El Conejito Barnabé
vivía en un lindo lugar
cercado de árboles, de
flores, y nada le
faltaba. Tenía tiernas
plantas y frescas hojas
de lechuga que le daban
para comer todos los
días, cogidas de la
huerta, y tenía agua
fresca a voluntad.
En el lugar vivían
muchos otros animales:
vacas, bueyes, cabras,
gallinas, gallos, patos,
caballos, mulas y un
perro que era muy amigo
suyo, de nombre Tico.
Barnabé y sus padres
ocupaban una confortable
casita de madera,
construida especialmente
para ellos, dentro del
terreno. Sin embargo el
Conejito Barnabé quería
mucho más.
Cierto día llegó una
rata grande contando
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maravillas de la
ciudad de donde
venía. |
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Doña Rata hablaba del
gran movimiento de
coches en las calles, de
la comida que era
encontrada en cualquier
lugar y nadie pasaba
hambre. Contó que las
personas pasaban y
tiraban restos de comida
y golosinas al suelo, y
que ella tenía todos los
días un banquete.
Los ojos de Barnabé
quedaron brillantes de
animación y su hocico se
estremeció de deseo de
conocer tal ciudad.
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Comenzó a encontrar sin
mucha gracia la vida en
el campo, sin
movimiento, sin
personas. Y a partir de
ese día, empezó a soñar
en ir para la ciudad.
¿Cómo hacer eso? Sus
padres no lo
permitirían, con
seguridad. Siempre le
decían que el mejor
lugar para quedarse era
la casa donde vive la
familia, esto es, el
Hogar.
Pensó... pensó...
pensó... y decidió.
Saldría durante la
noche, cuando sus padres
estuviesen durmiendo.
Así decidió, así lo
hizo.
Al día siguiente
economizó algunas
plantas, unas hojas de
lechuga y, colocando
todo en una mochila, se
preparó para huir.
Cuando la noche llegó,
fingió que estaba
dormido, y espero que
todo se aquietase.
Después, cogió la
pequeña mochila y salió
a saltos, desapareciendo
en la oscuridad.
Hizo un largo trayecto,
siguiendo el rumbo que
doña Rata le había
indicado. Pero nada más
llegar a la ciudad,
Barnabé ya estaba
cansado, sin fuerzas
para proseguir y
hambriento.
Decidió parar para
descansar y alimentarse.
Estaba tan cansado que
durmió debajo de un
arbusto. De repente,
despertó asustado. Había
oídos unos ruidos
extraños y estaba con
miedo. Se estremecía de
la cabeza a los pies.
¡Yo quiero a mi madre! –
gritó llorando.
Con la nostalgia de la
casa, sollozó hasta
coger el sueño de nuevo.
Despertó con un día
claro y, como el miedo
hubiese desaparecido con
la oscuridad, decidió
proseguir el viaje.
No tardó mucho, comenzó
a ver a lo lejos unas
construcciones enormes,
altas; deberían ser los
edificios de la ciudad.
Se sintió feliz.
¡Conseguiría llegar al
final!
Aceleró el paso y pronto
estaba andando por las
calles de la ciudad. Se
quedó sorprendido. Era
todo muy bonito, las
casas eran tan altas que
parecían alcanzar
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el cielo; las
calles tenían
bastante
movimiento de
coches y de
personas. |
Barnabé, que estaba un
poco asustado con el
ruido, y andaba
escondiéndose, se sintió
más valiente y confiado,
saliendo para observar.
Notó que las personas,
al verlo, quedaban
sorprendidas; unas
gritaban, otras reían, y
otras intentaban
cogerlo. Aterrorizado,
se escondió. Con miedo,
no podía salir de su
escondrijo y conseguir
más comida, pues la que
llevó ya la había
acabado, y el estaba
hambriento.
Y Barnabé, triste en su
rincón, pasó a ver otras
cosas que no había
notado antes. Vio pasar
niños harapientos
pidiendo pan, viejitos
durmiendo en las aceras,
perros siendo pateados
por las personas,
hombres enfermos
arrastrándose en la
canalizaciones de agua,
pobres madres cargando a
sus hijitos y suplicando
algunas monedeas para
comprar leche. Barnabé
vio eso y mucho más. Y
se sintió cada vez más
triste.
No, ese no era un lugar
bueno para vivir. Sentía
nostalgia de su lugar,
de su casa, de sus
padres, de sus amigos.
Allí, nunca había pasado
hambre. Todos eran bien
tratados.
Y decidido, resolvió: -
Voy de vuelta.
Aprovechando la
oscuridad de la noche,
partió de vuelta a su
casa.
Cuando se aproximó, los
animales lo oyeron y
vinieron corriendo a su
encuentro.
Sus padres, con los
abrazos abiertos, lo
acogieron con amor.
- ¿Por qué, hijo mío,
huiste de casa sin decir
nada, sin avisar?
- Perdóname, papá.
Cometí un error, pero
espero que tú me
perdones.
Y contó que quedó tan
seducido con las
narraciones de doña
Rata, y quiso conocer la
ciudad.
El padre, colocando las
manos en la cintura,
preguntó:
- ¿Y si allá en la
ciudad era tan bueno,
hijo mío, doña Rata
habría venido a vivir en
este lugar?
Doña Rata, que oía la
conversación, bajó la
cabeza avergonzada.
Barnabé estuvo de
acuerdo:
- Ahora sé eso, papá.
Por eso volví. El mejor
lugar para vivir es
nuestro Hogar.
Aquel día, los animales
hicieron una gran fiesta
en el terreno para
conmemorar la vuelta del
conejito Barnabé.
Tía Célia
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