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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 11 - N° 514 - 30 de Abril de 2017

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 


Érase una vez una ballena azul...
 

Ella nació grande y fuerte. Desde recién nacida era mucho más grande que los otros habitantes de las profundidades del océano. Después de todo, era una ballena. ¡Una linda ballena azul!
 

Pero Balofa, como sus amigos peces la llamaban, no podía jugar y divertirse como todos los otros seres del mar debido a su tamaño.

Con el pasar del tiempo, como solo podía jugar con otras ballenas iguales a ella, comenzó a desarrollar dentro de sí un gran desprecio por las otras criaturas, fueran peces, moluscos o crustáceos.

Los consideraba pequeños e insignificantes, y el orgullo por su tamaño y belleza tomó el control de su corazón.

Cuando ellos se acercaban queriendo jugar, o solo conversar, ella respondía altanera:

- ¿No se dan cuenta? ¡Miren mi tamaño y vean el de ustedes! Vayan a buscar a su grupo que yo tengo algo más que hacer.

Y como muchos seres del mar se alejaban cuando se acercaba temiendo que ella los aplastase, Balofa se creyó verdaderamente invencible y autosuficiente, afirmando convencida y llena de orgullo:

- Yo soy fuerte y poderosa. ¡No necesito de nadie!

Pero, un día, paseando con su madre, se alejó del cardumen encantada con la belleza de unos corales que había visto a lo lejos.

Esa región era absolutamente desconocida para ella.

Sin embargo, no se preocupó. Era grande y sabía defenderse. No había habitante de las profundidades del mar que pudieran vencerla. Y en cuanto al camino a casa, luego lo encontraría. Solo era cuestión de tiempo. Con su inteligencia y su fuerza no tenía miedo a nada.

Pensando así, Balofa recorrió grandes distancias sin saber hacia dónde estaba yendo. Ya estaba cansada cuando, sin darse cuenta, se acercó mucho a una playa y se quedó varada en un banco de arena. Luchó bastante, esforzándose, suplicando ayuda:

- ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Estoy varada y no puedo salir! ¡Socorro! ¡Ayúdenme!

Pero, ¡rayos! Esa era una playa casi desierta y difícilmente alguien pasaba por ahí.

Pasaron horas mientras estaba fuera del agua, bajo un sol muy fuerte. Exhausta de luchar, se sentía cada vez más débil. Nadie atendía sus súplicas y la pobre ballena azul pensó que era el fin. Moriría ahí, sin socorro y lejos de su familia.

Lloró, lloró mucho. Se desesperó y comprendió, finalmente, que no era tan autosuficiente como siempre había creído por su tamaño; aquel enorme cuerpo del cual siempre se enorgullecía, era precisamente la razón por la que estaba varada en un banco de arena.

Con lágrimas en sus ojos, se lamentaba:
 

- ¡Ah! Si fuera pequeñita como los otros peces, no estaría ahora en esta situación.


Meditó bastante y decidió que, si lograba salvarse, sería diferente y ya no despreciaría a nadie. Dejaría de ser tan orgullosa y se haría amiga de todo el mundo.

Algunas horas después pasó un niño por la playa. Viéndola, gritó encantado:

- ¡Una ballena azul! Y parece que está varada, pobrecita. Voy a buscar ayuda.

Si hubiera sido otro tiempo, Balofa giraría los ojos con desprecio, sin creer que una criatura tan insignificante pudiera ser de alguna utilidad. Ahora, sin embargo, era diferente. Agradeció a Dios por la ayuda que le mandaba en forma de un niño tan pequeño.

Muy pronto, el niño volvió con su papá y algunas personas de los alrededores. Con gran esfuerzo, aprovechando la subida de la marea, consiguieron finalmente liberar a Balofa, que se sumergió en el agua, muy feliz.

Un poco más adelante, encontró a su mamá, muy preocupada, que la buscaba sin descanso. ¡Uy! ¡Qué alivio!

Ese día, en el fondo del mar hubo una gran fiesta, y los peces se quedaron admirados por haber sido invitados por Balofa. Y, más aun, por ser recibidos con mucho cariño y atención por la linda ballena azul, muy sonriente y gentil.

TIA CÉLIA


  


 



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