Ella nació grande y
fuerte. Desde recién
nacida era mucho más
grande que los otros
habitantes de las
profundidades del
océano. Después de todo,
era una ballena. ¡Una
linda ballena azul!
Pero Balofa,
como sus amigos
peces la
llamaban, no
podía jugar y
divertirse como
todos los otros
seres del mar
debido a su
tamaño.
Con el pasar del
tiempo, como
solo podía jugar
con otras
ballenas iguales
a ella, comenzó
a desarrollar
dentro de sí un
gran desprecio
por las otras
criaturas,
fueran peces,
moluscos o
crustáceos. |
|
Los consideraba pequeños
e insignificantes, y el
orgullo por su tamaño y
belleza tomó el control
de su corazón.
Cuando ellos se
acercaban queriendo
jugar, o solo conversar,
ella respondía
altanera:
- ¿No se dan cuenta?
¡Miren mi tamaño y vean
el de ustedes! Vayan a
buscar a su grupo que yo
tengo algo más que
hacer.
Y como muchos seres del
mar se alejaban cuando
se acercaba temiendo que
ella los aplastase,
Balofa se creyó
verdaderamente
invencible y
autosuficiente,
afirmando convencida y
llena de orgullo:
- Yo soy fuerte y
poderosa. ¡No necesito
de nadie!
Pero, un día, paseando
con su madre, se alejó
del cardumen encantada
con la belleza de unos
corales que había visto
a lo lejos.
Esa región era
absolutamente
desconocida para ella.
Sin embargo, no se
preocupó. Era grande y
sabía defenderse. No
había habitante de las
profundidades del mar
que pudieran vencerla. Y
en cuanto al camino a
casa, luego lo
encontraría. Solo era
cuestión de tiempo. Con
su inteligencia y su
fuerza no tenía miedo a
nada.
Pensando así, Balofa
recorrió grandes
distancias sin saber
hacia dónde estaba
yendo. Ya estaba cansada
cuando, sin darse
cuenta, se acercó mucho
a una playa y se quedó
varada en un banco de
arena. Luchó bastante,
esforzándose, suplicando
ayuda:
- ¡Socorro! ¡Socorro!
¡Estoy varada y no puedo
salir! ¡Socorro!
¡Ayúdenme!
Pero, ¡rayos! Esa era
una playa casi desierta
y difícilmente alguien
pasaba por ahí.
|
Pasaron horas mientras
estaba fuera del agua,
bajo un sol muy fuerte.
Exhausta de luchar, se
sentía cada vez más
débil. Nadie atendía sus
súplicas y la pobre
ballena azul pensó que
era el fin. Moriría ahí,
sin socorro y lejos de
su familia.
Lloró, lloró mucho. Se
desesperó y comprendió,
finalmente, que no era
tan autosuficiente como
siempre había creído por
su tamaño; aquel enorme
cuerpo del cual siempre
se enorgullecía, era
precisamente la razón
por la que estaba varada
en un banco de arena.
Con lágrimas en sus
ojos, se lamentaba:
|
- ¡Ah! Si fuera
pequeñita como los otros
peces, no estaría ahora
en esta situación. |
Meditó
bastante y decidió que,
si lograba salvarse,
sería diferente y ya no
despreciaría a nadie.
Dejaría de ser tan
orgullosa y se haría
amiga de todo el mundo.
Algunas horas después
pasó un niño por la
playa. Viéndola, gritó
encantado:
- ¡Una ballena azul! Y
parece que está varada,
pobrecita. Voy a buscar
ayuda.
Si hubiera sido otro
tiempo, Balofa giraría
los ojos con desprecio,
sin creer que una
criatura tan
insignificante pudiera
ser de alguna utilidad.
Ahora, sin embargo, era
diferente. Agradeció a
Dios por la ayuda que le
mandaba en forma de un
niño tan pequeño.
Muy pronto, el niño
volvió con su papá y
algunas personas de los
alrededores. Con gran
esfuerzo, aprovechando
la subida de la marea,
consiguieron finalmente
liberar a Balofa, que se
sumergió en el agua, muy
feliz.
Un poco más adelante,
encontró a su mamá, muy
preocupada, que la
buscaba sin descanso.
¡Uy! ¡Qué alivio!
Ese día, en el fondo del
mar hubo una gran
fiesta, y los peces se
quedaron admirados por
haber sido invitados por
Balofa. Y, más aun, por
ser recibidos con mucho
cariño y atención por la
linda ballena azul, muy
sonriente y gentil.
TIA CÉLIA
|