciego.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
3/10/2016.)
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