A nosotros nos
toca la tarea
de plantar; todo
lo
más
viene de Dios
“¿Cuál el
verdadero
sentido de la
palabra caridad,
tal como Jesús
la entendía?
Benevolencia
para con todos,
indulgencia para
las
imperfecciones
de los otros,
perdón de las
ofensas.” (El
Libro de los
Espíritus, ítem
886.)
Es interesante
observar que
Jesús no
considera
esencial en el
entendimiento de
la caridad
ninguna forma de
beneficencia. La
beneficencia
sólo será
caridad caso sea
movida por el
amor, y pasará a
ser considerada
caridad
material.
Allan Kardec, en
el cap. XIII,
ítem 5 y 6, d’ El
Evangelio según
el Espiritismo, teje
consideraciones
sobre el óbolo
de la viuda,
tema siempre
acordado por
conferenciantes
y estudiosos
espíritas cuando
el asunto es la
práctica de la
caridad
material.
“El deseo que
algunos
alimentan de
poseer riquezas
para que pueda
hacer el bien
solamente es
desinteresado
cuando no busca
proporcionar a
sí mismos el
bien antes de
hacerlo a los
otros. En otra
parte del texto,
Kardec se
refiere a la
intención
desinteresada
como la que está
exenta de
cualquier idea
personal.”
(Ivomar Schüler
da Costa, autor
del Especial “La
caridad y la
relación entre
las intenciones
y los recursos”, publicado
en esta
edición.)
La señal más
característica
de la
imperfección es
el interés
personal (El
Libro de los
Espíritus, ítem
895), que
se manifiesta
cuando el hombre
busca primero
sus intereses en
detrimento de
los intereses de
los otros. Eso
no significa que
él no tenga
cualidades
morales, pero,
sí, que ellas
son eclipsadas
cuando el
interés personal
es atingido.
La expresión “conflicto
de intereses” muestra
bien la dinámica
de los intereses
personales.
Pilatos sabía
que Jesús era
inocente y que
los judíos que
organizaban su
proceso estaban
actuando por
envidia. Pilatos
entró, entonces,
en conflicto
consigo mismo.
Había de un lado
el intuito de
mostrar la
inocencia del
Nazareno,
diciendo hasta
que no veía
ningún mal en
aquel hombre.
Sin embargo, le
era necesario,
según pensaba,
ceder a los
judíos para
mantener el
orden en armonía
con las dos
partes.
Entonces,
lanzando toda la
culpa en los
judíos, prefirió
lavar las manos
y echar Jesús a
sus verdugos y,
consecuentemente,
a la muerte.
“La persona
deseosa de hacer
el bien, aunque
sin disponer de
recursos para
tanto, y al
colocar el bien
del otro antes
de su propio
bien, hace con
que la caridad
atinja su punto
más alto cuando
busca y
encuentra
recursos en sí
misma, en sus
capacidades, por
cuanto el punto
sublimado de la
caridad, en ese
caso, estaría en
buscar ella en
su trabajo, por
el empleo de sus
fuerzas, de su
inteligencia, de
sus talentos,
los recursos de
que carece para
realizar sus
generosos
propósitos.” (Ivomar
Schüler da
Costa, en el
artículo
mencionado.)
Buena voluntad.
Esa
manifestación es
siempre
secundada por
los Espíritus
del Señor que
basan sus
acciones en
individuos
fieles, animados
de la voluntad
de hacer el
bien, o
simplemente de
actuar con
corrección. No
importa que
actúen en el
anonimato. Las
buenas obras no
necesitan de
evidencia para
esparcir el
bien. Basta que
ofertemos
nuestro corazón
y nuestras
potencialidades
en beneficio de
los menos
favorecidos, sea
de bienes
materiales o de
adorno moral.
Son las pequeñas
cosas, los
pequeñitos
actos, la
disposición de
servir, que dan
noticias sobre
nuestra fe y
sobre nuestra
experiencia.
Todo equipaje
virtuoso empieza
en la voluntad
de servir, en la
buena voluntad.
Debemos
compenetrarnos
de que todo don,
todo bien, viene
de Dios. Nuestro
trabajo es
sembrar… buenos
actos, buenas
palabras, nobles
intenciones.
Pero Dios es que
hace la plantita
crecer, hecho
que el Apóstol
Pablo hizo
cuestión de
enfatizar en
conocida carta a
los cristianos
de Corinto, en
la cual, en
refiriéndose al
trabajo de la
evangelización,
declaró: “Yo
planté, Apolo
regó, pero el
crecimiento vino
de Dios”. (I
Corintios, 3:6.)
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