Fabio da Silva,
hoy con 31 años,
es uno de los
muchachos que
escaparon, 15
años atrás, de
la carnicería de
Candelaria,
ocurrida en
1993. El llamado
acaso – vocablo
que André Luiz
pide sea
excluido de las
reflexiones de
los espíritas –
hizo que en la
fecha del
lamentable
episodio él
fuese a pasar la
noche en otro
lugar.
El caso Fabio da
Silva apareció
en los medios
por causa del
secuestro de un
autobús ocurrido
en la Zona Sur
de Rio de
Janeiro en junio
del 2000, cuyo
final, exhibido
por las emisoras
de televisión,
redundó en la
muerte de la
profesora Geisa
Firmo Gonçalves
y de su
ejecutor, el
joven Sandro do
Nascimento, ex
colega de Fabio
y también
sobreviviente de
la carnicería
que hizo a la
Candelaria
mundialmente
famosa.
El secuestro es
el tema central
de la película
“Última Parada
174”, de Bruno
Barreto, lanzada
en octubre del
año pasado en
nuestro país, en
el cual la vida
de Sandro do
Nascimento, 20
años en la
época, es el
foco.
La violencia
observada en el
caso de la
profesora Geisa
y mostrada en la
película
conmovió a la
nación entera y
reencendió un
antiguo debate
acerca de la
necesidad de
instituir en
Brasil la pena
de muerte,
porque solamente
el recelo de la
muerte –
entienden los
defensores de la
idea – sería
capaz de poner
un freno a la
onda de
violencia que ha
crecido de forma
incontrolable en
nuestro país.
En la época de
esos
acontecimientos,
Fabio ya no
vivía en las
calles, pues
conseguía con el
tiempo ajustarse
a la sociedad y
asegurar con su
trabajo el
propio sustento,
cosa que,
infelizmente, no
se dio con
Sandro que, en
un momento de
total
desequilibrio,
sesgó la vida de
una joven que el
jamás vio y que,
evidentemente,
no podía ser
odiada por el.
El reportero de
una importante
revista preguntó
a Fabio el
motivo de haber
el salido de
casa para vivir
en la calle,
hecho que se dio
cuando Fabio
tenía sólo 7
años. “Fue
después del
suicidio de mi
padre”, explicó
el muchacho. “El
saltó del 17º
piso de un
edificio.”
Después la madre
murió del
corazón y, sin
nadie que los
pudiese
mantener, los 11
hermanos se
perdieron.
Historias como
la de Fabio
están en la raíz
de muchos casos
semejantes al de
Sandro, el
criminal que
gran parte de la
sociedad
brasileña, sin
mayores
cuidados,
desearía poner
en la silla
eléctrica, si la
Constitución y
el Código Penal
Brasileño así lo
autorizasen.
Es preciso
entender, no
obstante, que
las almas
débiles como la
de Sandro
necesitan más de
médico que de
verdugo, más de
afecto que de
golpes.
La violencia
tiende a generar
más violencia.
El afecto, el
cariño,
comprensión y
apoyo generan,
al contrario,
equilibrio y
armonía,
predisponiendo
al individuo a
enfrentar con
serenidad los
momentos
difíciles, que
no son pocos en
el mundo en que
vivimos.
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