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Año 3 107 – 17 de Mayo del 2009

ROGÉRIO COELHO
rcoelho47@yahoo.com.br   
Muriaé, Minas Gerais (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Ensayo sobre las raíces de las incoherencias doctrinarias

 El Espiritismo es una síntesis de los esfuerzos humanos para la comprensión del mundo y de la vida

 (Parte 2 e final) *

“La fe religiosa, impuesta por la autoridad y la tradición, Se derriten
como cera frágil, al fuego de la razón.”

- Herculano Pires

Según Herculano Pires (1),

“(...) Los mitos del “horizonte agrícola” (2) ejercen aún poderosa influencia en nuestro mundo. Eso contribuye para la mala fama de las religiones, en base de los estudiosos de historia, y más aún, de los que tratan de la mitología. Osiris, por ejemplo, como típico dios agrario, parece constituir una prueba de los orígenes míticos del dogma    de   la   resurrección.   Cuando   los   cristianos

proclaman la resurrección de Cristo, los estudiosos sonríen con desdén, recordando la resurrección de Osiris.

 

Veamos por qué: Osiris, hijo de la Tierra y del Cielo, crece, tiene vigor, esplendor, y entonces es cortado, dividido al uso, y por fin enterrado. Pero de la tierra, como las semillas, Osiris renace, para comenzar un nuevo ciclo, semejante al anterior. Muerto y descuartizado por Set,  su hermano, es resucitado por su esposa y hermana, la diosa Isis, a través de rituales especiales. Está bien visible la analogía agraria. Osiris es como el trigo, que tras la cosecha sufre la deshoja, vuelve a ser enterrado en la siembra, y por fin renace. A veces, asociado al Nilo, es un dios fluvial. Crece con la inundación, declina y muere en la sequia, pero después resucita y hace nazcan las plantas, con el poder mágico de las aguas.

Osiris, dios-fluvial, está naturalmente conectado al cultivo de la tierra. En su aspecto fluvial, sin embargo, nos presenta un elemento nuevo, que es la magia del agua. Vemos en él el “agua pura”, que sirve para purificar la tierra seca, estéril, polvorienta, y con ella los hombres y los animales; el “agua de la renovación”, usada anchamente en las abluciones sagradas y utilizadas en las formas bautismales, como en el caso clásico de Juan Bautista; y, por fin, el “agua fecundante”, que representa la virilidad del dios-fluvial, fecundando la tierra.

El dogmatismo religioso no consigue hurtarse así al impacto de esas comparaciones. Solamente la “fe razonada”, como quería Kardec, puede enfrentar serenamente ese análisis histórico, sin perderse en la negación o extraviarse en la duda. De otro lado, la razón escéptica, por más cultivada que sea, no consigue penetrar la esencia del mito agrario. Así como la fe necesita de la luz de la razón, esta luz, por su parte, necesita del pabilo de la fe.

El Espiritismo demuestra que el mito agrario es esencialmente analógico, nace del poder comparativo de la razón. Ese poder asimiló, desde a era tribal, la resurrección humana, demostrada por los hechos mediúmnicos, a la resurrección vegetal. Sin la prueba material de la existencia del Espíritu, de la supervivencia del hombre, el mito agrario se reduce a su aspecto analógico, no dejando percibir los motivos profundos de la analogía. De ahí la incredulidad y la sonrisa irónica de los “sabios”, que en la Verdad debían esperar para sonreír más tarde, una vez que los que ríen por último ríen mejor.

De la impregnación mítica del pensamiento religioso

Agrario, también, es el mito de la Virgen-Madre, que adquiere amplitud social y política en la doctrina de la teogamia egipcia. La tierra, diosa-madre, es virgen antes y tras el parto, pues no sale maculada de la fecundación y está siempre en estado de pureza. Fecundada por el dios celeste, florece en las meses, embalando en su apego materno al Mesías, o sea, el dios-solar, que trae la luz, la Vida y la abundancia de las cosechas después del invierno. El mito agrario de la Virgen-Madre tiene aún su aspecto astronómico, a la semejanza de todos los dioses-agrarios, una vez que la Tierra y el Cielo se conjugan en el misterio de la fecundación. La constelación de la Virgen es la primera en aparecer en el Cielo, después del solsticio del invierno. De ella nace el Sol, el Mesías. Y la constelación continúa virgen, después del nacimiento. La palabra “mese”, como se ve, tiene un gran poder mítico: de ella derivan el nombre del Mesías y del culto que le atribuyen, más tarde representado en la liturgia de la misa.

Así también el misterio del pan y del vino. El pan representaba en los misterios griegos la diosa Demeter, o  Ceres para los romanos, madre de los cereales. El vino representaba Baco o Dionísio, dioses de la alegría, de la vida, y, por lo tanto del Espíritu. Comer el pan y beber el vino era simbolizar la fecundación de la materia por el poder del Espíritu. La materia impregnada por el poder del Espíritu era representada, en las ceremonias religiosas paganas, por el pan embebido de vino. Cuando los hebreos llegaron a Canaán encontraron esa práctica entre los cananitas.

Todo el horizonte agrícola se muestra dominado por esa simbología mágica del pan y del vino, de que el propio Cristo se sirvió, no para sujetar los hombres al símbolo, sino para ilustrarlo a través de él.

Bastan esos ejemplos, para ver la intensidad de la impregnación mítica del pensamiento religioso contemporáneo. El Espiritismo lucha contra esa impregnación, liberando al hombre del peso agotador del horizonte agrícola, para  conducirlos al horizonte espiritual, que Jesús anunció a la mujer samaritana.

Si los hombres del horizonte agrícola no podían concebir al Dios-Único sino por una forma sincrética, una mezcla de Dios y de Hombre, los del horizonte espiritual irán a concebirlo de manera más pura. No se trata, sin embargo, de dos Dioses, y sí de un mismo Dios, visto de dos maneras. Por detrás de todas las formas de Dios, se encuentra una realidad única, que es el propio Dios. Eso es lo que permitía a Jesús decirse hijo de Jehová y a la vez apuntar a su Padre universal, en espíritu y verdad.

De la misma manera, los principios fundamentales de la Biblia no son negados, sino confirmados por los Evangelios. La Ley no es destruida, sino confirmada. Más de un golpe nos servirá de esclarecimiento la afirmación de Pablo: “La ley era el pedagogo para conducirnos a Cristo”.

El proceso histórico no es contradictorio, sino progresivo

La Torá judaica no valía por sus normas exteriores y transitorias, circunstanciales, sino por su sustancia. Esa sustancia es la que prevalece, siendo confirmada por Jesús, en los dos mandamientos principales: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al próximo como a sí aún”. El proceso histórico no es contradictorio, sino progresivo.

Cuando no sabemos mirar las líneas de la evolución, en su desarrollo natural, miramos sólo las aparentes contradicciones de las cosas. Así como la idea de Dios evoluciona con los hombres, desde la litolatría hasta las formas mitológicas, y de estas a la concepción espiritual que hoy aceptamos, así también los principios y los postulados bíblicos van a alcanzar su verdadera expresión en los Evangelios, y por fin su espiritualización en el Espiritismo.

Hay un encadenamiento perfecto en el proceso histórico, que no podemos perder de vista. Gracias a ese encadenamiento los Espíritus pudieron decir a Kardec que el Espiritismo es el restablecimiento del Cristianismo, lo que vale decir: la última fase del desarrollo histórico del Cristianismo. Cuando sabemos que este originó del Judaísmo, representando un desarrollo natural de la religión judaica, entonces comprendemos que el Espiritismo, como quería Kardec y como sostenía León Denis, es el punto más alto que podemos alcanzar, hasta hoy, en nuestra evolución religiosa. Jehová, el dios-agrario, se transforma en el Padre evangélico, para llegar a la “Inteligencia Suprema”, en el Espiritismo. Jehová se depura, y con él se depuran los ritos de su culto, que por fin se transforman en la “adoración en espíritu y verdad”, de que hablaba Jesús.

El “horizonte agrícola” permanece subyacente en nuestra mentalidad moderna. Aún no conseguimos liberarnos de sus fórmulas agrarias, de sus dioses y sus cultos, cargados de sacrificios animales y vegetales. El “horizonte civilizado” se desarrolla bajo los signos agrícolas. Pero vendrá, por fin, el momento de transición para el “horizonte espiritual”, que señalará una fase de trascendencia en la vida humana.

En los Estados Teológicos, la estructura política se asemeja a la estructura metafísica o divina. La Religión y el Estado se modelan recíprocamente, una sobre el otro, y viceversa. La clase sacerdotal, racionalmente organizada, elabora los mitos en el plan intelectual, creando la teología, estructurando el ritualismo, estableciendo la genealogía de los dioses y las formas de relaciones entre estos y los hombres.

En la teogamia egipcia la genealogía divina se prolonga en la genealogía humana de los faraones, gracias a la fecundación de la reina por un dios. Amalgamados así los dos poderes, el temporal y el divino, en la propia carne de los monarcas, los Estados Teológicos se hacen monolíticos. Aún en Grecia vemos eso: la figura humana de Zeus, en su corte olímpica, reflejando en el espacio la estructura política de la nación”.

Evolución lenta y penosa

                                     “Conoceréis la Verdad y la Verdad os liberará”.

Jesus. (Jo.,8:32.)

Continuemos con Herculano Pires en la obra citada:

 “(...) Con el tiempo el hombre se va liberando de sí mismo, de su condición humana, construida penosamente a través de las estructuras sociales del horizonte tribal y del horizonte agrícola, buscando una forma, pero necesita la definición de su naturaleza. En la organización tribal, él se liberó de la condición animal y del yugo absoluto de las fuerzas de la Naturaleza, para elaborar su condición propia. En la organización agrícola, él aprendió a dominar la Naturaleza y someterla a su servicio, pero cayó prisionero de la estructura social. En el horizonte civilizado él comienza a romper las ataduras de la organización social, para descubrirse así mismo, lo que sólo hará cuando se vuelva un individuo.

La evolución del Espíritu está bien clara en ese inmenso proceso de desarrollo histórico de la Humanidad. El hombre se eleva progresivamente de la selva a la civilización, a través de periodos históricos definidos como “horizontes”, o sea, como universos propios, en los cuales los diferentes poderes de la especie van siendo entrenados en conjunto, hasta que el desarrollo de la razón favorezca el proceso de individualización. De entrada, el hombre se destaca de la Naturaleza a través del conjunto tribal; después, reafirma su independencia a través de los conjuntos más amplios de las civilizaciones agrarias; y, después, aún, construye los conjuntos más complejos de las grandes civilizaciones orientales. En esos conjuntos, sin embargo, el hombre descubre la posibilidad de destacarse individualmente de la estructura social. El espíritu humano se afirma como individualidad, como entidad autónoma, capaz de superar no solamente la naturaleza, sino la propia Humanidad”.

Según Joanna de Ângelis:   

 “(...) El ser humano, avanza para la Realidad, en la cual, quiera o no, se encuentra buceado, por ser centella viva e inextinguible...

Lentamente la evolución va imponiéndose de manera inevitable porque el progreso no se estanca. Pasa la ola que domina por un momento, sucediendo a la otra, que también desaparecerá, y la búsqueda del “Sí” propiciará diferente conducta, abriendo espacio para la autenticidad, para la interiorización, para el auto-descubrimiento...

Es necesario guardarnos de la obtusidad de los misoneístas rebeldes

Por mucho tiempo la permanencia del mito en el inconsciente humano regirá su comportamiento. No obstante esa presencia, se diseñará programas de ascensión, mediante los sueños de belleza, de paz y libertad plena, que darán surgimiento a futuros arquetipos que se grabará en el inconsciente, procediendo de las experiencias en el mundo espiritual, donde la vida se agita, y destilando en la Tierra, donde se desarrollarán los programas de la evolución”.

La Doctrina Espírita nos coloca frente a frente con el “horizonte espiritual” que Jesús mencionó a la mujer samaritana; horizonte este totalmente diferenciado de todos los otros por los cuales hemos pasado en esta larga peregrinación evolutiva desde los tiempos de las cavernas y de las tribus primitivas...

Para no obstruir nuestro proceso evolutivo, dejándolo fluir naturalmente, sin estorbo, se hace necesario nos guardemos del apocamiento y obtusidad de los misoneístas rebeldes que, anestesiados en una anquilosa acomodación no se dejan penetrar por el conocimiento espírita, mimetizados que están por el barniz de los mitos y fantasías de antaño de los cuales no olvidan, prendidos como están a los “horizontes” antiguos.

Conociendo las raíces histórico-atávicas de los arraigados costumbres que se pierden en la noche de los tiempos, queda más fácil identificar – actualmente – sus consecuencias reales y, consecuentemente podemos trabajar con más eficiencia en el sentido de erradicarlos de los arrabales espiritistas, librando tanto al Movimiento Espírita como a las Casas Espíritas de todos los “usos y costumbres” aún comprometidas y atadas al pasado de ignorancia de donde procedemos.

Tal es la manera de proyectarnos en la dirección del “horizonte civilizado, o sea, del “horizonte espiritual” atentos a las palabras de Jesús a la Samaritana (3):

“(...) Vosotros adoráis lo que no sabéis; pero la hora viene, y hora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad; porque el Padre busca a los que así Lo adoren”.

 

Notas: 

(1) Pires, José Herculano. O Espírito e o Tempo. 3.ed.São Paulo: EDIECEL, 1979.

(2) Segundo patamar da evolução humana. (Para maiores esclarecimentos leia a 1ª parte deste artigo, na edição anterior desta revista.)

(3) João, 4:22 e 23.

 

La primera parte de este artículo fue publicado en la edición 106,
del 10 de mayo del 2009, de esta revista.


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita