Tucumín era un pequeño
indio muy querido en
todo el bosque. Le
gustaba correr, jugar
con los animales,
pescar. Cazaba solo
cuando tenía mucha
hambre, pues evitaba
provocar sufrimiento en
otros seres de la
Creación. Se alimentaba
generalmente de raíces,
hierbas y frutos
silvestres que recogía
en medio del matorral.
Amaba el sol, la luna,
el viento, la lluvia y,
principalmente, a las
otras criaturas. Cuando
encontraba un animalito
herido, no descansaba
hasta ver al animalito
curado.
Una vez, volviendo de un
paseo por el bosque,
Tucumín vio a un
pajarito atrapado en una
trampa, con una alita
quebrada. Retiró al ave
de la trampa y colocó
una pequeña tablilla,
que amarró con fibra
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vegetal, para
inmovilizar el
ala. En pocos
días la avecita,
ya curada,
partió,
agradeciendo al
amigo con lindos
trinos por la
alegría de poder
volar
nuevamente. |
Ese mismo día, andando
en busca de raíces
comestibles, Tucumín se
topó con un conejito, su
amigo, que estaba en una
trampa con la pata
lastimada. El indiecito
colocó sobre la herida
una pasta hecha con
hierbas, como le había
enseñado su abuelo, y,
en poco tiempo, el
conejito salió saltando.
Antes de internarse en
el bosque, volteó como
diciéndole:
- Gracias, Tucumín. ¡Eres
un gran aimgo!
A la mañana siguiente,
cuando fue a pescar,
Tucumín escuchó gemidos
de dolor. Era un pequeño
leopardo que había caído
en un agujero puesto
como trampa y que, en la
caída, se había
lastimado. Incansable,
Tucumín puso vendas en
la herida y pronto el
leopardo corría feliz
por el bosque, muy
agradecido por la ayuda.
Tucumín, sin embargo,
estaba preocupado.
¿Quién estaría colocando
esas trampas en el
bosque y alterando la
paz de sus habitantes?
Sintió miedo. Su abuelo
le había dicho siempre
que debía tener cuidado
con el hombre blanco,
que era malo y mataba
sin piedad, por el
placer de matar.
Por eso, Tucumín tenía
mucho miedo de los
hombres blancos. En
verdad, nunca había
visto un hombre blanco.
Se los imaginaba
gigantescos y de
apariencia terrible y
aterradora. Así, al
encontrar diferentes
pisadas en el suelo,
concluyó que solo
podrían ser de un hombre
blanco y se quedó
asustado.
Contó en la aldea lo que
estaba pasando y todos
los indios se quedaron
asustados también.
Decidieron salir y
buscar a esa criatura
malvada que estaba
causando pánico a los
habitantes del bosque.
Buscaron... buscaron...
Estaban cansados de
caminar cuando
escucharon una voz que
gritaba:
- ¡Socorro! ¡Socorro!
¡Sáquenme de aquí!...
Siguiendo el sonido de
la voz, llegaron hasta
el borde de un gran
agujero, en el fondo del
cual un hombre gemía de
dolor.
A pesar de estar
asustados, los indios,
con arco y flecha en
manos, gritaban
satisfechos:
- ¡Lo atrapamos! ¡Lo
atrapamos! ¡Vamos a
acabar con él!
Pero Tucumín, que tenía
un corazón bondadoso y
sensible, al ver a
aquella criatura
gimiendo de dolor,
compadecido pensó: “Pero
él no tiene la
apariencia terrible y
aterradora que yo
imaginaba. Es igualito a
nosotros. Solo su ropa
es diferente.”
Volteándose a sus
hermanos de la tribu,
dijo:
- No podemos matarlo.
¿No se dan cuenta de que
es una criatura como
nosotros, que sufre y
llora? Vamos, ayúdenme a
sacarlo del agujero.
Está herido y necesita
ayuda.
Con la ayuda de una
liana, los indios
sacaron al cazador con
mucho cuidado,
colocándolo sobre la
hierba a la sombra de un
árbol.
Emocionado, el cazador
no paraba de agradecer:
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- Si no fuera por
ustedes, probablemente
moriría dentro de ese
agujero. No sé cómo
agradecerles. Ahora
me doy cuenta del mal
que hice colocando todas
esas trampas en el
bosque. Acabé cayendo en
una de ellas y agradezco
a Dios porque ustedes me
rescataron. ¿Cómo puedo
retribuir el bien que me
hicieron?
Tucumín, portavoz de
toda la tribu,
respondió:
- Es fácil. No coloque
más trampas en el
bosque. Deje a los
animales en paz. |
El cazador, avergonzado,
estuvo de acuerdo:
- Nunca más haré eso, lo
prometo. Ahora sé que
recibí lo que me
merecía. Cada uno es
responsable de todo lo
que hace, y yo merecí
esta lección. Perdónenme.
Quiero que seamos
amigos.
Percibiendo la
sinceridad del hombre,
los indios le
extendieron las manos en
señal de amistad y
después lo llevaron a la
aldea.
Ese día prepararon una
gran fiesta para
conmemorar lo sucedido.
A fin de cuentas, ¡todos
somos hermanos!
TIA CÉLIA
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