Existe, como
sabemos, una
diferencia de
contenido
esencial entre
los vocablos
reencarnación y
resurrección.
La idea de que
los muertos
podían volver a
la vida
terrestre
formaba parte de
los dogmas de
los judíos, bajo
el nombre de
resurrección.
Sólo los
saduceos,
partidarios de
una secta
fundada por
Sadoc alrededor
del año 248
a.C., cuya
creencia era la
de que todo
acababa con la
muerte, no
creían en eso.
Los judíos sí
admitían que un
hombre que
viviera podría
revivir, sin
saber precisar
de qué manera se
daba el hecho.
Es así que
muchas personas
creían que Jesús
fuese uno de los
profetas que
volvía.
Designaban con
el nombre de
resurrección lo
que el
Espiritismo
llama
reencarnación.
La resurrección
propiamente
dicha, que
implica la
vuelta a la vida
de un cuerpo que
se encuentra con
sus elementos
dispersos o
absorbidos, es
científicamente
imposible.
Si se aplica a
las personas que
tuvieron una
muerte aparente,
como Lázaro o la
hija de Jairo,
queda evidente
lo impropio de
la palabra,
porque, no
existiendo la
muerte, no hay
que hablar de
resurrección,
pero sí de
resucitación,
nombre que se
da, en Medicina,
al conjunto de
actos por los
cuales, mediante
el uso de
maniobras
manuales y de
aparatos
adecuados, se
restaura la vida
o la conciencia
de un individuo
aparentemente
muerto.
Reencarnación
significa una
cosa diferente,
pues es la
vuelta del
Espíritu a la
existencia
corpórea, pero
en otro cuerpo
formado
especialmente
para él y que
nada tiene de
común con el
antiguo.
La idea de
reencarnación
está bien
definida en la
cuestión 166 de
El Libro de los
Espíritus: –
¿Cómo puede el
alma, que no
alcanzó la
perfección
durante la vida
corpórea, acabar
de depurarse?
“Sufriendo la
prueba de una
nueva
existencia.”
a) ¿Cómo realiza
esa nueva
existencia?
¿Será por su
transformación
como Espíritu? “Depurándose,
el alma
indudablemente
experimenta una
transformación,
pero para eso
necesaria le es
la prueba de la
vida corporal.”
b) ¿El alma
pasa entonces
por muchas
existencias
corporales? “Sí,
todos contamos
muchas
existencias. Los
que dicen lo
contrario
pretenden
manteneros en la
ignorancia en
que ellos mismos
se encuentran.
Ese es el deseo
de ellos.”
c) Parece
resultar de ese
principio que el
alma, tras haber
dejado un
cuerpo, toma
otro, o,
entonces, que
reencarna en un
nuevo cuerpo.
¿Es así que se
debe entender?
“Evidentemente.”
Se ve que el
propósito de la
reencarnación es
permitir que los
Espíritus
alcancen la meta
para la cual
fueron creados:
la perfección.
El concepto de
reencarnación
está, por lo
tanto,
íntimamente
conectado al
concepto de
encarnación, es
decir, al pasaje
del Espíritu por
la existencia
carnal o
corporal, asunto
tratado en la
cuestión 132 de
la misma obra:
– ¿Cuál es el
objetivo de la
encarnación de
los Espíritus?
“Dios les impone
la encarnación
con el fin de
hacerlos llegar
a la perfección.
Para unos, es
expiación; para
otros, misión.
Pero, para
alcanzar esa
perfección,
tienen que
sufrir todas las
vicisitudes de
la existencia
corporal: en eso
es que está la
expiación. Busca
aún otro fin la
encarnación: la
de poner el
Espíritu en
condiciones de
soportar la
parte que le
toca en la obra
de la creación.
Para ejecutarla
es que, en cada
mundo, toma el
Espíritu un
instrumento de
armonía con la
materia esencial
de ese mundo, a
fin de ahí
cumplir, de
aquel punto de
vista, las
órdenes de Dios.
Es así que,
concursando para
la obra general,
él propio se
adelanta.”
A La vista de
estas
enseñanzas, no
es difícil
comprender las
siguientes
palabras que
Jesús dirigió la
Nicodemos: “En
verdad, en
verdad, te digo:
Nadie puede ver
el reino de Dios
si no nace de
nuevo”. (Juan,
3:1 a 12.)
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