“Porque tuve
hambre, y me
disteis de
comer; tuve sed,
y me disteis
de beber; fui
extranjero, y me
recogisteis” - Mateo
25:35
La situación de
los refugiados
aquí en Europa
es calamitosa,
llena de
prejuicios y de
conceptos
xenófobos. Vemos
diariamente,
tanto en la
televisión, como
en los
periódicos, las
terribles
imágenes de
centenares de
personas que
cada día ponen
en riesgo sus
vidas lanzándose
al mar en
barcazas
improvisadas, de
plástico.
Familias enteras
vienen buscando
la salvación en
Europa. Otros,
llegan
caminando,
después de
atravesar varios
países, para
sólo encontrarse
con muros y
vallas
recientemente
construidos con
el objeto de
impedir su
entrada. He
visto y oído
comentarios de
todo tipo para
justificar estos
impedimentos,
tales como: “¡Si
aquí en Europa
no hay empleo
para los
europeos! ¿Por
qué recibir más
gente que
también quedaría
sin empleo,
sobrecargando
aún más los
hospitales y una
seguridad social
que ya es
deficiente?
Otros argumentan
basándose en
prejuicios
religiosos,
principalmente
cuando los
refugiados son
musulmanes, o de
raza, cuando los
refugiados
vienen del
continente
africano.
Algunos,
esgrimen que la
violencia va
aumentar, que
los ataques
terroristas
serán
frecuentes,
extendiéndose
así una
atmosfera de
xenofobia y
miedo, lo que
lamentablemente
da lugar a que
las semillas del
odio racial y
religioso sean
esparcidas. Una
pregunta nos
llega a la
mente: ¿Por qué
estas personas
están
arriesgando sus
vidas y las de
sus hijos
menores, llenos
de miedo,
hambre, sed y
frío, cruzando
el mar en estos
barcos
inadecuados, con
la posibilidad
real de morir
todos? ¿Qué
desesperación es
esta para tomar
una decisión tan
drástica? Y la
respuesta es
simple,
sencilla: huir
de la certeza de
la muerte por la
guerra y del
hambre para
tener la
posibilidad de
una vida mejor
para sus hijos.
Entendamos bien
la frase
anterior. Estos
refugiados están
cambiando la
certeza de la
muerte por una
posibilidad de
sobrevivir, de
salvar a sus
hijos.
Y, ahora, otra
pregunta nos
asalta: ¿Y si
fuéramos
nosotros,
nuestros hijos,
los que
estuviésemos
amenazados por
las bombas?
¿Acaso no
haríamos lo
mismo? Recuerdo
ahora algo que
me contaron y
que nos sirve
para
reflexionar: en
una conversación
en la mesa,
durante la
comida en casa,
el joven padre,
de unos 35 años,
estaba
comentando esta
situación con su
mujer, y su
hijo, de unos 10
años estaba
escuchando – los
hijos escuchan
todo, incluso
cuando pensamos
que ellos están
en su mundo-. El
padre que estaba
en el paro y
buscando empleo,
comentaba con su
mujer lo absurdo
que era que el
gobierno
aceptara a estos
refugiados, que
no había empleo
ni para los
españoles, que
la tasa de paro
en España era de
más del 20% y
que ellos – los
refugiados –
deberían
quedarse en su
tierra. La mujer
asentía
afirmativamente
con la cabeza,
cuando el hijo
dijo: - Papá,
entonces si
nosotros
estuviéramos en
esas
condiciones, con
las bombas
cayendo ¿tu
preferirías que
yo muriera? ¿Tú
no intentarías
huir para salvar
a mamá y a mi
hermanita
Paloma? El padre
paró de remover
la sopa caliente
con la cuchara,
miró a su mujer,
su recién nacida
hija dormida en
los brazos de su
mujer, a su hijo
y lágrimas en
sus ojos
empezaran a
brotar y dijo: -
Es evidente que
sí, hijo mío.
Haría de
todo…haría lo
mismo que estos
refugiados están
haciendo…
gracias por
preguntarme esto
mi hijo. Y se
levantó de la
mesa para dar
salida a sus
lágrimas y no
dejar que su
hijo ni su mujer
le viesen
llorar. (A
nosotros, los
españoles, no
nos parece bien
mostrar nuestras
emociones en
público…)
A ninguna
persona en sana
conciencia le
gustan los
cambios. Todos
nosotros
buscamos la
estabilidad,
nuestra casa,
nuestra familia,
nuestro trabajo,
el encuentro con
los amigos en
bares y
restaurantes,
las tapas, un
buen vino. Ahora
imaginemos el
acontecimiento
de una guerra.
Todo cambia y el
sentido de la
sobrevivencia
habla más alto
que todo lo
demás. Nadie
sale de su país
si no hay una
razón muy
apremiante, y la
certeza de la
muerte por las
bombas o de una
vida en
condiciones
degradantes son
los motivos
principales. Los
refugiados,
primero buscan
la
sobrevivencia,
y, después,
recuperar la
dignidad en otro
país, que habla
otro idioma, que
tiene otra
religión, y
cuyos habitantes
tienen miedo de
su llegada. Y
por desgracia,
cuando llegan a
suelo europeo,
después de dejar
atrás miles de
muertos en el
mar y en el
camino,
encuentran
vallas, muros, y
solamente
tiendas de
campaña para
recibirlos, con
soldados armados
hasta los
dientes como si
fuesen
peligrosos
criminales.
¿Dónde está la
dignidad humana,
dónde está la
caridad? ¡Qué
difícil, qué
pruebas más
duras!
Pero esta es la
realidad y no
hay como huir de
ella. Nosotros
los espíritas
tenemos que
cuestionarnos
mucho cómo andan
nuestros
sentimientos de
solidaridad, de
comprensión y de
tolerancia; ¿qué
pensamientos
lanzamos al
espacio cuando
el tema nos
llega al alma?
¿Son de
prejuicio, este
pariente directo
del egoísmo y
del orgullo? En
esa encrucijada,
deberíamos
recordar las
palabras del
maestro Jesús en
Mateo que abre
este artículo: “Porque
tuve hambre, y
me disteis de
comer; tuve sed,
y me disteis de
beber; fui
extranjero, y me
recogisteis.”
Y, mismo, en el
Antiguo
Testamento, en
la Torah, el
libro sagrado de
los judíos del
que Jesús
aprendió y
predicó, hay
diversos pasajes
a cerca del
trato a los
forasteros y
extranjeros, en
uno de ellos, en
Génesis 25,9 se
dice: Y
no angustiarás
al extranjero:
pues vosotros
sabéis cómo se
halla el alma
del extranjero,
ya que
extranjeros
fuisteis en la
tierra de Egipto.
Otro pasaje
importante está
en Job 31,32:
El extranjero no
tenía fuera la
noche; mis
puertas, abría
al caminante.
Estamos en
tiempos de
grandes cambios.
La transición
planetaria de la
Tierra para un
planeta de
regeneración,
mejor
espiritualmente,
está en camino;
espíritus
superiores de la
talla de
Emmanuel ya
están
reencarnados y,
otros, como
Joanna de
Ângelis, están
preparando sus
reencarnaciones.
Todavía hay
muchos espíritas
que dudan de
esta afirmación,
justificando sus
argumentos
principalmente
con la eclosión
del grupo
terrorista DAESH
(Estado
Islámico) y
similares, y sus
ataques
terroristas, con
decapitaciones y
mutilaciones
mostradas en las
redes sociales
sin ningún
pudor, en los
telediarios y en
las portadas de
los periódicos.
Estas cosas,
mantienen,
demostrarían que
el mundo no está
cambiando para
mejor. Es muy
importante
resaltar que
estos espíritus,
endurecidos
espíritus, están
teniendo sus
últimas
oportunidades
aquí en el
planeta, y
muchos están
fracasando y son
causantes de
estos verdaderos
escándalos, y
que como Jesús
ya nos dijo,
ellos serán
arrastrados por
el torbellino y
no reencarnarán
más aquí en
nuestro planeta,
y serán
relevados por
espíritus
mejores.
Recordemos a
Kardec, en el
ítem. 20 de la
Génesis: La
generación que
desaparece se
llevará consigo
sus prejuicios y
errores. La
generación que
vendrá,
alimentada en
una fuente de
aguas más
limpias e
imbuida de ideas
más sanas,
imprimirá al
mundo el
movimiento
ascensional del
progreso moral,
que
caracterizará a
la nueva etapa
de la Humanidad.
Los refugiados,
en su gran
parte, son una
consecuencia
directa de estas
guerras
fratricidas
entre las
diferentes
facciones
musulmanas que
se disputan el
poder en la
región, y son el
“prójimo” a
quien Jesús se
refiere en su
parábola del
buen samaritano.
Y los causantes
del éxodo de los
refugiados son
los causantes de
los escándalos,
a quien Jesús se
refiere cuando
decía en una de
sus parábolas,
en Mateo 18,
versículo 7 “¡Ay
del mundo a
causa de los
escándalos, pero
ay del que causa
el escándalo!”.
Debemos también
orar para que
nuestros
políticos,
cuando duermen,
en sus sueños
puedan ser
inspirados por
la
Espiritualidad
Superior, para
que sean
conscientes de
la
responsabilidad
que está en sus
manos, para que
puedan actuar
con presteza,
caridad y
compasión para
acabar con esta
crisis
humanitaria de
una manera
definitiva. En
conclusión,
mientras los
políticos
trabajan para
combatir las
causas de estas
guerras que
provocan las
crisis de
refugiados,
nosotros tenemos
que armarnos de
fe, amor,
caridad,
tolerancia y
comprensión, y
ayudar como
podamos a estos
hermanos
infelices, que
tuvieron que
huir de sus
países en guerra
para poder
salvarse y dar
una vida más
digna a sus
hijos.
Humberto Werdine
es divulgador
del Espiritismo
en Europa.
Colaborador en
la Revista “El
Consolador” y
escribe para la
Revista
Internacional de
Espiritismo.
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