En cierto lugar muy
agradable, en medio de
una bonita postal, vivía
un caballito que era el
orgullo de todos.
Nació allí en aquellos
parajes y los otros
animales lo amaban como
si fuese el hijo de cada
uno de ellos.
Él nació fuerte y sano.
Le dieron el nombre de
Hermoso.
Era realmente un placer
verlo correr por los campos, galopar en la
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pradera, jugando
con otros
animales. Pero
Hermoso, por
tener la
atención y el
cariño de todos,
creció
convencido y
orgulloso. Nada
era bastante
bueno para él.
Quería siempre
lo mejor para sí
y creía que
tenía aun el
derecho a la
atención
general. |
Cuando se volvió un
joven caballo, de pelo
brillante y sedoso,
piernas ágiles y
fuertes, su dueño
decidió que él sería un
corredor. Al final,
Hermoso era rápido como
una flecha y, sin duda,
el caballo más rápido de
la región. Sería
entrenado para
participar de las
corridas de caballos y,
con seguridad, tendría
días de gloria en el
hipódromo.
Hermoso torció la nariz.
Se negó a participar del
entrenamiento juzgándose
superior a esa tarea.
- ¡Yo no! – afirmaba él
- ¿Me cansaré corriendo
para diversión del
pueblo? ¡De modo
ninguno! No voy.
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El patrón, decepcionado,
juzgo que tal vez
hubiese errado en sus
cálculos. Probablemente
Hermoso no tenía
tendencia para correr.
¿Quién sabe si se
sentiría mejor en el
propio hogar? Dejaría a
Hermoso para uso de su
esposa. A ella le
gustaba cabalgar y
estaría feliz con el
regalo.
Hermoso se negó. Cuando
la mujer montó en su
dorso él mostró su
desagrado dando saltos.
Para no caer, ella
desmontó y nunca más
quiso saber de él.
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Aun intentando
disculparlo y justificar
sus actitudes, pues lo
amaba, el dueño pensó: |
- ¿Quién sabe si mi
esposa es muy pesada
para Hermoso? ¡Tal vez,
si mi hijo lo montase,
su reacción sería
diferente!
¡Nada! El adolescente
montó, bajo la
asistencia amorosa del
padre, y pronto tuvo que
descender porque Hermoso
reaccionó dando coces y
saltos.
Y así, sucesivamente, el
dueño de Hermoso intentó
de todo para preparar
una tarea para él.
Intentó colocarlo
tirando una carreta
ligera y el arado, sin
resultado. Tropezaba
siempre en su mala
voluntad.
Finalmente, el tiempo
fue pasando y, viendo
que no conseguía
ubicarlo en ningún
sector de servicio, pues
a Hermoso le gustaba aún
correr por los campos,
alimentarse muy bien y
beber agua fresca, el
hombre perdió la
paciencia y decidió
venderlo, aunque con
mucho dolor en el
corazón.
Cuál no fue su sorpresa
al encontrar cierto día,
algún tiempo después, en
una pequeña y
polvorienta carretera, a
Hermoso, su lindo
caballo Hermoso, que
poseyera de todo, que
podría haber sido un
campeón en las carreras,
animal de compañía y
montaría para su
familia, que lo trataba
con inmenso amor, ahora
irreconocible, sucio y
maltratado, con la
cabeza baja, humillado,
tirando con gran
dificultad un pesado
carro. |
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Le fueron dadas muchas
oportunidades que
Hermoso no hubo sabido
aprovechar. Ahora,
tendría que aprender el
valor del trabajo bajo
condiciones mucho más
difíciles y arduas, para
que pudiera valorar las
bendiciones que el Señor
hubo colocado en su
vida.
Tía Célia
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