Cierta vez un Ángel de
rutilante belleza
descendió a la Tierra.
Estaba buscando a un
niño que pudiera servir
de conexión entre la
Tierra y el Cielo, y que
hubiera desarrollado
sentimientos nobles,
buena voluntad y el amor
al prójimo.
Como recompensa, ese
niño tendría la ventura
de hacer una visita a
planos superiores, con
la finalidad de aprender
y recrearse, durante las
horas consagradas al
reposo nocturno.
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Pasando por cierta
ciudad, el Ángel vio a
un chico que parecía
simpático. Se aproximó y
lo invitó a ayudar a una
familia muy necesitada
de los alrededores. El
niño respondió:
— ¡Ahora no puedo!
Necesito destruir un
nido de pájaros que
andan estropeando las
frutas de nuestro
huerto. Tal vez más
tarde...
Y, diciendo así, cogió
la lanza y se apartó.
El Ángel bajó la cabeza
muy triste al ver la
MALDAD del niño, y se
fue.
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Más adelante encontró a
una niña y se aproximó,
esperanzado, invitándola
para ayudar a los
necesitados. Ella pensó
un poco y respondió,
pesarosa: |
— Ahora no puedo. Es mi
hora de juguetear y mis
amigos están esperando.
Más tarde, tal vez...
El Ángel sonrió
levemente al notar el
EGOÍSMO de la niña y se
apartó, triste.
Más tarde, el Ángel
encontró un chico y lo
abordó, optimista. El
niño, que parecía no
tener problema ninguno,
vivía en una bella casa
y estaba desocupado,
respondió
inmediatamente:
— ¡Ah! No sé, no. ¿Tiene
seguridad de que están
necesitados? Vea aquel
negro callejero que está
en mi portón. Es un
vagabundo y busca sólo
una manera de
aproximarse a mí casa
para robar. Esa
“gentuza” no me engaña.
¡Fuera! ¡Fuera! ¡Vago!
¡Vete a trabajar!
Al oír las palabras
crueles y llenas de
ORGULLO del niño, el
Ángel se apartó sin
decir nada.
Y así, prosiguió en su
búsqueda sin encontrar
al niño que presentara
los requisitos
necesarios, es decir,
buena voluntad y amor al
prójimo.
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Estaba casi desistiendo,
cuando vio un chico mal
vestido. Se aproximó y
le hizo la misma
invitación, aunque sin
mucha esperanza, pues el
niño aparentaba ser muy
pobre.
Los ojos del niño
brillaban al oír la
invitación del Ángel y
respondió,
— ¡Ah, voy sí! ¿El señor
puede aguardarme sólo un
poquito? Estoy volviendo
del mercado donde fui a
hacer unas compras para
el almuerzo. Vivo aquí
cerca. ¿Vamos hasta
casa?
El Ángel lo acompañó más
animado, notándole la
buena voluntad. Llegando
allí, verificó la
extrema pobreza en que
su familia vivía.
Ya en la entrada, el
niño habló amigablemente
con los pajaritos y
gallinas que vinieron al
encuentro.
— ¡Ah, mis amigos!
¿Pensáis que me olvidé
de vosotros? Aquí está
lo que os traje — y,
diciendo así, cogió del
bolsillo del pantalón un
pedazo de pan duro que
había conseguido y lo
distribuyó a las aves
hambrientas.
Enseguida entró en casa.
— ¡Mamá! — dijo el niño.
— Voy a salir para
visitar a unas personas
necesitadas. ¿Puedo
llevarles alguna cosa?
Deben estar pasando
hambre. Sé que tenemos
poco, pero yo no
necesito nada, por eso
llevaré la parte que me
toca. No te preocupes
con el trabajo;
arreglaré la cocina
cuando vuelva. ¿Está
bien?
Al oír las palabras del
niño, el Ángel
comprendió que había
encontrado lo que tanto
había buscado.
Fue con los ojos húmedos
de emoción que acompañó
al chico hasta el hogar
que necesitaba de ayuda.
Con cariño, el niño
atendió a todos: Trató
con un enfermo, dio un
baño al pequeño de la
casa y ayudó a la señora
en el servicio
doméstico. Cuando
terminó estaba cansado,
pero feliz.
Dijo a la dueña de la
casa:
— No se preocupe. Voy a
intentar arreglar un
trabajo para su marido.
Ayudo de tarde en tarde
en una casa muy rica y
tengo seguridad que el
dueño, que es un hombre
muy bueno, podrá
arreglar alguna
ocupación para él.
Hizo una pausa y
concluyó:
- ¡Tenga mucha confianza
en Dios! Él no nos
desampara nunca.
La pobre mujer, más
animada, agradeció
sensibilizada la ayuda
que había recibido, y el
chico se despidió,
prometiendo volver
cuando pudiera.
El Ángel, profundamente
emocionado, al dejar la
casa dijo al niño:
— ¡Felicidades! Tú
mereces un premio por tú
BUENA VOLUNTAD y AMOR Al
PRÓJIMO. Recibirás, de
hoy en delante, toda la
ayuda que te sea
necesaria para el
proseguimiento de tu
tarea de ayuda al
semejante, porque Dios
necesita del concurso de
todas las personas de
bien para la
implantación de su Reino
de Amor en la faz de la
Tierra.
En aquella noche el
chico tuvo bonitos
sueños, siendo llevado
para regiones más
felices del Plano
Espiritual donde
recibiría instrucciones
para trabajar,
despertando al día
siguiente con ánimo
renovado para enfrentar
la vida.
Tía Célia
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