Estaremos
inspirados por
Jesús siempre
que…
“El objetivo de
nuestra tarea es
el de llevar
consuelo, paz,
alegría y
fuerza, haciendo
con que nuestras
canciones y
palabras sean
vehículos de
aproximación de
las personas a
Dios.” (Vicente
de Paulo
Fernandes da
Costa, más
conocido como
Vansan, nuestro
entrevistado en
esta semana.)
La buena
palabra, con la
buena melodía,
refunde el
ambiente,
tornándonos
capaces de
percibir el
recinto saturado
de bendiciones
con las cuales
los hermanos
mayores pueden
atender a todos
los
participantes
sintonizados con
la presentación.
Siempre pedimos
el socorro y el
amparo para
todos los que
vienen a la Casa
Espírita en
busca de
auxilio. Y
sabemos que,
después de
socorridos y
amparados, serán
ellos
encaminados para
un local
adecuado a su
restablecimiento,
incluyendo los
que aún se
encuentran
reencarnados,
cuando de su
desdoblamiento a
través del
sueño.
La música en las
actividades
espíritas es y
será siempre de
gran relevancia.
Leopoldo
Machado, en su
campaña por el
llamado Espiritismo
de vivos, buscó
con todo énfasis
demostrar e
incentivar tal
práctica, sea en
las actividades
públicas de
divulgación
espírita, sea en
las sesiones
privativas de
mediumnidad.
Durante el
trabajo
mediúmnico,
cuando armónica
y adecuada a esa
necesidad, la
música es factor
de equilibrio y
sintonía entre
los médium
psicofónicos,
esclarecedores y
los que aplican
pases. En
rarísimos casos
el comunicante
solicita la
interrupción de
la música,
porque, para él,
es factor de
perturbación,
sin saber por
cual motivo. Se
debe,
evidentemente,
atenderlo por el
principio de la
caridad.
“La gran
facilidad que
encontramos,
antes de todo,
es el amparo
espiritual. De
los mentores de
nuestra tarea,
pero también de
la
espiritualidad
de las casas
espíritas que
visito.
(…) Las
dificultades son
las mismas de
cualquier
cristiano.
Vencer la
barrera de las
imperfecciones
humanas, pero
principalmente
las nuestras.
Vigilar siempre
y orar para que
no vengamos a
sucumbir en la
seducción de la
vanidad, del
orgullo y del
egoísmo que
tanto nos
asolan. Cuidar
de la sintonía
mental y de
nuestras escojas
para que no
vengamos a ser
vehículos de
espíritus no
bien
intencionados y
de aquellos que
desean
distorsionar
nuestra tarea.
Pero, ante todo,
CONFIAR. Jesús
es nuestra gran
fuente de
inspiración.” (Vansan,
en la entrevista
mencionada.)
El cristiano es
un combatiente.
Su meta es la
imperfección que
en él existe. Él
sabe,
primeramente,
que la puerta de
entrada de la
acción de los
Espíritus malos
sólo puede ser
abierta por él
mismo.
Desconocemos, no
obstante, muchos
de nuestros
deseos, y son
ellos, cuando no
apropiados, los
responsables por
nuestras caídas.
El único – sin
embargo
infalible –
medio de
protegernos de
los asedios de
las sombras es
la vigilancia y
el apoyo de un
amigo en que
confiamos y que
esté abierto
para oírnos sin
censura.
“Confesad
vuestros pecados
unos a los otros
y orad unos por
los otros, para
que os salvéis.
Mucho puede la
oración del
justo.”(Santiago,
5: 16.)
Estaremos
inspirados por
Jesús siempre
que estemos
actuando por el
bien de los
otros y cuando,
imbuidos por la
humildad,
reconocemos que
de nada somos
capaces sin
Dios, porque
nuestra
capacidad nos
viene del
Creador.
Ni mismo aquello
que creemos que
sean nuestras
propias palabras
no son, en
verdad, de
nuestra autoría,
pero sí palabras
del Señor,
inspiradas por
nuestros
protectores,
como muy bien
entendía Paulo:
“Tal es la
confianza que
tenemos en Dios
por Cristo. No
que por propia
fuerza seamos
capaces de
pensar alguna
cosa como de
nosotros mismos.
Nuestra
capacidad viene
de Dios.” (2
Corintios, 3:
4-5.)
Luego, ¿Lo que
sabemos que no
aprendemos con
alguien?
¿Ese
conocimiento
puede ser
considerado
nuestra
propiedad?
En lo que se
refiere a las
cosas más
elevadas eso se
torna aún más
patente.
Paulo decía que
las ideas
elevadas no
podrían ser
concebidas por
su inferioridad
y que, si era
capaz de ser
vehículo de la
palabra del
Señor, es porque
ésta le era
infundida por
los emisarios
celestes,
esclareciendo
que la condición
para percibirlas
es la humildad
de quien acepta
que nada puede
sin Dios, como,
a propósito, el
propio Jesús,
nuestro guía y
modelo,
admitía:
“Yo no puedo de
mí mismo hacer
cosa alguna.
Como oigo, así
juzgo; y mi
juicio es justo,
porque no busco
mi voluntad,
pero la voluntad
del Padre que me
envió.” (Juan,
5:30.)
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