En la abertura
del Sínodo de
los Obispos,
realizado en el
inicio de
octubre en Roma,
el papa
Benedicto XVI
dice que los
hombres de la
actualidad
quieren vivir
sin Dios, lo que
vuelve a la
sociedad más
confusa y más
infeliz. El
pontífice parece
asustado con la
disminución de
la influencia de
la Iglesia
Católica en
nuestro mundo.
En el artículo
publicado en el
Periódico de
Brasil,
edición de
6/10/2008,
escribe Mauro
Santayana: El
siglo 20 fue el
más difícil de
su Historia,
porque la
jerarquía no
supo oír al
apóstol que
Cristo envió al
Vaticano, en la
figura admirable
de Ângelo
Roncalli. El
Concilio,
convocado en
1962 por los
campesinos de
Bergamo, fue la
gran oportunidad
para que la
Iglesia volviese
a las pisadas de
Cristo dejadas
en los caminos
de Palestina,
pero sus
sucesores las
perdieron. A
pesar de las
memorables
encíclicas
(sobre todo la
Pacem in Terris),
que volvían a
las
preocupaciones
del Evangelio, y
trajeron otra
buena nueva al
mundo, el
Vaticano fue
abandonando,
paulatinamente
la doctrina de
Juan XXIII, y
combatiéndola,
sin
complacencia, en
el cuerpo de la
Iglesia. El
propósito que él
pretendía tomó
otro rumbo.
Roncalli, que
conversa con los
dos lados del
mundo – con
Kennedy y con
Khruschev –
tenía los ojos
en los pobres.
Como sucesor del
pescador Pedro,
la misión que se
le atribuyó era
la de,
mansamente,
recordara a los
católicos que el
Cristianismo no
se limitaba al
padre-nuestro,
sino que exigía
volver al Cristo
que multiplicaba
panes y peces y
perdonaba a la
adultera”.
Prosigue el
artículo: “Uno
de los grandes
secretos del
extraordinario
conductor de la
Iglesia fue su
afecto real para
con todos. Hace
días, el gran
hombre público
brasileño Waldir
Pires contaba a
este columnista
la visita que
hizo, como
diputado
federal, al
vaticano, en
compañía de su
mujer, Yolanda,
entonces
embarazada. El
protocolo
determinaba que
las mujeres se
arrodillasen
delante del
papa, y cuando
él se aproximaba
al grupo,
Yolanda comenzó
a inclinarse
para cumplir el
rito. Juan XXIII
corrió en su
dirección y,
cogiéndola por
los brazos, le
impidió la
genuflexión.
Después de
algunas frases
cariñosas, le
bendijo el
vientre. Es lo
que habría hecho
Cristo, podemos
imaginar”.
La conclusión
del conocido
periodista es
que, si Dios y
los hombres se
distancian hoy,
mucha de esa
responsabilidad
es del Vaticano.
“La jerarquía
católica no
quiso encontrar
– a no ser en el
brevísimo Albino
Luciani – que
estuviese
dispuesto a
continuar los
esfuerzos de
Juan XXIII para
devolver a la
Iglesia a
Cristo. Con
Karol Wojtyla,
la Iglesia salió
de en medio de
los pobres, y
los entregó a
las sectas
pentecostales.
Rematando el
artículo,
Santayana
observó: “La
Iglesia está
pidiendo un
nuevo y gran
papa, que la
salve y, al
salvarla, ayude
al hombre del
Occidente a
restablecer sus
compromisos con
la Creación. Por
lo que hemos
visto, no será
el papa
Ratzinger el
predestinado a
promover esa
revolución
necesaria”.
*
El análisis
contenía en el
artículo ahora
examinado
explica, por lo
menos en parte,
lo que fue dicho
en este espacio
en el editorial
de la semana
pasada. Motivos
existen, y en
gran número,
para la
reducción de las
vocaciones y el
vacío de los
templos
católicos.
Es preciso, por
tanto, un
esfuerzo muy
grande para
fortalecer la fe
en nuestro Padre
Creador, una
necesidad vital
para que el
mundo se
transforme y
podamos cumplir
los compromisos
que Él espera
que cumplamos.
Al final, van
volviendo al
mundo de paseo y
todos tenemos
dos mitades
clarísimas a
alcanzar. Una
nos dice al
respecto de
nuestro
perfeccionamiento
personal; la
otra tiene que
ver con el
progreso general
y con la parte
que nos cabe en
la obra de la
Creación.
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