Ricardo llegó de la
escuela, puso la mochila
sobre una silla y fue
directo a la cocina,
donde su mamá estaba
preparando el almuerzo.
- ¡Hola, mamá!
- ¡Hola, Ricardo! ¿Qué
pasó, hijo mío? –
preguntó al verlo,
notando que algo no iba
bien.
Con aire descontento, el
niño dijo:
- Nada. Todo está bien.
- ¿Entonces por qué esa
carita?
- Es Jorge, mamá. ¡No
aguanto más sus
mentiras!
- Ten paciencia, hijo
mío. Deja que la misma
vida le enseñe a Jorge
que no debe mentir.
La
verdad siempre sale a la
luz.
- Yo lo sé, mamá, pero
ya no soporto escuchar
tantas mentiras. ¿Sabes
lo que dijo hoy? La
profesora preguntó sobre
las familias de los
alumnos y él dijo que su
papá era un hombre muy
rico, ¡que ellos vivían
en una bella casa y
tienen un carro último
modelo! ¡Pero yo sé que
todo eso es mentira!
Tengo ganas de
desenmascararlo delante
de la clase.
Doña Flora miró a su
hijo de ocho años de
edad indignado y dijo:
- Mentir es muy feo,
pero seguramente Jorge
no lo hace por maldad,
hijo mío. Además, él no
tiene solo defectos.
Todos nosotros tenemos
cualidades y defectos.
Él también debe tener
cualidades como todo el
mundo. Vamos a ver: ¿qué
hallas en él de bueno?
Ricardo pensó… pensó… y
respondió, sorprendido:
- No sé. ¡Nunca me di
cuenta!
- Ahí está, hijo mío. Tú
solo viste el lado
negativo de Jorge.
Comienza a observarlo y
descubrirás cualidades
en |
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él. Después volveremos a
conversar, ¿está bien?
El niño estuvo de
acuerdo.
|
Al día siguiente, se
acordó de lo que había
conversado con su mamá y
comenzó a prestar
atención a su compañero.
Luego, en la entrada,
vio a un niño pequeño
que, apresurado,
derrumbó todos sus
útiles en el piso. Jorge
corrió y,
arrodillándose, recogió
las cosas del niño.
“Punto para Jorge” –
pensó Ricardo. A la hora
de recreo, una niña se
cayó y comenzó a
llorar. Los compañeros
lo hallaron gracioso y
se rieron. Jorge, en
cambio, se acercó y la
ayudó a levantarse,
preguntándole con
delicadeza:
- ¿Te lastimaste? Ven.
Voy a llevarte para que
te curen.
- No fue nada. Gracias,
Jorge.
Sonó la campana y
volvieron al aula.
Cuando terminaron las
clases, Ricardo
continuaba observando a
su compañero. Vio cuando
un niño dijo no haber
entendido nada de la
clase
de matemáticas. Jorge,
rápidamente, se ofreció
para ayudarlo.
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- Más tarde paso por tu
casa y te explico el
tema. Vas a ver que es
fácil. Luego podrás
entender todo.
Ricardo estaba cada vez
más sorprendido. Llegó a
casa y su mamá le
preguntó:
- ¿Y entonces? ¿Hiciste
lo que acordamos?
- ¡Mamá, tenías razón!
Él es delicado,
generoso, gentil,
servicial…
- ¡Vaya! ¿Todo eso
percibiste en un solo
día?
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- Sí. ¡Lo juzgué mal!
Reconozco que estaba
equivocado.
Y le contó a su mamá
todo lo que había visto
durante ese día en el
colegio, y terminó
diciendo:
- ¿Sabes que hasta sus
mentiras ya no me
incomodan?
- Te creo, hijo mío. Es
que el defecto de la
mentira se volvió algo
pequeño ante todas sus
cualidades. Solo lamento
que, algún día, él va a
sufrir por eso.
Una semana después,
estaban en clases cuando
alguien llamó a la
puerta. Era un hombre
sencillo, con ropa de
obrero, con un pequeño
paquete en sus manos.
Tímidamente, pidió
permiso y entró.
- Buenos días,
profesora. Soy el papá
de Jorge. Estaba
atrasado para el
trabajo, pero me di
cuenta de que se había
olvidado su merienda y
vine a traerla.
Aquí está.
Jorge, rojo de
vergüenza, se encogía en
su carpeta intentando
pasar desapercibido.
Pero no tuvo suerte. Fue
obligado a levantarse e
ir a recoger la merienda
que su papá le había
traído.
El hombre agradeció y se
despidió. Jorge no tenía
ni el coraje de mirar a
su alrededor, humillado,
percibiendo risitas
solapadas.
Ricardo, apenado por la
situación de su
compañero, se volteó
hacia él y dijo, en voz
alta:
- Me agrada tu
papá,
Jorge.
Es muy simpático y
demostró que se preocupa
por ti. Aun estando
atrasado para su
trabajo, se acordó de su
hijo.
¡Te felicito!
Los demás, viendo la
actitud de Ricardo,
comenzaron a cambiar su
conducta, estando de
acuerdo con él. Alguien
preguntó:
- ¿En qué trabaja tu
papá?
- Él es albañil. Trabaja
para una gran
constructora – respondió
Jorge, aún avergonzando,
pero ahora más relajado.
- ¡¿Albañil?!... ¿Es el
que ayuda a construir
casas y esos grandes
edificios? – preguntó
una niña.
- Sí, sí.
Mi papá muchas veces
trabaja allá en lo alto
de los edificios.
¡Y no tiene miedo!
- ¡Wow! ¡Entonces debe
ser muy valiente!
- ¡Qué importante es! –
exclamó otro niño,
diciendo: - Sabe,
profesora, el otro día
vi en el noticiero que
se cayó un edificio y
muchas personas murieron
y otras perdieron todo
lo que tenían. ¡Es
necesario poder confiar
en las personas que
construyen los
edificios!
- Exacto. Todos tienen
que tener
responsabilidad ante lo
que están haciendo.
Tanto los ingenieros que
hacen los planos, como
los que trabajan en la
construcción.
La conversación se
desarrolló de forma
amigable y agradable.
Mientras otros
conversaban, Jorge
intercambió una mirada
de agradecimiento con
Ricardo.
A la salida, Jorge se
acercó a Ricardo.
- Gracias, amigo. Me
sacaste de una situación
difícil. Pero hoy
aprendí una lección.
Mentiras, nunca más. No
vale la pena. Además, tú
me hiciste entender una
cosa importante.
- ¿Qué cosa?
- Que debo estar
orgulloso de mi papá.
- ¡Así es! ¿Amigos?
- ¡Amigos!
- ¿Quieres almorzar en
mi casa hoy? Quiero
presentarte a mi mamá.
Ella tiene muchas ganas
de conocerte.
- ¿Ah sí? ¿Por qué?
- Porque ahora yo te
admiro mucho.
Emocionados, ambos se
abrazaron como
verdaderos amigos.
TIA CÉLIA
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