La conmoción
causada por el
fallecimiento de
Michael Jackson,
el astro mayor
de la música
pop, fue algo
que hace mucho
no se veía en
nuestro mundo.
Multitudes
lloraron el fin
precoz de la
existencia de un
hombre que se
destacó como
cantante, como
compositor y
como bailarín,
al punto de que
muchos
especialistas
hayan dicho, los
días que
siguieron a su
desencarnación,
que será muy
difícil aparezca
en nuestro mundo
alguien que lo
suplante en
talento y en
éxito.
Muerto a los 50
años, Michael
Jackson siguió
los pasos de dos
otros geniales
artistas que
también dejaron
pronto nuestro
plano – Elvis
Presley, que
falleció a los
42 años, y John
Lennon, que nos
dejó a los 40.
Toda vez que
alguien tan
joven
desencarna, se
pregunta, con
razón, porqué la
vida en este
planeta nos
presenta cada
momento
sorpresas de esa
orden, cuando se
sabe que muchas
personas en edad
avanzada se
debaten en un
lecho de dolor
mientras otras
dejan
prematuramente
la vida.
Surgida en el
escenario de
este mundo hace
más de 150 años,
la Doctrina
Espírita nos
trajo las
informaciones
necesarias para
que comprendamos
tales hechos.
Primero, mostró
que nadie muere
y que la muerte
no existe en la
forma como
nosotros
habitualmente la
entendemos, una
vez que ella se
asemeja más a un
viaje en la cual
aquel que parte
deja nostalgia
pero un día
reencontrará a
los entes
queridos.
La certeza de
esa comprensión
no vino de
hipótesis o de
tesis urdidas en
concilios o
congresos. Vino
por intermedio
de los propios
Espíritus de los
que partieron y
que, autorizados
por las
potencias que
dirigen el
planeta, nos
trajeron
noticias del
mundo en que
pasaron a vivir
inmediatamente
que finalizó la
existencia
corporal.
La muerte
debería, pues,
ser encarada
como un simple
cierre de un
ciclo, el fin de
una existencia,
y no la
eliminación de
una persona, que
ya existía antes
del nacimiento
de su cuerpo y
continúa
viviendo tras su
pérdida.
La
desencarnación
de una persona
célebre y
admirada, como
el astro que nos
dejó la semana
pasada, nos trae
al recuerdo un
hecho que no
deberíamos
ignorar, que es
la
transitoriedad
de las
existencias
corporales, que
se suceden y se
entrelazan y
cuyo objetivo es
mucho más
significativo
que simplemente
alcanzar el
éxito o acumular
bienes.
Que todos un día
volveremos al
mundo
espiritual, eso
nadie lo ignora.
Que los bienes
adquiridos
quedaran por
aquí mismo,
también todos lo
saben.
ES preciso,
entonces,
comprender tan
solamente que
Michael Jackson,
Elvis y Lennon
no
desaparecieron,
sino que
continúan vivos
y, por eso, su
inmenso talento
no se perdió,
por cuanto el
ingenio y la
inteligencia,
tal como las
virtudes,
constituyen
propiedad
indiscutible del
Espíritu
inmortal que la
herrumbre no
corroe y las
polillas no
consumen.
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