La maldad de los hombres
siempre inquietó a los
pensadores de los más
variados campos del
saber y de la acción
humana: filosofía,
ciencia, arte, religión.
Recientemente el
Periódico de Brasil
publicó en su cuaderno
Ideas una reseña sobre
una obra que trata de
este tema. El libro en
cuestión es El mal en
el pensamiento moderno,
de Susan Neiman y el
título y subtítulo de la
materia, firmada por
Joel Macedo, es también
expresivo: “El mal
nuestro de cada día –
Filosofa parte del
terremoto de Lisboa para
mostrar como el mal dejó
de ser divino para
volverse creación del
hombre”.
Para la autora, el
terremoto de Lisboa en
1755 es un divisor de
aguas en las
concepciones sobre el
mal. Antes de este
evento que abatió a
Europa, prevalecía “la
visión de males
naturales como castigo
para
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males
morales”. |
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En las palabras del
reseñista:
Lisboa abolió las causas
morales, absolviendo a
Dios y los pecados
colectivos, y los
terremotos pasaron a ser
vistos como desastres
naturales, algo fuera de
la intención divina o
responsabilidad humana.
Explicar el mal como
procesos naturales,
implicando más la
naturaleza en sí, fue
una forma de volver el
mundo menos amenazador.
Dios no es más el agente
castigador, causa
de males que vuelven a
los hombres como forma
de castigo. El
mal después de Lisboa es
reducido a su aspecto
moral, aquel practicado
por el hombre, por
deliberación de su
voluntad.
Dentro de ciertos
patrones previsibles los
males humanos parecían
no ser más destinados a
inquietar a los
filósofos, pues el mal
parecía tener límites…
El Holocausto
(exterminio de los
judíos y otras víctimas
durante la Segunda
Grande Guerra), no
obstante, reavivor la
discusión sobre los
límites de la barbarie,
de la perversión humana,
lanzando en la atmósfera
intelectual europea y
mundial una ola de
pesimismo e
incredulidad.
A pesar de la credulidad
en la Providencia
Divina, que se acentúa
en la pos-guerra, voces
se levantaron para
absorber a Dios, por su
posible omisión
delante de las
atrocidades. (No se
cree mucho en Él, pero
cuando ocurre algo
grave, Lo acusamos de no
hacerse presente, en
cuanto Él en verdad, ni
incluso fuera invitado a
participar de nuestras
vidas, antes de las
tragedias…)
Nos estamos refiriendo
particularmente a Hanna
Arent. Filósofa judía,
erradicada en los
Estados Unidos, ella
estudio profundamente
las cuestiones del mal y
sus discusiones están
presentes en el libro
Eichmann en Jerusalén,
que trata del juicio del
verdugo nazi,
responsable por la
muerte de millares de
personas.
Partiendo del caso
Eichmann ella pondera
que el mal puede
volverse banal y
esparcirse por el
mundo de los hombres
como una infección, sin
embargo sólo en su
superficie. Las raíces
del mal no están
definitivamente
instaladas en el corazón
del hombre y por no
conseguir penetrarlo
profundamente al punto
de hacer en el morada,
pueden ser arrancadas.
En defensa de la
Divinidad se encuentra
en el trecho de una
carta enviada a un
amigo, en la cual afirma
que “El Mundo como Dios
lo creó me parece un
mundo bueno.”
Con Dios absuelto
(aunque parcialmente)
por la creación del mal
y sus consecuencias,
veamos la visión
espírita sobre esta
cuestión.
La visión espírita del
mal
Para la Doctrina de los
Espíritus el mal es
creación del propio
hombre y no tiene
existencia sino
temporal, transitoria,
pues en gobierno mayor
de la Vida no tiene
sentido la
permanencia del mal.
El mal, des esta forma,
forma parte del
aprendizaje, sin embargo
en la condición de
residuos; por eso, el
debe ser descartado en
algún momento.
Conforme Kardec apunta
en Obras Póstumas
“Dios no creó el mal;
fue el hombre que lo
produjo por el abuso que
hizo de los dones de
Dios, en virtud de su
libre albedrío.” Este
pequeño trecho compone
uno de los más bellos
ensayos que Kardec dejó,
no intencionadamente,
para publicación
posterior. Se trata de
El egoísmo y el
orgullo: sus causas, sus
efectos y los medios de
destruirlos.
El maestro lionés, al
desarrollar el tema,
parte del presupuesto de
que el instinto de
conservación, natural y
necesario para la
sobrevivencia del hombre
está en el origen del
egoísmo y del orgullo.
Este y otros instintos
tienen su razón de ser.
No obstante, el hombre
abusa de estos
instintos, por cuenta
del apego a las
sensaciones que las
impresiones de la
materia les causa.
Vive entonces, (y aquí
comienza nuestro
análisis), su larga
epopeya rumbo a la
madurez, debiendo
liberarse de todo lo que
signifique retención a
esta fase infantil,
de madurez, de apego al
ego, en que todo debe
girar a nuestro
alrededor.
En el mensaje “La ley de
amor”, de Lázaro,
presente en El
Evangelio según el
Espiritismo, el
autor afirma que:
En su origen, el hombre
sólo tiene instintos;
cuando es más avanzado y
corrompido, sólo tiene
sensaciones; cuando es
instruido y depurado,
tiene sentimientos. Y el
punto delicado del
sentimiento es el amor…
Los instintos, las
sensaciones y los
sentimientos estarán
presentes en la
existencia humana en
determinadas
combinaciones, durante
todo el proceso
evolutivo, con la
preponderancia de
algunos sobre los otros.
En la fase inicial de su
jornada – en la
condición de simple e
ignorante – es
posible que el
instinto le sea el
mejor guía; a medida que
desarrolla las potencias
del alma – la
inteligencia, la
voluntad – el tiende a
apegarse a las
sensaciones, pues no
desarrolló aun, en la
misma proporción los
sentimientos, que
permanecen como
presencia latente y
promesa futura; como la
inteligencia se
desenvuelve más
rápidamente, en la
ausencia de sentimientos
como la fe, la
esperanza, la caridad,
el hombre tiende a
prenderse a las
sensaciones materiales;
por fin, aliando la
inteligencia (instruido)
y las experiencias de
vida (depurado), el
sentimientos
comienzan a ocupar
mayores espacios de
manifestaciones anímicas
en el hombre.
Podemos así, afirmar que
los instintos y las
sensaciones aun conviven
con nosotros hoy, pues
como Espíritus
encarnados, inmersos en
un cuerpo físico,
estamos sujetos a las
leyes y las atracciones
de la materia, sin
embargo los
sentimientos tienden
a dominarnos el alma,
aliado a la
inteligencia, que ya
hemos desarrollado bajo
sus diversas
modalidades.
Retomando el ensayo de
Kardec, esta va a
insistir en el debate en
torno del egoísmo y del
orgullo, situándolos
como causa de todos los
males.
Otro concepto
necesitamos analizar, no
obstante, en este
momento, antes de
proseguir y profundizar
en esta cuestión. Se
trata del concepto de
pasión.
El concepto de pasión
La definición de pasión
encontrada en los
diccionarios puede
ayudarnos a comprender,
anticipadamente, lo que
desean expresar los
Espíritus y Kardec
cuando utilizan este
término. Según el
Aurelio pasión es un:
“Sentimiento o emoción
llevados a un alto grado
de intensidad,
sobreponiéndose a la
lucidez y a la razón;
Amor ardiente;
Inclinación afectiva y
sensual intensa;
Entusiasmo muy vivo por
alguna cosa; Actividad,
hábito o vicio
dominador”.
Leyendo un pequeño
trecho de las páginas
iniciales de El Libro
de los Espíritus
(Introducción al Estudio
de la Doctrina
Espírita), encontramos a
Kardec expresarse en
estos términos (p. 25):
El Espíritu encarnado se
encuentra bajo la
influencia de la
materia; el hombre que
vence esta influencia,
por la elevación y
depuración de su alma,
se aproxima a los buenos
Espíritus, en cuya
compañía un día estará.
Aquel que se deja
dominar por las malas
pasiones, y pone
todas sus alegrías en la
satisfacción de los
apetitos groseros, se
aproxima a los Espíritus
impuros, dando
preponderancia a su
naturaleza animal.
(negritas nuestras)
En la misma
Introducción, cuando
trata de la escala, de
las clases en que
podemos situar a los
Espíritus en su
trayectoria evolutiva,
el codificador afirma
(p. 24):
Los [Espíritus] de las
otras clases se
encuentran cada vez más
distanciados de esa
perfección, mostrándose
los de las categorías
inferiores, en su
mayoría contaminados de
nuestras pasiones:
el odio, la envidia, los
celos, el orgullo, etc.
Se complacen en el mal.
(negrita nuestra)
Nos cabe ahora, destacar
que el egoísmo y el
orgullo componen lo que
Kardec designa como
siendo las pasiones.
Lo que podemos confirmar
cuando leemos más
adelante, aun en la
Introducción (p. 27):
Nos enseña que el
egoísmo, el orgullo, la
sensualidad son
pasiones que nos
aproximan a la
naturaleza animal,
prendiéndonos a la
materia; que el hombre
que, ya en este mundo,
se desliga de la
materia, despreciando
las futilidades mundanas
y amando al prójimo, se
avecina a la naturaleza
espiritual. (negrita
nuestra)
En el capítulo en que
trata de la escala
espírita, Kardec al
situar a los Espíritus
imperfectos en el tercer
orden, traza como sus
caracteres generales (p.
89): “Predominación de
la materia sobre el
Espíritu. Propensión
para el mal. Ignorancia,
orgullo, egoísmo y
todas las pasiones
que le son
consecuentes.” (negrita
nuestro)
Será necesario darnos
ahora un salto y
localizarnos en la parte
tercera de El Libro
de los Espíritus (De
las Leyes Morales), en
el capítulo XII, De
la perfección moral,
en el ítem denominado
justamente Pasiones.
Envolviendo seis
preguntas (907 a 912),
Kardec hace un estudio
breve, aunque
profundizado de este
tema, en el diálogo que
tiene con los Espíritus
superiores que colaboran
con la Codificación.
En resumen he esto lo
que aprendemos:
·
Las pasiones son
constructivas, formando
parte de lo que podemos
denominar como
naturaleza humana.
Su principio no es
originariamente malo,
“el principio que le da
origen fue puesto en el
hombre para el bien”.
Son los añadidos
nuestros, de la voluntad
humana, los excesos,
pues el “abuso que de
ellas se hace es lo que
causa el mal”. (pregunta
907)
La frontera entre el
bien y el mal
Como ya fue comentado
por Kardec en líneas de
atrás, ciertas pasiones
“nos aproximan a la
naturaleza animal”;
desligándose, sin
embargo, el hombre de la
materia y sus
atracciones, por medio
de la acción de amor al
prójimo, el se aproxima
“ya en este mundo” de su
naturaleza espiritual.
(negrita nuestro)
Podemos deducir pues,
que las pasiones, este
“entusiasmo muy vivo por
alguna cosa” o este
“sentimiento o emoción
llevados a un alto grado
de intensidad” en la
definición del Aurelio,
transita en la visión
espírita de la
naturaleza animal a
la naturaleza
espiritual. Del
instinto de conservación
que nos impulsa a
buscar todo para
nosotros mismos, en el
deseo de preservar
nuestra vida a cualquier
costa, en detrimento de
la vida ajena (cuando
estamos próximos de la
naturaleza animal, en
los principios de las
experiencias humanas)
transitamos para un
extremo al otro, que es
la abnegación,
que también en la
definición del Aurelio
significa “renunciar a;
sacrificarse,
mortificarse, en
beneficio de Dios, del
prójimo, de sí mismo”.
No sin reflexión, el
propio sacrificio de
Jesús, normalmente en la
tradición católica (la
muerte en la cruz) es
denominado como Pasión
(el propio Aurelio
indica el uso de la
mayúscula para designar
así designarlo).
·
El gobierno de la pasión
es lo que determina el
límite en que se sitúa
la frontera entre el
bien y el mal. La pasión
se vuelve un peligro
cuando perdemos el
dominio sobre ella y
causamos males a los
otros o a nosotros
mismos. Como alabanza
que puede multiplicarse
por diez nuestras
fuerzas, si es mal
accionada y dirigida
puede volverse contra
nosotros y afligirnos.
(pregunta 908)
En la respuesta de los
Espíritus a Kardec es
aun dicho que las
pasiones se asemejan a
un corcel, un caballo
veloz, “que sólo tiene
utilidad cuando es
gobernado y que se
vuelve peligroso desde
que pase a gobernar”. La
propia sabiduría popular
nos enseña que la
vanidad, o el egoísmo o
el orgullo no causan mal
desde que sea en
dosis adecuadas.
Frases como “un poco de
vanidad hace bien a la
persona” y otras de ese
género (cuando son
dichas con sinceridad)
corresponden exactamente
a lo que los Espíritus
en otras palabras se
refieren al dominio
de las pasiones.
Es dicho también que las
pasiones, además de
ampliar las fuerzas
humanas, “auxilian en la
ejecución de los
designios de la
Providencia”.
La pasión, como define
el Aurelio, es también
un “entusiasmo muy vivo”
y el término entusiasmo
corresponde a
“exaltación o arrebato
extraordinario de
aquellos que estaban
bajo inspiración
divina”, también
significando “dedicación
ardiente, ardor”.
Pronto, el hombre cuando
se vuelve entusiasmado,
en el sentido más
elevado del término,
puede auxiliar en las
tareas que la
Providencia Divina le
designa y de que el
hombre es instrumento.
·
El principio de las
pasiones tiene por
fundamento un
“sentimiento” o una
“necesidad natural”;
luego, las pasiones no
pueden ser concebidas
como un mal en sí, pues
ellas son “una de las
condiciones
providenciales de
nuestra existencia”; el
exceso en la utilización
de esta herramienta
es la que causa el mal;
las pasiones que lo
aproximan a la
naturaleza animal lo
apartan de la naturaleza
espiritual; habrá por
otro lado,
“predominación del
espíritu sobre la
materia” cuando los
hombres utilizaran las
pasiones como
instrumento al
servicio de los buenos
sentimientos, lo que los
conducirá más
rápidamente a la
perfección que nos cabe
alcanzar. (pregunta
908)
·
Los esfuerzos, los
intentos para alcanzar
una meta, pueden
conducir al hombre a
“vencer sus malas
inclinaciones”. Sin
embargo, el hombre no
acostumbra a ejercitarse
en este sentido, lo que
le exigirá, en verdad,
“esfuerzos muy
insignificantes”.
(pregunta 909)
La importancia de la
voluntad
Kardec y los Espíritus
relacionan en esta
pregunta la mala
utilización de las
pasiones y las
malas inclinaciones,
tendencias,
volviéndolas sinónimas.
Los Espíritus entonces
nos afirmarían, de otra
forma, que el
gobierno, el
dominio que puede
tener sobre las pasiones
no exige, comúnmente,
grandes esfuerzos, sólo
dedicación,
persistencia.
·
El hombre puede contar
con los Buenos
Espíritus, cuya misión
es ayudarnos, caso desee
vencer sus malas
pasiones o
inclinaciones. (pregunta
910)
Hay una inscripción en
el pórtico de Delfos, en
Grecia, diciendo que
“invocado o no él estará
siempre presente”; la
divinidad o Dios siempre
está presente en
nuestras vidas, incluso
que no lo solicitemos…
Lo mismo ocurre con los
buenos Espíritus, que
nos asisten,
auxiliándonos siempre. A
despecho de nuestra
rebeldía y, a veces, de
nuestro sumergimiento
deliberado en el mal,
ellos esperan
pacientemente una
oportunidad para
reargüirnos,
colocándonos en
condiciones de retomar
el camino en el rumbo
del Bien. Si es invocado
(e invocar es solicitar
ayuda o intercesión de
alguien) o si son
evocados (evocar es
llamar para sí, reclamar
la presencia de alguien)
los Espíritus amigos
habrán de auxiliarnos a
vencer nuestras malas
pasiones o malas
tendencias,
inclinaciones.
·
La voluntad puede
siempre triunfar sobre
las malas pasiones,
dominándolas. Los
hombres, no obstante,
que se complacen con el
mal, que les proporciona
placer, por la afinidad
con todo lo que se
aproxima a su
transitoria, pero
obstinada naturaleza
animal, son aquellos
cuya “voluntad sólo les
está en los labios”.
Aquellos que comprender
“su naturaleza
espiritual” luchan por
reprimir las propias
malas tendencias.
“Vencerlas es, para
ellos, una victoria del
Espíritu sobre la
materia.” (pregunta
911)
Es más fácil, cómodo
engañarse, excluirse que
enfrentarse en las
luchas sin cuartel
que se tiene que trabar
para la victoria sobre
sí mismo, contra el
mal existente dentro
de nosotros mismos. La
alabanza férrea
de la voluntad, que nos
puede ayudar a remover
todos los obstáculos del
camino, necesita ser
forjada todos los días,
retemplada por la
oración y por la
vigilancia.
Es necesario, por tanto,
estar atentos y en
comunión con lo Alto,
para no ablandarnos,
pues es común dejarnos
arrastrar por los de
sirena de la pereza,
de la acomodación y de
los placeres que a esto
conduce o implica.
·
Por fin, el antídoto
recomendado por los
Espíritus en el combate
que se debe trabar para
vencerse el “predominio
de la naturaleza
corpórea” es la práctica
de la abnegación.
(pregunta 912)
La propia definición de
lo que es abnegación
indica lo que nos cabe
hacer: “renunciar a;
sacrificarse,
mortificarse, en
beneficio de Dios, del
prójimo, de sí mismo”.
Los verbos de que el
diccionario utiliza para
definir abnegación nos
sugiere dos tipos de
actitud. La activa y la
pasiva.
La raíz de todos los
males
Renunciar a alguna cosa
es, aparentemente, una
actitud pasiva, de
dejarse, abandonarse,
apagarse o hasta de huir
de alguna situación. No
obstante, nadie puede
renunciar a las cosas
del mundo a favor de
algo o alguien sin que
movilice las fuerzas del
pensamiento y del
corazón, con “dedicación
ardiente, ardor” propio
de quien moviliza el
entusiasmo en aquello en
que se empeña. La
abnegación es, en fin,
un sentimiento de
renuncia, de sacrificio,
de anulación del ego
para la vivencia activa
del amor al prójimo.
Bien, después de
términos examinado las
preguntas 907 a 912,
sobre las pasiones, nos
cabe indicar que las
preguntas que seguirán
tratan del egoísmo. De
la pregunta 913 a 917
Kardec y los Espíritus
dialogan sobre esta
“verdadera llaga de la
sociedad”. Las malas
pasiones o malas
inclinaciones Kardec
designará ahora como
vicios como se ve en
la pregunta 913: “De
entre los vicios, ¿cuál
es el que se puede
considerar radical?
La respuesta es
naturalmente el egoísmo,
que está en la raíz de
todos los males (de ahí
el adjetivo radical
utilizado en la
pregunta). Y continúan
los Espíritus: “Por más
que les deis combate, no
llegaréis a extirparlos,
mientras no ataquéis
el mal de raíz,
mientras no le hubierais
destruido la causa.
Intentad pues, todos los
esfuerzos para ese
efecto…” (negrita
nuestra)
Y al final de la
respuesta los Espíritus
son claros:
Quien quisiera de esta
vida, ir aproximándose a
la perfección moral,
debe expurgar su corazón
de todo sentimiento de
egoísmo, ya que el
egoísmo es incompatible
con la justicia, el amor
y la caridad. El
neutraliza todas las
otras cualidades.
La idea de que el
egoísmo y el orgullo
puedan ser situados como
causa de todos los males
humanos puede causar
malestar a muchos
que se proponen examinar
estas cuestiones. Los
Espíritus y Kardec, de
modo simple y coherente,
son muy felices en
situar en el campo de
las causas últimas,
el papel de las pasiones
o de los sentimientos
del egoísmo, del orgullo
y otros semejantes. Todo
lo más estaría en el
campo de los efectos.
(que pueden volverse
causa de otros efectos).
La miseria
socio-económica, por
ejemplo, puede tener su
origen en la extremada
concentración de renta
en determinado país o
región. En la visión
espírita, sin despreciar
los análisis
sociológicos, económicos
o cualquier otros, la
causa de este fenómeno
está en el egoísmo y en
el orgullo de los
hombres, en última
instancia. La extrema
concentración de renta,
alegada como causa, en
verdad sería un
efecto de la
causa principal que
son las malas
pasiones.
(Lea la conclusión de
este artículo en la
próxima edición de esta
revista.)
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