En el Centro Espírita,
los domingos, los niños
tenían clases de
Evangelización Infantil
para los diversos
grupos, dependiendo de
las edades, y cada uno
de ellos era dirigido
por una evangelizadora.
Hugo, un niño de ocho
años, una mañana estaba
en la sala donde su
grupo se reunía,
esperando la hora de
inicio de clases. La
evangelizadora Flavia
llegó alegre y risueña,
saludando a sus pequeños
alumnos. En ese momento
Hugo, que conversaba con
Rafael, se acordó de
algo que había leído en
el Evangelio y preguntó
a la evangelizadora:
- ¡Tía Flavia! El otro
día abrí el Evangelio y
comencé a leerlo. ¡Pero
me pareció
muy difícil
de entender!...
Flavia sonrió y preguntó
si él recordaba algo
sobre el texto, a lo que
Hugo respondió:
- Hablaba sobre hombres
que fueron contratados
para hacer un trabajo.
¡Solo que me pareció
extraño la manera como
el “patrón” actuó con
ellos!...
- ¡Ah! Ya
sé cuál texto leíste,
Hugo. Después te lo
explico. Pero ahora
vamos a conversar sobre
la clase de hoy, ¿está
bien? Entonces vamos a
leer una historia que
traje para ustedes.
Flavia
distribuyó las
hojas con el
texto que:
irían
a traba |
|
jar ese
domingo. Cuando
cada uno tuvo su
material, Flavia
pidió que
alguien
comenzara a
leer. Una vez
que el texto fue
leído, Flavia
preguntó si los
alumnos habían
entendido, y los
niños empezaron
a alzar el brazo
para explicar lo
que habían
entendido. Así
fue hasta el
final de la
clase que
terminó con una oración.
Antes de salir,
Flavia les dijo |
- Niños, la semana que
viene vamos a hacer un
estudio diferente. ¡No
falten! ¡Hasta el
próximo domingo! Buena
semana a todos.
El domingo siguiente,
Flavia trajo un material
para que todos adornaran
la sala. Papel de
colores, tijeras,
pegamento, botones y
otros materiales para
decorar lo que iban a
hacer. ¡Los niños lo
adoraron! Pasaron la
clase terminando los
carteles. Ella había
prometido a los alumnos
que, al final de la
clase, cada uno
recibiría un premio por
su trabajo.
Pero Flavia dio el
premio primero a los que
habían llegado tarde y
que tuvieron poco tiempo
para trabajar, ¡lo que
dejó a los demás alumnos
indignados!
- ¿Cómo así, tía Flavia?
¿Vas a darles lo mismo a
ellos que llegaron
tarde? ¿Y nosotros que
trabajamos todo el
tiempo? ¡Eso no es
justo!...
Los demás alentaron a
los que estaban
reclamando. Y Flavia
escuchaba sin decir nada
hasta que, cuando vio
que la confusión era
grande, levantó el brazo
y dijo:
- ¡Pero nosotros dijimos
que cada uno recibiría
un premio por su
esfuerzo!...
- ¡Exacto, tía Flavia!
¡Pero estás dando lo que
prometiste primero a
ellos que llegaron
tarde! ¡No
es justo!...
- ¿Por qué no es justo?
¡Acordé con ustedes lo
que irían a ganar! ¡¿No
puedo dar a los últimos
tanto como a
ustedes?!...
- ¡Pero nosotros
estábamos aquí desde el
inicio de la clase, tía
Flavia!
Los tres alumnos que
llegaron tarde
escuchaban callados. En
el fondo, también
estaban de acuerdo con
lo que los alumnos
presentes desde el
inicio de clase deberían
recibir más, pero
evitaban interferir. La
confusión era grande
cuando Flavia levantó la
mano pidiendo silencio y
dijo:
- ¡Queridos míos! ¡¿Están
molestos porque di a los
que llegaron después lo
mismo que le di a
ustedes?! ¡Sean
sinceros! Carlitos,
¿trabajaste más que
ellos?
- No, tía Flavia. Jugué
mucho y casi no hice
nada – dijo el niño,
rojo de vergüenza.
- ¿Alguien más quiere
decir algo?
- Tía Flavia, yo estuve
conversando con Ana y
casi no hice nada – dijo
Valeria riendo.
Y así, cada uno de los
niños fue honesto y
dijeron lo que sentían.
Luego de escuchar a todo
el grupo, Flavia estuvo
de acuerdo con ellos, y
preguntó:
|
- ¡Muy bien!... Y
entonces, ¿qué hicieron?
¿Trabajaron mucho?
¡Respondan!
Y los alumnos, bajando
la cabeza, afirmaron
que, en verdad, ¡los que
llegaron tarde se
esforzaron más en hacer
las tareas! La profesora
Flavia, escuchando eso
estuvo de acuerdo,
leyéndoles la parábola:
“Los trabajadores de la
última hora”. i
- ¿Entendieron ahora por
qué Jesús contó esa
parábola, niños? Jesús
sabía exactamente que
los últimos contratados
para trabajar en a viña,
por tener menos tiempo,
¡se obligarían a
esforzarse más para ser
dignos del salario de
ese día!...
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Y los alumnos estuvieron
de acuerdo con que,
realmente, debían
haberse esforzado más
para merecer lo que la
tía Flavia les había
prometido. Sin
embargo, ella sonrió y
dijo:
- Yo creé esta tarea
para que ustedes, a fin
de que pudieran darse
cuenta, en la práctica,
hicieran lo que es
realmente justo para
todos. Así, aquí está el
premio que les daría:
¡un chocolate para cada
uno!
Los niños abrieron los
ojos y sonrieron,
aplaudiendo, contentos
por el premio que
ganaron. Después, le
dieron un abrazo a la
profesora Flavia.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, en
Rolândia-PR, el día
16/01/2017.)
[i] “Los
Trabajadores de
la Última Hora”,
capítulo XX, de El
Evangelio según
el Espiritismo,
pg. 261. FEB.
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