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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 - N° 85 - 7 de Diciembre del 2008

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


Espíritu navideño

 

Estaban en el mes de diciembre. Los últimos días de aulas traían alegría a los alumnos porque representaban la llegada de las vacaciones, las fiestas de final de año, viajes y diversiones. Pero también traían cierta tristeza, pues la convivencia diaria con los colegas a que estaba acostumbrado y que les daba tanto placer, dejarían de existir.

Al cierre del año de actividades, al despedirse de sus alumnos, la profesora habló sobre la Navidad, explicando la importancia de la venida de Jesús al mundo, y concluyo diciendo:

- Nunca os olvidéis que el espíritu navideño  representa, sobre todo, repartir lo que tenemos con el prójimo, incluso aunque sea poco. Eso es lo que el Maestro espera de nosotros: que podamos obrar como verdaderos hermanos.

Nico se quedo con aquellas palabras en la cabeza.

¿Qué tendría él para repartir con alguien? No era rico. Al contrario, era de familia bien pobre. Las ropas y calzados que usaba le eran necesarios. El no tenía juguetes. Se acordó de los libros escolares que ya no le servirían más. Sí, podría donarlos a algún niño pobre.

Sonrió con esa idea. Encontró algo para repartir.

Íntimamente, sin embargo, no se sentía satisfecho. Dando los libros escolares a alguien, no estaría repartiendo nada, ¡y solo daría algo que no le haría falta! En aquel gesto suyo estaba faltando alguna cosa...

Algunos días después, ya bien próximos a la Navidad, fue a visitar a su abuelo y le regalo una moneda. ¡Una bonita moneda!

- ¿Que haría con ella?  ¡Ya se! voy a comprar aquel perrito caliente que siempre soñé comer y que nunca pude.

Nico salió corriendo rumbo a “aquella” barraquita de perritos calientes que el tan bien conocía de tanto oír a las personas elogiarla.

Pidió el sándwich y, lleno de ansiedad, ya con el agua en la boca, mal podía esperar que estuviera listo. Aumento el maíz y todo a lo que tenía derecho, y se acomodo en el bordillo para apreciarlo debidamente.

Satisfecho, respiró hondo y abrió bien la boca para dar el primer bocado. En ese instante, vio a su lado, también sentado en el bordillo, a un negrito sucio y harapiento, cuyos ojos hambrientos no se despegaban de su sándwich.

Nico, al principio, intentó no dar atención al niño. Pero aquellos ojos de mendigo lo incomodaban.

En aquel momento, se acordó de las palabras de la profesora el último día de aula, y entendió finalmente lo que ella quería decir. 

Se levanto y, poco después volvió con el perrito caliente dividido por el medio. Entregó una parte para el niño, que se lo agradeció con una enorme sonrisa, y el se quedó con la otra. 

Y juntos, lado a lado, saborearon el delicioso sándwich.

Jamás Nico había experimentado tal sensación de bienestar y de felicidad. La gratitud del niño de la calle tenía para el un sentido tan especial.

Finalmente entendió lo que era el espíritu navideño. El consiguió renunciar, dividiendo algo que deseaba mucho. Repartió el pan con alguien aún mas necesitado que el, y tenía seguridad de que Jesús aprobaba su gesto. ¡Ni sabía el nombre del negrito! ¿Pero qué importancia tenía eso?

Se volvió para el niño que lo miraba con ojos brillantes y llenos de alegría. Sonrieron. Había ganado un nuevo amigo.

- ¡Feliz Navidad! – exclamó satisfecho.

- ¡Feliz Navidad! – repitió el niño.

Y se abrazaron contentos. 

                                                                  Tía Célia 

 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita