Mateo caminaba por un
hermoso bosque que había
en las afueras del
barrio donde vivía.
Era sábado, día en que
no tenía clases. Por
costumbre, se despertó
muy temprano y sintió
ganas de salir a
caminar. Entonces,
desayunó y salió.
Caminando por el bosque,
Mateo aspiraba el aire
fresco y miraba al
cielo, que podía ver en
medio de los grandes
árboles.
Los pájaros cantaban, y,
de vez en cuando, veía a
un animalito cruzarse en
su camino y escapar en
medio de la maleza.
Un gran sapo croaba a la
orilla de un riachuelo.
De pronto, Mateo vio un
cepo, es decir una
trampa para atrapar
pájaros, donde una pobre
avecilla, cansada de
luchar y casi
desfalleciendo, se
debatía intentando
escapar.
Triste, el niño se
arrodilló y, con mucho
cuidado, soltó a la
avecilla.
En esto, Mateo se dio
cuenta de que, en
sentido contrario, venía
un niño más o menos de
su edad. Llegó a tiempo
para ver lo que Mateo
había hecho y estaba
furioso.
- ¿Quién te mandó a
tocar mi trampa?
- Disculpa. ¡Sentí pena
por el pajarito! – se
justificó Mateo.
- ¡Pues ahora vas a ver
lo que hago con quienes
se meten conmigo!
Y, lleno de ira, se
lanzó sobre Mateo que,
más pequeño y más
delgado, se defendía
como podía.
Después de descargar su
agresión, el muchacho se
alejó, dejando Mateo
echado en el suelo:
- Eso es para que
aprendas a no meterte
con mis cosas.
Llorando de dolor, Mateo
se levantó con
dificultad y volvió a
casa. Al
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verlo, su madre
le preguntó
asustada: |
- ¿Qué pasó, hijo
mío?...
- No es nada, mamá.
Solté un pájaro de una
trampa y el dueño se
puso muy enojado
conmigo. ¿Tú crees que
hice mal?
Mirándolo con cariño, la
madre lo envolvió en un
abrazo:
- No, hijo mío. Hiciste
lo correcto. Es una
cobardía usar trampas
para atrapar animalitos
indefensos.
- ¡Pero el niño dijo que
era su trampa!
- Sí, Mateo, ¡pero los
seres vivos son de Dios!
Algún día, este niño se
dará cuenta de que actuó
mal, cuando tenga
conciencia de que
debemos proteger a los
más débiles. Ahora,
báñate y te curaré.
Después, iremos a
almorzar.
Una semana después,
alguien llamó a la
puerta y Mateo fue a
abrirla.
¡Era el dueño de la
trampa!
- ¿Tú?... ¿Qué quieres?
Algo torpe, el niño
contestó:
- Solo conversar.
La madre de Mateo se
acercó, al ver el miedo
de su hijo, y se quedó
escuchando lo que
decían.
- Usted debe ser su
madre, ¿verdad?
- Sí. Me llamo Ana.
- Soy Gustavo, señora
Ana. Fui yo quien golpeó
a su hijo la semana
pasada. Usted debe estar
muy molesta conmigo. Les
pido disculpas a su hijo
y a usted.
- Por supuesto que no me
gustó lo que hiciste.
Pero estoy feliz con la
actitud de Mateo, que
defendió a un ave
indefensa, soltándola.
Mi hijo sufrió, pero
sabía que estaba
haciendo lo correcto.
Gustavo estuvo de
acuerdo e hizo un gesto
con la cabeza; luego
dijo:
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- Hoy, yo también lo
creo. Ese día, cuando
llegué a casa y le conté
a mi mamá lo que había
hecho, ella me miró muy
seria y me dijo que
actué mal. Que, si bien
estaba preocupado en
llevar algo a la casa,
con el fin de mejorar
nuestra comida, no actué
correctamente. Y mi
madre me llevó a ver un
nido, por allí cerca,
donde el padre traía
comida para sus
polluelos, que abrían
sus piquitos para
recibir el alimento.
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Gustavo dejó de hablar
por un momento, y luego
continuó: |
- Nunca me había
detenido a pensar en
eso. Es decir, que en
algún lugar, unos
cachorros podrían tener
hambre porque maté a su
padre o a su madre. ¿Me
puedes perdonar, Mateo?
- ¡Claro!
Y, adelantándose, le dio
un fuerte abrazo a su
nuevo amigo.
La madre de Mateo,
conmovida, entendiendo
la situación de pobreza
de esa familia, se
dispuso a ayudar. Con
delicadeza, invitó a
Gustavo a tomar el
lonche con ellos y ,
así, conversaron por
horas. De ese modo, ella
supo que el padre de
Gustavo estaba
desempleado.
En ese momento ella tuvo
una idea y dijo:
- ¡Pues mira qué
casualidad! Tenemos una
pequeña fábrica y una
tienda. Mi marido está
buscando a alguien para
trabajar en la tienda.
Trae a tu padre aquí
mañana, Gustavo.
- Mi papá se va a poner
muy contento, doña Ana.
¡Gracias! ¡Mañana
temprano lo traigo aquí!
El padre de Gustavo fue
contratado para trabajar
en la tienda, y la madre
como costurera para la
fábrica de ropa.
Y poco a poco, todo se
fue arreglando. Los
chicos se convirtieron
en grandes amigos y
Gustavo agradecía a Dios
por haber encontrado a
Mateo ese día. ¡De una
experiencia negativa,
cuánto conocimiento y
cosas positivas habían
surgido! Lo que llevaba
a Gustavo a decir,
acordándose de ese
momento:
- ¡Dios obra de manera
inesperada!
MEIMEI
(Recibida por Célia
Xavier de Camargo, el
9/08/2010.)
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