Cada vez que
comienza un
nuevo año nos
viene a la mente
el episodio
provocado en la
ciudad de
Maringá, al
Norte del
Paraná, por un
conocido líder
evangélico que
anunció durante
meses seguidos
que el mundo se
acabaría entre
los días 24 y 31
de Diciembre de
aquel año, sería
entonces cuando
Jesús se
llevaría consigo
a sus fieles
seguidores. El
año en curso era
1999 y el tercer
milenio se
anunciaba para
después.
Cuando el asunto
se hizo público
por todo el
Estado, los
órganos de
comunicación
espíritas
alertaron a la
sociedad de los
peligros y los
prejuicios
relacionados con
este tipo de
predicación.
Claro que aquel
no fue la
primera vez que
actos semejantes
ocurrían en el
mundo, y
ciertamente no
sería la última,
por que las
personas
ingenuas y sin
cultura son
engañadas por
los que tienen
la palabra
envolvente.
Innumerables
fieles de esta o
aquella
religión, no
saben leer, y si
saben, no
cultivan el
hábito de la
lectura y se
vuelven, así,
presas fáciles
de los líderes
que buscan, en
verdad, otra
cosa y no
aquello que sus
seguidores
ingenuamente
piensan.
Jesús advirtió,
en el llamado
sermón
profético, que
muchos falsos
profetas se
harían oír en el
mundo, y fue de
hecho, lo que
ocurrió.
Llegado el mes
de Diciembre de
1999, el pastor,
evidentemente,
no esperó el día
fatídico
anunciado con
tanta pompa,
atribuyéndolo a
una revelación
recibida del
propio Espíritu
Santo. Al el
principio del
mes, semanas
antes del “fin
del mundo” por
él predicho, el
pastor
desapareció,
llevándose
consigo a su
esposa y dejando
sin timón a los
fieles de su
iglesia, de la
cual era el
líder máximo.
Días después,
envió desde
Londres una
carta de
renuncia al
cargo de
presidente de la
institución que
ocupara durante
25 años.
Divulgada la
noticia,
millares de
fieles se
movieron para
recibir
informaciones
sobre el pastor,
cuya actitud
dejó atónitos
hasta a sus
mismos
compañeros de
dirección, que
no sabían, en el
primer momento,
si las finanzas
de su iglesia
habían sido
afectadas.
Muchos
afiliados, sobre
todo después de
que fueran
conscientes de
que el dinero de
la institución
también
desapareciera,
los sucesores
del pastor
procuraron
excluir a la
institución de
la
responsabilidad
sobre la infeliz
predicción. “Por
lo menos tenemos
que pedir
disculpas a los
fieles por haber
caído en una
actitud
desastrosa, de
lo que decía ser
una profecía”,
declaró uno de
ellos en la
época.
La Orden de los
Pastores
Evangélicos de
Maringá
igualmente
condenó la
actitud del
líder que huyó.
“Nuestra
indignación es
para la manera
en que las
personas fueron
usadas”, dijo
Nilton Tuller,
uno de los
fundadores de la
Orden. “La
Biblia dice que
al fin de los
tiempos habría
falsos profetas
y él es uno de
ellos”.
Al año siguiente
el pastor volvió
de Inglaterra e
intentó reasumir
el mando de su
iglesia, pero
sus padres se lo
impidieron. Él
no se conformó y
fue a los
tribunales, sin
solución. Fundó
entonces una
nueva iglesia,
que, como si
nada hubiera
ocurrido, ya se
expandió en la
misma región en
la que tantos
fueran
engañados. No
hubo petición de
disculpas y
nadie resarció
los perjuicios
ocasionados a
aquellos que
vendieron casas,
campos y coches,
preparándose
para el “fin del
mundo” que acabó
no ocurriendo.
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