Hace
algún
tiempo llamó
la
atención
de todos
nosotros
en
Brasil
una
interesante
entrevista
presentada
por la
Red
Globo de
Televisión
en su
principal
programa
de
variedades
llevado
al hogar
en la
noche
del
domingo,
en el
cual un
conocido
cultivador
de la
buena
lectura
y dueño
de una
respetable
biblioteca
se
declaró
ateo.
Aunque
ya había
ultrapasado
la tira
de los
90 años
de edad,
el
entrevistado
dijo que
consideraba
lamentable
la
diminuta
duración
de la
vida, al
final de
la cual,
como el
lo
entiende,
todo se
reduce a
la nada,
a un
montón
de
huesos,
a algo
que no
tiene la
menor
gracia
o el
menos
sentido.
¿Por qué
un
individuo
tan
culto,
que ya
leyó,
según
sus
propias
palabras,
cerca de
7 mil
libros,
puede
cultivar
tal
escepticismo?
¿Será
que el
imagina
que la
compleja
estructura
del
Universo
y el
fabuloso
mundo
subatómico
se deben
el
acaso?
¿No verá
el en la
exuberancia
del
reino
vegetal
y en la
multi
diversidad
del
reino
animal
un valor
más alto
que el
de la
materia?
El
ateismo,
como
sabemos,
presenta
en el
mundo
un
número
ínfimo
de
partidarios,
más
ellos
existen.
¿Ciertamente,
en las
condiciones
que
vivimos,
no
debería
haber
espacio
para tan
apocada
y pobre
concepción
de las
cosas,
más que
se ha de
hacer?
Dijimos
que no
debería
haber
defensores
del
ateismo
porque
esa
concepción
constituye
solamente
una de
las
fases –
la
primera
– de la
historia
religiosa
de la
Humanidad.
Como en
efecto,
enseña
J.
Lubboch,
esta se
divide
en seis
periodos:
1º - el
ateismo;
2º - el
fetichismo
o
feiticismo
(vocablo
que vino
del
portugués
feitiço,
sortilegio);
3º - el
culto a
la
naturaleza;
4º el
exorcismo
(religión
de los
xamas,
brujos
profesionales);
5º - el
antropomorfismo;
6º - la
creencia
en Dios
creador
y
providencial.
Llamarse
ateo, de
ese
modo,
cultivar
el
ateismo
constituye
una
postura
anticuada
y no
cuadra
con las
personas
supuestamente
cultas,
que
deberían
entender,
de
conformidad
con la
ciencia,
que todo
efecto
tiene
una
causa y
que, el
hombre,
como
efecto
que es,
no
podría
existir
sin
haber
sido
creado.
La
existencia
de un
Creador,
por
tanto,
se
impone,
sea cual
sea el
nombre
que se
le de.
Considerar
corta la
duración
de la
existencia
humana
es un
equivoco
producido
por la
insuficiente
observación
de los
hechos,
por
cuanto
la
muerte
es un
hecho de
naturaleza
física
que dice
respecto
solamente
al
cuerpo
material
más no
atiende
al alma.
Está,
como a
sido
atestiguado
por
testimonio
de los
propios
“muertos”
continua
para
vivir,
para
estudiar,
para
progresar
lo que
fue
revelando
en
preguntas
realizadas
por
sabios
ilustres
del
porte de
Wuillian
Crookes,
Ernesto
Bozzano,
Cesar
Lombroso,
Alexandre
Aksakof
y tantos
otros.
Si el
preconcepto
cultural
impide
al
individuo
tomar
conocimiento
de esas
investigaciones
y de las
obras
que las
presentan,
seria
conveniente
que los
ateos
tuviesen,
por lo
menos,
el buen
sentido
de decir:
“Como me
gustaría
creer en
la
inmortalidad,
más
infelizmente
no tuve
acceso
a tal
información”,
añadiendo
los
motivos
que le
impidieron
ese
acceso.
Al
final,
en una
biblioteca
de 35
mil
títulos,
como es
mostrado
en la
entrevista
vinculada
por la
Red
Globo,
es
inconcebible
que
ninguna
de las
obras
pertinentes
al
llamado
Espiritismo
científico
allí se
encuentre.
Claro
que, no
admitiendo
nada
más allá
de la
materia,
los
cultores
del
ateismo
consideren
un
despropósito
la vida
humana y
sin
ningún
sentido
sus
desdoblamientos,
porque,
la
verdad
sea
dicha,
si la
muerte
constituyese
el fin
de todo,
ninguna
razón
habría
para que
estuviésemos
aquí.
La
muerte
no es,
sin
embargo,
el fin
de todo.
Ella no
pasa de
un
episodio
necesario
que
modela
nuestras
innumerables
existencias
en este
y en
otros
planetas
que
circulan
por el
espacio
infinito.
|