Jesús ya había resaltado
todas las advertencias
que él juzgó más
necesarias a los
discípulos y que debía
constituir la base de su
enseñanza, dirigido a
todos que lo quisieran
seguir.
En la parábola del
juicio, en que el Divino
Señor separa cabritos de
un lado y ovejas del
otro, dejó claro que el
único camino capaz de
resolver el problema de
la paz entre los hombres
era el de la caridad
porque “fuera de la
caridad no hay forma de
crecer.”
Insistió en eso con la
bella imagen expresada
en la recomendación de
que no dejásemos que
la mano izquierda
supiese lo que la
derecha estaba entregando al
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prójimo.
“¡No sepa la mano
izquierda lo que da
vuestra mano derecha!”
Significando eso que
no quedásemos
murmurando,
arrepentidos, sobre
todo el bien que
hubiésemos hecho a
nuestro semejante. Tal es el
caso que Machado de
Asís relata, del
comerciante rico y del
campesino en las tierras
heladas de Rusia.
“Cuando el caballo se
arrojó, el comerciante
pensó que fuese a morir.
Nada detenía su galope.
Si cayese fatalmente
moriría.
La cabeza golpearía las
piedras; inevitablemente
el traumatismo craneal y
la muerte al final. He
ahí que surge un
campesino ruso que,
valientemente, se
antepone al caballo, lo
agarra por el cabestro y
lo hace parar de correr.
¡Fue un milagro! El
comerciante, agradecido,
cogió de la cartera un
billete de mil rublos y,
muy agradecido, se lo da
al campesino. El infeliz
casi se cayó del susto.
¡Nunca vio un billete
como aquel! Y salió
saltando feliz, loco por
llegar a la casa y
mostrar a la mujer y a
los hijos la dádiva
recibida. ¡Mil rublos!
¡Una fortuna! |
El comerciante, al verlo
partir, comenzó a
pensar. “Creo que le di
demasiado dinero.
¿Mil rublos? ¿Por qué no
500? ¿O 200? Tal vez el
pobre estuviera feliz
con 100. o menos. ¿Quien
sabe, 10?... Él gana
cinco rublos por día...
Es... creo que acabé
dando demasiado dinero”.
Eso acostumbra a ocurrir
con la gente. En la hora
del entusiasmo la gente
da generosamente.
Después se arrepiente. Y
comienza a sufrir.
Ocurrió conmigo.
Nadie me invitaba para
ser padrino de un
casamiento.
Mi hermano era padrino
de todo el mundo. Yo ya
estaba acostumbrado. ¿Casamiento?
Ya sé: mi hermano estará
allí. Padrino de nuevo.
Yo ya estaba quedándome
acomplejado. ¿Será que
yo no sirvo para padrino
de boda? ¡Sorpresa! Un
día apareció uno. Me
quedé feliz.
Y prometí luego al
novio: “te doy una
nevera”.
Amigos, una nevera en
aquella época era un
gran regalo. Hoy, no.
Después que surgió la
Casa Bahía, ella
desmoralizó el regalo.
Cualquiera puede comprar
allí una nevera pagando
20 reais por mes. Pero
en aquella época no.
Me arrepentí después.
Pero tuve que cumplir lo
prometido. Y tuve
sufrimiento.
Más o menos como dice
Arthur Riedel, en su
librito admirable: “hay
personas que creen que
quien da a los pobres
presta a Dios, pero
acostumbran queriendo
saber lo que Dios va a
hacer con el préstamo”.
Un ciudadano pide un
real para comprar pan.
La gente lo da, pero
luego advierte: “Mire
allí, le estoy dando a
usted para comprar el
pan. No va a beber
aguardiente, ¿oyó?”
“A lo que se sabe,
después de Jesús no
apareció
nadie que resucitase
muertos”
Otros hay que dan una
ofrenda a la Iglesia, o
a una institución
benéfica y compran un
billete de lotería,
pensando que van a tener
la recompensa divina
mordiendo el primer
premio.
Otros dejan para dar en
la hora de la muerte,
cuando no tiene más como
disfrutar de la fortuna
acumulada, y la muerte
está tocando a la
puerta. Hacen, entonces,
un testamento dejando
tanto para el Hospital,
tanto para el Asilo,
tanto para el Orfanato,
tanto para la APAE. Lo
dejan porque no se lo
pueden llevar.
Ya nos había Jesús
advertido, también,
sobre la presencia,
siempre, en todos
los momentos de la
historia, de los
llamados falsos
cristos y falsos
profetas que,
utilizándose de la buena
fe de las personas, las
conducen para la
decepción y la
desventura. No sólo los
que se sirven de la
religión, conduciendo
personas como rebaños
inconscientes para
aventuras nefastas o
crímenes inimaginables.
Falsos cristos y falsos
profetas, también, en la
filosofía, en la
ciencia, en la política,
en la industria, en el
comercio, en la
educación, en la salud,
en todas partes.
Siempre los hubo.
Explotadores y
explotados.
Por eso nos recomendó
que fuésemos prudentes
como las serpientes y no
creyésemos en todos los
profetas, verificando
antes si ellos eran
profetas de Dios, por el
análisis de sus obras.
Nos exhortó que fuésemos
perfectos en todo lo que
hiciésemos. Tal como el
Padre, que es perfecto
en todo en lo que su
poder se manifiesta.
Esa perfección a que
Jesús se refería es una
perfección relativa.
Significa hacer todo lo
que nos cabe hacer de la
mejor manera posible. No
dejarnos nada sin hacer,
o hacer las cosas a la
mitad, por causa de la
prisa o de otro motivo
cualquiera. ¿Es para
hacer? Entonces hagamos
de la mejor manera que
nosotros sabemos.
Demos lo mejor de
nosotros. Mejor,
nosotros no sabríamos
hacer. Es eso lo que él
quiere de nosotros.
Como coronamiento, la
recomendación final:
“restituir la salud a
los enfermos, resucitad
a los muertos, curad a
los leprosos, expulsad
los demonios. Dad
gratuitamente lo que
gratuitamente
recibisteis”.
Un paréntesis sobre el
“resucitad a los
muertos”. En lo que
se sabe, después de
Jesús no apareció nadie
que resucitase muertos.
Parece que Pedro
consiguió eso una vez.
Hubo sí, después de
ellos casos de personas
aparentemente muertas
que, de repente, sin que
nadie participase del
hecho, volviesen a la
vida. La literatura
registra algunos casos.
Interesante es lo que
ocurrió con una figura
conocida en los medios
literarios. El Abad
Prevost, autor del
polémico libro “Manon
Lescaut”, ya estaba en
la mesa para el trabajo
de necrosis, cuando,
bajo el bisturí del
cirujano, readquirió las
energías vitales y acabo
salvándose.”
“Nadie puede hacer de la
mediumnidad profesión,
porque nadie es dueño de
los espíritus”
Otro caso patético es el
del celebre poeta Scotto.
Él era cataléptico. Fue
enterrado vivo durante
una crisis, en la
ausencia del siervo que
sabía de su dolencia.
Sacado de la sepultura,
sus familiares,
verificaron que murió
sofocado, habiéndose
mordido,
desesperadamente los
labios.
De muerte igual,
murieron médicos,
poetas, reyes y
emperadores, sin hablar
de los supuestos muertos
enterrados
apresuradamente en los
horrores de las
epidemias y de las
guerras.
Emmanuel, en Renuncia,
nos habla sobre el drama
que fue, en la Francia
del Siglo XVII, la
llegada de varicela a
los hogares franceses.
No se esperaba que la
persona muriera. Se
enterraba después con
miedo de arrastrar la
enfermedad. Mucha gente
fue enterrada viva.
Kardec aprovechó la
recomendación de Jesús
y, en el mismo capítulo
XXVI, trató de las
oraciones pagadas,
recordando la
advertencia del Maestro
sobre el mal hábito de
los escribas que, a
pretexto de orar,
devoraban las casas de
las viudas.
Trató aun del episodio
de la expulsión de los
que vendían cosas dentro
del Templo, en una falta
de respeto flagrante a
la Casa del Señor.
Pero el gran mensaje del
capítulo es para el
comportamiento de los
médiums. Ningún médium,
de ninguna forma, sea
por el motivo que fuera,
debe obtener ventaja
financiera o social del
don que Dios le dio para
la utilización en su
trabajo a favor de la
Humanidad.
Nadie puede hacer de la
mediumnidad una
profesión. Por una razón
muy simple. Nadie es
dueño de los espíritus.
Ellos son
independientes. Vienen
cuando quieren y cuando
pueden. No hay fuerza
humana capaz de
garantizar una
comunicación. Fue
gracias al mediunismo
profesional que
proliferan casos de
fraudes que tanto mal
hicieron a la
divulgación y aceptación
de la Doctrina.
Humberto de Campos nos
cuenta la historia
dramática de un médium
brasileño.
Azarias era mecánico de
automóvil. Gran mecánico
y notable médium. Como
siempre ocurre, en torno
del médium así, nace la
adoración y abundan
frecuentadores
insaciables. Personas
interesadas en el favor
de los espíritus
envuelven al médium y lo
elogian, y regalan, y
adulan y acaban por
volverse dueños de
ellos. Quieren
utilizarlos, por eso, a
cualquier hora. Se va la
disciplina. Con Azarias
se dio que los dichos
“hermanos”, para tenerlo
permanentemente a su
disposición, lo sacaron
del empleo y le dieron
un salario. Cada hermano
comparecía con una
parcela del salario
ajustado. Al principio
funcionó. Con el tiempo,
uno deja de contribuir;
después otro; después,
otros más y de ahí en
breve está Azarias sin
ayuda de los
patrocinadores y sin el
empleo que perdió. Las
dificultades, rápido,
tocaron a su puerta.
Falta comida en casa. La
luz, no se paga, se
apagó. El alquiler
también. Y las
dificultades se
instalaron. Hasta que
Azarias acepta el primer
pago. Después otro, otro
más. En poco tiempo la
desmoralización y el
abandono. Los propios
compañeros que tanto lo
adularon antes y que, al
final, fueron los
principales responsables
por su derrota, son los
que ahora hablan mal de
él abiertamente. La
obsesión se instala. Y
el final amargo se
aproxima.