Un tarro de barro, viejo
y sucio, fue tirado al
suelo por ser
considerado inútil.
Ya conoció momentos
felices, fue joven y
bonito, y su pintura
atraía las miradas de
admiración de todos.
Pasó por manos
respetables y tuvo mucha
utilidad. Pero ahora,
después de servir
durante muchos años con
lealtad y firmeza, el
fue considerado basura y
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tirado al
estercolero.
Sólo no se
partió, porque
cayó en medio de
la suave
vegetación, que
le amortiguó la
caída. |
Triste, el viejo tarro
de barro se lamentaba de
su suerte y de la
ingratitud de los
hombres. Sentía
nostalgia de las manos
amigas que lo
acariciaron, y la
inactividad a que fue
relegado le dolía por
dentro.
¡Así que el deseaba
tanto servir y ser
útil!
El tiempo pasaba y el
continuaba allí, tirado
en el suelo.
La lluvia lo castigaba y
el viento lo llenaba de
tierra. Vino el invierno
y el tiritaba de frío
sin poder protegerse.
Un día, traída por el
viento que soplaba
fuerte, una simiente
cayó sobre su dorso y,
tiritando de frío, le
suplicó:
- Oh, mi amigo tarro,
¿puedo abrigarme dentro
de usted? El viento me
arrastra y el frío me
castiga. ¡No tengo donde
quedarme!
Feliz por poder ser
útil, el viejo tarro
respondió gentil:
- ¡Con todo placer, mi
pequeña amiga! Entra en
mi interior y quédate a
gusto.
Y la simiente allí
quedó, protegida del
viento y del frío,
quietecita… quietecita…
Sin tener qué hacer y
cansado de la vida, el
tarro se durmió
esperando que la
estación cambiara y el
tiempo mejorara.
Cierto día despertó al
notar pasos de alguien
que se aproximaba, y oía
una exclamación:
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- ¡Qué bonito tarro de
barro!
Miro a los lados para
ver sobre quien
hablaban, ¡pero admirado
notó que era a él a
quien se dirigían!
¡Sorprendido, sólo
entonces notó que se
transformó en un bello
jarrón de flores!
La simiente que él
permitió que se alojase
en su interior germinó
y, en medio de verdes y
brillantes hojas,
bonitas flores se
abrieron llenándolo de
perfume y color.
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Y el tarro sonrió
satisfecho de la vida y
muy orgulloso de su
nueva y útil ocupación.
También así ocurre con
nosotros en la vida, mis
amiguitos. Siempre
podemos ser útiles para
alguna cosa. Y cuando
tuviéramos real deseo de
servir y ayudar a
nuestro prójimo, seremos
más felices porque
también seremos
auxiliados.
Jesús, que es Nuestro
Maestro, siempre nos
recompensará por el bien
que hicimos a los
otros.
¿Pues no fue él mismo
que dijo: “A cada uno
según sus obras”?
Tía Célia
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