Los
fundamentalistas
tienen delante
de si, en la
actual coyuntura
del mundo en que
vivimos, un
plato lleno. En
efecto, lo que
se vio en el
planeta en los
últimos cuatro
años –
maremotos,
tsunamis,
volcanes,
huracanes, gripe
aviar, fiebre de
La Oroya, fiebre
aftosa y
terremotos
numerosos, como
el ocurrido
recientemente en
Áquila, en
Italia – parece
indicar que
estamos próximos
del cuadro
descrito por
Jesús en el
conocido sermón
profético, que
el evangelista
Mateo reprodujo
en el cap. 24,
versículos 3 a
14, de su
evangelio.
Recordemos,
antes de
proseguir,
algunos
conceptos:
Maremoto: es un
seísmo en una
región cubierta
por un océano.
Es ocasionado
por el
dislocamiento de
las placas
tectónicas, que
son bloques en
que la
superficie
terrestre está
dividida. Los
grandes
maremotos
producen olas
gigantescas
llamadas
tsunamis, que se
transfieren por
kilómetros a
alta velocidad.
A veces esas
olas alcanzan
islas y costas
de los
continentes,
provocando
destrucción
material y
muertes en los
lugares
habitados. Las
olas originadas
pueden alcanzar
más de 30 metros
de altura. El
termino maremoto
es, muchas
veces, indicado
como sinónimo de
tsumani, no
obstante esa
asociación es
incorrecta, ya
que tsunami
corresponde a un
efecto probable
de un maremoto.
Tsunami: es una
ola o una serie
de ellas que
aparecen después
de
perturbaciones
abruptas que
desvían
verticalmente la
columna de agua,
como por
ejemplo, un
seísmo,
actividad
volcánica, una
abrupta
desviación de
tierras o hielo
o debido al
impacto de un
meteorito dentro
o cerca del mar.
Huracán: especie
de ciclón, una
ventana
devastadora;
tempestad,
tifón. Fenómeno
común en América
Central,
Florida,
Pacífico (Sur y
Nordeste) y
Atlántico Norte,
donde se
caracteriza por
vientos que
llegan a
alcanzar el
número 12 en la
escala de
Beaufort. El
número de hechos
de huracanes ha
aumentado y su
posible causa es
el calentamiento
del planeta, por
cuanto, según
los
especialistas,
es preciso para
que ellos
ocurran, que las
aguas del océano
alcancen 26
grados en una
profundidad de
45 metros.
Fiebre de La
Oroya: dolencia
típica de la
región de los
Andes, causada
por una bacteria
de nombre
bartonella, que
se ha
manifestado en
regiones más
bajas, más
apartadas de su
ambiente
original. Esa
dolencia es uno
de los ejemplos
de cómo ciertos
microorganismos
pueden
extenderse por
el mundo y
alcanzar a
individuos
situados a
kilómetros de
distancia de su
hábitat.
Fiebre aftosa:
enfermedad común
al ganado bovino
y cerdos,
provocada por un
virus de la
familia de los
picornavirus,
que sólo
raramente
alcanza al
hombre y que se
transmite por
heridas en la
piel y, en pocos
casos, por la
ingestión de
leche cruda. La
dolencia se
caracteriza por
aftas, fiebres y
lesiones
purulentas en la
piel.
Si los primeros
son hechos
extraños al
territorio
brasileño, la
fiebre que
recientemente
acometió al
ganado brasileño
acarreó
consecuencias
dañinas para
nuestro pueblo,
ya que en las
regiones en que
la actividad
económica se
basa en la
ganadería los
negocios quedan
parados, el
desempleo
alcanzó a
millares de
personas y la
economía vio
desaparecer las
voluminosas
divisas que
vendrían de la
exportación de
la carne y de
sus derivados.
Es evidente que
en muchos de
esos hechos es
visible la
acción u omisión
del hombre. La
agresión al
medio ambiente y
sus efectos han
sido denunciados
hace mucho
tiempo. Es
preciso, con
todo, considerar
que buena parte
de esos
fenómenos nada
tienen que ver
con las acciones
actuales del
hombre. Son,
antes,
consecuencias de
errores o
desmanes
cometidos en el
pasado, los
cuales, en
virtud de la ley
de acción y
reacción que
rige la vida en
el planeta,
habrían de
presentar, más
pronto o más
tarde, sus
efectos.
En el sermón
anotado por
Mateo, Jesús
habla de los
manipuladores de
la fe que
vinieron a
engañar a
muchos, alude a
guerras y los
rumores de
guerras,
advierte que
hambre, pestes y
terremotos
ocurrirían en
diversos lugares
y, en una
ante-visión
extraordinaria
de los tiempos
en que vivimos,
afirma que la
iniquidad se
multiplicaría a
tal punto que el
amor de muchos
se enfriarían.
Aquel, sin
embargo, que
perseverase
hasta el fin
sería salvado y
el Evangelio
sería, en fin,
predicado en
todo el mundo.
Solamente
entonces es que
se daría el fin
– no el fin del
planeta pero
ciertamente el
fin del mundo
viejo, poblado
de individuos
orgullosos,
egoístas,
violentos y
corruptos, los
cuales no
tendrían más la
oportunidad de
reencarnar en la
Tierra, en
virtud del
principio, por
él también
enseñado, de que
este planeta
será un día
heredado por los
mansos.
Obviamente,
delante de las
víctimas y de
los millares de
desalojados de
Áquila, lo que
nos cabe hacer
es, en primer
lugar, orar al
padre y pedirle
que los ampare,
para que de
nuevo la paz y
la alegría
vuelvan a los
hogares de todos
aquellos que
directamente o
indirectamente
fueron
alcanzados por
un flagelo más
que abatió al
planeta. Y, en
segundo lugar,
que podamos
aplicar todas
las fuerzas a
nuestro alcance
capaces de
remover o por lo
menos atenuar
flagelos
semejantes
previstos para
ocurrir en el
mundo en que
vivimos.
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