|
Hace mucho tiempo,
cuando aun existía la
esclavitud en Brasil, un
negro viejito, de
cabellos de nieve,
llamado Bastiâo, vivía
en una hacienda grande y
bonita.
El señor, dueño de las
tierras, era malo y
prepotente. Por
cualquier cosa, pegaba
con el látigo a los
esclavos; y, si sus
órdenes no fueran
obedecidas o si el negro
intentara huir, era
colocado en el tronco,
donde quedaba amarrado
sin comer y sin beber
por muchos días.
Por eso, los esclavos
eran rebeldes y no les gustaba el
|
patrón. Pero
Bastião era
diferente. Dueño
de corazón bueno
y generoso,
estaba siempre
contento de la
vida e
intentando
ayudar a todos.
|
La hijita del hacendado,
niña tierna y gentil, si
aficionó al viejo
Bastião y pasaba el
tiempo junto al esclavo,
oyendo sus historias.
Cierto día, uno de los
esclavos, no soportando
más los malos tratos,
intentó huir. Encontrado
por el capataz y
aprisionado, fue
amarrado al tronco.
El hijo del esclavo
huido, niño de sólo
cinco años, viendo al
padre amarrado, se
aproximó con lágrimas,
agarrándose a las
piernas de él.
Irritado con los gritos
del pequeño, el señor
mandó que lo tiraran en
medio de los matorrales
para no oír más su
llanto.
El hacendado no
percibió, sin embargo,
que su hijita Ana,
condolida por la suerte
del negrito, se tiró
también por el matorral
para hacerle compañía.
Al preguntar por la
niña, que era la luz de
sus ojos, sintiendo su
falta, le dijeron que
ella fue a buscar al
pequeño esclavo.
Asustado, el patrón
llamó algunos hombres y
fue detrás de ella.
Pero, el viejo Bastião,
que percibió lo que
estaba ocurriendo, ya se
hubo adelantado y había
ido a buscar a los
niños.
Cuando el hacendado y
sus hombres llegaron, lo
encontraron con una
cobra venenosa muerta en
las manos, y los niños
abrazados y seguros,
encogidos detrás de un
tronco caído,
aterrorizados de miedo.
Bastiâo mató a la cobra,
pero fue picado por
ella.
Viendo lo que había
ocurrido, el señor no
sabía como manifestar su
gratitud, pues era
evidente que
|
|
el esclavo hube
defendido a los
niños con la
propia vida. |
Abrazando a la hijita,
que estaba muy asustada,
el patrón preguntó, por
primera vez demostrando
gentileza en el trato
con un esclavo:
— ¿Qué desea usted,
Bastião, por el valor
que demostró salvando la
vida de mi hija? Sea lo
que sea que pidiera, le
será concedido.
Y el viejo esclavo, en
cuyo organismo el veneno
de la cobra ya hacía
efecto, respondió con
los ojos húmedos de
llanto, muy emocionado:
— No salvé sólo a su
hija, señor, también la
vida de un pequeño
esclavo, pues toda vida
viene de Dios y es
igualmente importante.
Ya que me permite
expresar un deseo, me
gustaría pedirle que
todas las criaturas
fueran tratadas como
seres humanos, sin
distinción, una vez que
somos todos hijos de
nuestro Padre Celestial.
Y percibiendo la mirada
de espanto del señor
ante sus conceptos, que
no hubo juzgado posible
encontrar en un viejo
esclavo, Bastião
concluyó:
- Yo aprendí eso con
Jesucristo.
Delante de aquellas
palabras que
representaban una
lección para él, una vez
que el esclavo podría
haberse vengado de él en
la persona de su hija
Ana, y no lo hubo hecho,
el hacendado bajó la
cabeza, avergonzado, y
concordó:
— Es verdad. Usted tiene
razón, Bastião. Sea así
como desea. De hoy en
delante yo le prometo
que los esclavos serán
bien tratados, con todo
el respeto que se debe a
seres humanos.
A partir de ese día, el
hacendado mejoró
considerablemente la
vida de los esclavos,
dándoles condiciones
dignas de existencia,
mejorando sus viviendas
y suministrándoles
alimentación más
saludable.
Con la mejoría en las
condiciones de vida, él
pensó que el tronco no
era necesario más, pues
los esclavos pasaron a
gustar de él y del
servicio en la hacienda,
y todo lo que hacían era
de buena gana y con una
sonrisa en los labios.
Algunos años después,
con el crecimiento de la
idea abolicionista en
Brasil, ese hacendado
fue de los primeros en
liberar a sus esclavos,
transformándolos en
trabajadores
asalariados.
Y nunca más el hacendado
se olvidó del viejo
esclavo Bastião que, en
su simplicidad, hube
dado un ejemplo de amor
tan grande, que hubo
modificado su vida y la
de todos cuántos
residían en aquella
propiedad.
Tía Célia
|