Geraldito andaba sin
destino por las calles,
golpeando piedras.
Al volver una esquina,
se encontró con un gran
cartel colorido donde se
veía un león y un
domador.
- ¡Opa! ¡El circo llegó!
Geraldito siempre tuvo
gran atracción por los
circos, pero
difícilmente aparecía
algún en su pequeña
ciudad.
Inmediatamente el niño
revisó los bolsillos de
las bermudas a ver si
encontraba alguna
moneda. Nada. Sólo
algunas figuritas, una
piedra grande bien
pulida y un tirachinas.
- ¿Cómo voy a hacer para
ir al circo?
Pensó un poco y
descubrió:
- Ya sé. Voy a pedir
dinero a mi madre.
Volviendo para la casa,
Geraldito habló con la
madre, que respondió:
- Sí te lo doy, hijo
mío. Antes, sin embargo,
necesito que tú me
ayudes barriendo el
huerto.
- ¿Barrer el huerto?
¿Trabajar? ¡Ni pensar!
Geraldito fue hasta la
mercería de la esquina,
donde el señor José era
muy amigo suyo.
- Señor José, ¿podría
prestarme una moneda?
Quiero ver el
espectáculo del circo y
no tengo dinero.
- ¿Cómo no, Gerardito?
Te daré la moneda si tú
me haces un favor. El
empleado no vino hoy y
tengo algunas entregas
que hacer. ¿Podrías
hacerlas para mí?
El niño, muy
desilusionado fue
saliendo
disimuladamente:
- Infelizmente no puedo,
señor José. Tengo que
estudiar.
Volviendo para la casa,
Geraldito pasó por
delante de la residencia
de doña Lucía, una
vecina muy buena y
simpática. Como ella
estaba barriendo la
acera, el niño se
atrevió a pedirle una
moneda prestada.
- ¡Claro, Gerardito! Te
daría la moneda, ¡pero
estoy tan atareada hoy!
Mi ayudante está enfermo
y necesito de alguien
que me ayude a arrancar
las matas del jardín. Si
tú me hicieras ese
favor, prometo darte
una, no, dos monedas.
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Decepcionado, el chico
respondió:
- Infelizmente, doña
Lucía, ahora no puedo.
Mi madre está
esperándome. ¡Hasta
luego! – y se fue.
Gerardito era así. No le
gustaba hacer nada y las
personas conocidas
sabían eso.
Afligido, el niño veía
que pasaba el tiempo sin
conseguir |
recursos para ir
al circo. |
Por la noche, se
aproximó al lugar donde
estaba el circo montado.
La lona, toda estirada
parecía un balón; el
nombre, en letras
grandes y luminosas,
intermitentes,
invitándolo a entrar.
¿Pero cómo?
Gerardito pensó que si
hubiese hecho algún
trabajo, cualquier
trabajo, tendría la
alegría de asistir al
espectáculo, pero ahora
era tarde. Esa sería la última
|
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función y, al
día siguiente,
la lona estaría
desarmada y los
camiones rodando
por la
carretera. |
Se sentó en el bordillo
observando el movimiento
de personas y coches que
iban y venían.
En eso, una señora
anciana se resbaló y
cayó al suelo. La bolsa
que cargaba se abrió y
el contenido se esparció
por la calzada.
Apenado, el chico se
levantó inmediatamente y
la ayudó.
- ¿La señora está bien,
abuela? – preguntó
atento.
- Estoy bien, hijo mío,
no fue nada. Gracias a
Dios, no me herí.
Quedaré dolorida por
algunos días, pero sólo
eso.
El niño la ayudó a
levantarse y, después,
recogió las cosas de
ella que habían caído en
el suelo, colocando todo
dentro de la bolsa.
Rehecha del susto, la
señora pidió a Gerardito
que la ayudase a
atravesar la calle.
Notando que la bolsa era
muy pesada, él se
ofreció:
- Haré más, abuela. Voy
a acompañarla hasta su
casa y cargaré la bolso
- ¡Cuanta amabilidad!
Pero no quiero molestar,
hijo mío. Con seguridad
tú tienes otra cosa que
hacer…
Pensando en el circo, el
niño suspiró, afirmando:
- No... Nada tengo que
hacer.
Gerardito llevó a la
señora hasta el portal
de la residencia y se
despidió. La viejita
abrió la bolsa y,
cogiendo una linda
moneda, se la entregó al
chico:
- Agradecida, hijo mío.
Mira, esto es para ti.
Compra lo que quieras.
¡Y ven a visitarme
cualquier día de estos!
Sorprendido, Gerardito
miró la moneda
depositada en la palma
de su mano. Era
exactamente lo que
necesitaba para comprar
la entrada al circo.
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Cuando menos lo
esperaba, recibió lo que
tanto quería. Gerardito
comprendió que, como
ayudó a la viejecita,
también fue ayudado.
Comprendió también que,
si deseamos alguna cosa,
tenemos que esforzarnos
para obtenerlo. Que, en
la medida en que damos,
recibimos a cambio.
Así, Gerardito compró la
entrada y, en aquella
noche, se divirtió al
poder asistir al
|
espectáculo del
circo. |
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Tía Célia
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