Beto, niño de nueve años,
muy pobre, cierto día
ganó un lindo y
apetitoso pedazo de
bollo.
Con los ojos brillantes,
tomo el bollo con las
manos, aspirando, con
satisfacción, el buen
olor que se desprendía
de el, y abrió la boca
preparándose para darle
una mordida.
En ese exacto momento,
sin embargo, paró,
acordándose que a su
hermano menor, Renato,
de siete
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años, le
gustaba mucho el bollo y
que hacia mucho tiempo
no comía un pedazo. |
Con un suspiro, embrollo
el pedazo de bollo y
dijo:
- ¡Ya se!
Voy a darlo como un
presente a Renato. ¡Mi
hermanito me va adorar!
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Más tarde Beto entrego
el pequeño embrollo al
hermano que, abriéndolo,
no contuvo la alegría:
- ¡Que Bueno! Me gusa
mucho el bollo. Gracias,
Beto.
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Más cuando iba a morder
el pedazo de bollo,
Renato se acordó de su
hermana Rosa con este
pedazo de bollo. Ella
había sido tan buena, al
llevarme a la escuela,
ayudarme con los deberes
de casa y me invita para
pasear.
Beto concordó y ambos
llevaron el presente a
la hermana.
Abriendo el embrollo,
Rosa sintió agua en la
boca. Cuando iba a darle
la primera mordida, sin
embargo, se acordó del
hermano más viejo.
Geraldo, y afirmo:
- Desde que papa
desencarnó, nuestra
situación ha sido muy
difícil y Geraldo ha
trabajado bastante para
ayudar en la manutención
de la casa. Hallo que el
merece este pedazo de
bollo por todo lo que ha
hecho por nosotros.
Los otros concordaron y,
como estaban en la hora
de Geraldo llegar del
trabajo, quedaron
aguardándolo en la
puerta, ansiosamente.
Mal lo divisaron, los
tres hermanos corrieron
a su encuentro. Rosa le
entregó el embrollo.
Geraldo lo abrió y
sonrió, feliz. Estaba
cansado y con hambre.
Trabajo todo el día y
casi no se alimentó, y
ese pedazo de bollo era
muy bien venido.
Sin embargo, se acordó
de la madre, que vivía
exhausta de tanto
trabajar y que los amaba
tanto. Miro a los
hermanos y dijo:
- Mis queridos hermanos.
Agradezco la dadiva que
me hacen, más creo que
mama merece este bollo
más que yo. Siempre se
sacrificó por todos
nosotros y es justo que
gane este presente.
Los hermanos fueron
unánimes en concordar.
Entraron en casa y se
dirigieron a la cocina,
donde la madre preparaba
la humilde refección de
la tarde. Geraldo,
rodeado por los hermanos,
explico lo que estaba
aconteciendo y entregó
el bollo a la madre.
Con los ojos rasos de
lágrimas, la madrecita
miró a los hijos y habló,
sensibilizada:
- Beto, Reanto, Rosa y
Geraldo. Estoy muy
satisfecha con todos.
Ustedes demostraron hoy
que somos realmente una
familia, que nos amamos
mucho y que piensan unos
en los otros con olvido
de si mismos. Ustedes
aprendieron la lección
de Jesús que manda hacer
a los otros aquello que
nos gustaría que nos
hicieran. Estoy muy
feliz y papa, donde
este. Con certeza
también estará bastante
satisfecho.
Los hijos estaban muy
emocionados, y la madre
sonrió con cariño,
proponiendo:
- Y ahora vamos a cenar.
Después, repartiremos
fraternalmente este
lindo bollo y cada uno
comerá un pedacito.
Tía Celia
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