Rafael era un niño muy
nervioso. De esos que no
paran un minuto.
Desde pequeño daba mucho
trabajo a los padres,
que vivían teniendo que
protegerlo a cada
instante.
Siendo así, con todos
los cuidados, Rafael
cumplió ocho años y ya
se había roto la pierna
dos veces, salido el
hueso del brazo, herida
la cabeza dos veces
llevando varios puntos.
Eso sin contar las
caídas, los arañazos y
los sustos.
¡Uf! ¡Cuidar de Rafael
no era tarea fácil!
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Siempre tenía a alguien
gritando: |
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- ¡Cuidado, Rafael!
La madre le recomendaba
con cariño:
- ¡Hijo mío, no corras
tanto!
- ¡Mira para el agujero!
- ¡No atravieses la
calle! ¡Mira la señal
roja!
¡Pero qué! Rafael
siempre apresurado, no
prestaba atención.
Un día volviendo de la
escuela, Rafael vio a un
amigo del otro lado de
la calle y no lo pensó.
Corrió para encontrarlo.
La madre, que caminaba a
su lado, no consiguió
detenerlo. Sólo
consiguió gritar.
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- ¡No, Rafel!... ¡Mira
el coche!
Sin embargo, no dio
tiempo. El vehículo
consiguió frenar a
tiempo. El conductor,
asustado al ver al niño
atravesar la calle
corriendo, aun desvió el
coche, tirando a Rafael
al suelo.
Fue aquel desorden.
Alguien llamó a la
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ambulancia, que llevó al
niño para el hospital. |
Rafael permanecía
dormido. Se golpeó la
cabeza en el asfalto y
estaba inconsciente.
Felizmente no ocurrió
nada grave.
Mientras, Rafael notó
que estaba en un lugar
diferente. Miró
alrededor y lo vio todo
bonito.
En ese momento se
aproximó un jovencito
todo reluciente. Serio,
miró para Rafael y le
dijo:
- Por poco tú no
conseguiste volver más
pronto.
- ¿Yo? ¿Volver para
donde?
- ¡Para el mundo
espiritual! ¿No es eso
lo que has intentado
siempre? – pregunto el
jovencito.
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El niño respondió,
aterrorizado: |
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- ¡No!... ¡No quiero
dejar a mi familia, la
escuela, mis amigos, mi
cuerpo!
Sereno, el muchacho
consideró:
- Entonces, ten más
cuidado, Rafael. Cuida
bien tu cuerpo,
protégelo de peligros.
El es un gran amigo que
tú tienes y también tu
mayor tesoro en esta
vida. Evita volver más
pronto porque la
responsabilidad será
tuya.
En ese momento, Rafael
despertó en el hospital.
Pronto vio las caras
preocupadas del padre y
de la madre. Felices por
verlo despierto, ellos
lloraban.
- ¡No lloréis! – dijo él
– Os prometo que, de
ahora en adelante,
tendré más cuidado.
Y contó a los padres la
conversación que tuvo
con el muchacho
luminoso, y ellos
entendieron lo que había
ocurrido con Rafael
mientras estada dormido.
Era la respuesta del
Señor a sus oraciones.
Juntos, elevaron el
pensamiento en oración,
agradeciendo a Dios.
A partir de ese día,
Rafael se transformó en
otro niño.
Continuaba siendo un
niño, saltaba, jugaba a
la pelota y se divertía
como cualquier otro niño
de su edad, sin embargo
tenía más cuidado y
respeto por su cuerpo y
por su vida.
Tía Célia
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