Un día, Manuela vio a su
mamá trabajando en el
jardín ¡y quedó
fascinada! ¡Le pareció
fácil!... En ese momento
decidió que ella también
arreglaría el jardín
para que su mamá pudiera
admirar su trabajo.
Entonces esperó una hora
en que su mamá saliera a
hacer varias cosas fuera
de la casa y se despidió
preguntando:
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- Mamá, ¿vas a demorarte
mucho en la calle?
La madre, notando la
preocupación de la
pequeña, la abrazó
despidiéndose y le
preguntó:
- ¿Estás preocupada,
hijita? ¡Tranquila!
Tengo varias cosas que
hacer, pero volveré lo
más rápido que pueda.
- ¡Está bien, mamá! ¡Te
estaré esperando!
Ella besó de nuevo a su
hija, movió la mano
despidiéndose y salió de
la casa.
Manuela esperó que su
madre volteara la
esquina y corrió hacia
el patio trasero. Allí,
tomó una pala, con la
que su mamá revolvía la
tierra, y fue al jardín
de su madre, removiendo
las lindas plantas que
estaban allí.
Luego buscó un buen
lugar para sembrar las
plantas que había
arrancado del jardín y
que su mamá había
plantado. Quería hacer
todo rápido para que su
madre lo viera al volver
y quedara orgullosa de
ella.
Entonces, escogiendo un
lugar al fondo del
jardín, cavó muchos
agujeros y fue poniendo
en cada uno de ellos una
flor que había tomado de
la de su mamá.
Cuando su mamá llegó a
casa, Manuela estaba
feliz con su actividad,
y no veía la hora de
mostrarle a su madre el
jardín que había
plantado.
Después del almuerzo, la
mamá recogió los platos
de la mesa, los puso en
el lavadero de la cocina
y, cogiendo una esponja,
se preparaba para lavar
los platos del almuerzo;
pero con apuro de
mostrarle a su madre lo
que había hecho, Manuela
le dijo:
- ¡Mamá! ¡Tengo una
sorpresa para ti!...
¡Ven conmigo al patio!
- Hija, ahora tengo que
lavar los platos.
Después voy, ¿está bien?
- ¡No, mamá! ¡Quiero que
veas lo que hice esta
mañana! ...
La madre, un poco
preocupado porque sabía
que a Manuela le gustaba
inventar cosas, pensó
que lo mejor sería
acompañarla.
Entonces, se lavó las
manos, se las secó, y
luego acompañó a su hija
al patio trasero.
Sujetando la mano de su
mamá, la hija la llevó
al lugar donde había
plantado muchas
especies de flores.
Entonces, satisfecha de
su trabajo, dijo:
- ¡Mira, mamá!
¡Yo las planté!... ¡Es
un jardín como el tuyo!
¿Te gusta? ¡¿No está
lindo?!...
La madre vio toda la
tierra removida, las
plantas colgadas de
cualquier forma en el
suelo y, ante la alegría
de Manuela, preguntó:
- ¿Tú lo hiciste, hijita?
- ¡Sí, mamá! ¡Saqué tus
plantas del jardín de
adelante y las traje a
mi jardín! ¿Te gusta?
Quedó lindo, ¿no?
La mamá respiró
profundo, apenada de ver
el estado de las plantas
que su hija había
plantado y murmuró:
- Sí, están bonitas,
Manuela.
¿Pero por qué no me
pediste ayuda? ¡Te
hubiera ayudado a
arreglar un jardín!...
- ¿No te gustó, mamá?
- Me gustó, hija mía.
Pero ven, siéntate aquí
conmigo a la sombra de
este árbol. ¿Sabes lo
que pasa, Manuela?
Cuando queremos hacer
algo, primero tenemos
que aprender.
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- ¡Ah!... ¿Quieres decir
que lo hice mal? –
lloriqueó la pequeña,
triste.
- Todos nosotros, ante
algo nuevo, necesitamos
aprender. Yo aprendí a
cuidar de las flores con
mi madre, ¡tu abuela
Benedicta! Porque, si yo
fuera a arreglar sola un
jardín, lo haría mal.
- ¿Y ahora, mamá?
¡Arruiné tus plantas!
La mamá abrazó a su hija
con cariño,
tranquilizándola:
- No, Manuela, que no
arruinaste nada. Pero,
¿qué te parece aprender
a tratar con
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las plantas?
Vamos a hacer un
horario, después
de clases, y yo
te enseñaré cómo
hacerlo.
¿Está bien? |
Manuela abrazó a su
mamá, llena de alegría.
Después, la mamá empezó
a ayudarla a aprender
cómo plantar flores.
Desde el cuidado de los
brotes hasta la
importancia de ablandar
la tierra para que ellas
se sientas lo mejor
posible al ser colocada
en el suelo para crecer
y convertirse en una
hermosa planta.
Así, Manuela fue
aprendiendo las
lecciones que su mamá le
daba, de modo que sus
plantas pudieran crecer
lindas y llenas de vida.
Aprendió que hay
especies que les gusta
el sol, otras que les
gusta la sombra; unas
preferían más agua,
otras menos.
Después, Manuela fue a
ayudar a su mamá a
rehacer su jardín, que
estaba deshecho por los
daños que la pequeña
había hecho sin ningún
cuidado.
Apenas terminaron el
servicio, Manuela esbozó
una gran sonrisa, y
sugirió:
- Mamá, ahora que sé
cuidar de las flores, ¿puedo
cuidar de mi jardín y el
tuyo también?
Después de todo, yo fui
quien lo arruinó todo,
¿no?
La madre dio un gran
abrazo a la pequeña
Manuela y sonrió:
- ¡Sí, querida! ¡Ahora
ya aprendiste cómo
cuidar de las plantas!
¡Entonces, nosotras dos
vamos a cuidar de
“nuestros” jardines!...
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
6/3/2017.)
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