De más pura
moral y de más
sublime, según
los Espíritus
Superiores, es
la moral
evangélica, la
moral enseñada y
ejemplificada
por Jesús, moral
esa que deberá
renovar el
mundo, aproximar
a los hombres,
hacerlos
hermanos y, por
fin, hacer
chorrear de
todos los
corazones
humanos la
caridad y el
amor al prójimo,
estableciendo
entre todas las
criaturas un
clima de
solidaridad que
transformará la
Tierra y hará de
ella morada para
Espíritus
superiores a los
que hoy la
habitan.
Quién dice eso
no somos
nosotros, sino
un Espíritu que
prefirió
designarse tan
solamente “Un
Espíritu
Israelita”,
conforme un
mensaje
transmitido en
Mulhouse
(Francia), el
año de 1861,
trascrito por
Kardec en el cap.
I, ítem 9, de
El Evangelio
según el
Espiritismo.
A propósito de
sus sabias
palabras, surge,
sin embargo, la
siguiente
cuestión: ¿Por
qué él se
reportó a la
moral
evangélica,
contenida en las
enseñanzas de
Jesús, y no a la
moral enseñada
por la Doctrina
Espírita?
La respuesta a
tal pregunta nos
es dada por el
propio
Codificador del
Espiritismo. “La
moral de los
Espíritus
Superiores –
dice Kardec – se
resume, como la
de Cristo, en
esta máxima
evangélica:
Hacer a los
otros lo que
queremos que los
otros nos hagan,
o sea, hacer el
bien y no el
mal.”
Lo que arriba
fue expuesto es
bastante claro
para demostrar
que el
Espiritismo,
contrariamente a
lo que dicen sus
adversarios, se
coloca en el
mundo como un
aliado, no como
enemigo, del
verdadero
sentimiento
cristiano. “Es
el bien que
asegura nuestro
futuro”,
enseñan los
inmortales. Es
la caridad que
renovará la faz
del mundo. Es el
amor en su
expresión más
pura que hará
que se edifique
en la Tierra el
Reino de Dios a
que Jesús se
refirió y con el
cual todos
soñamos.
En base de eso,
no se comprende
como algunas
personas, aún en
el medio
espírita,
muestren en sus
actitudes la
misma postura
farisaica de los
seguidores de
Hillel, el
doctor judío que
se hizo líder de
los fariseos. El
Espiritismo no
puede ser, bajo
pena de
fracasar,
instrumento de
dominación y
poder, sino, al
contrario, debe
ser siempre la
voz que nos
recuerde,
continuamente,
las lecciones de
Jesús, los
ejemplos de
Jesús, la obra y
la vida de
Jesús.
Existen, sin
cualquier duda,
criaturas que
juzgan que el
Espiritismo es
una especie de
balcón de
favores donde
podremos
encontrar,
cuando el dolor
aparece, el
analgésico que
alivie o el
remedio que
cure. Es así que
muchos ven el
recurso del pase
magnético, el
auxilio de los
tratamientos
espirituales o
las curas
obtenidas por la
intervención de
los Benefactores
espirituales,
olvidados de que
la terapia
espírita
solamente
produce
resultado cuando
la criatura
asume los
deberes que ella
misma contrajo
ante la vida.
Aquel que
cumpliera con
fervor la máxima
del amor al
prójimo y
buscara, cada
día, modificarse
para mejor, no
necesitaría de
pases
magnéticos, ni
de tratamientos
espirituales, ni
de médiums
curadores,
porque la salud
moral lo
acompañaría
siempre,
inmunizándolo
contra esos
disturbios que
acometen con
frecuencia el
ser humano.
Fue ciertamente
por eso que
Kardec,
reportándose al
código moral
revelado por
Jesús, escribió:
“Delante de ese
código divino,
la propia
incredulidad se
curva. Es
terreno donde
todos los cultos
pueden reunirse,
estandarte bajo
el cual pueden
todos colocarse,
cualesquiera
que sean sus
creencias, por
cuanto jamás él
constituyó
materia de las
disputas
religiosas, que
siempre y por
todas partes se
originaron de
las cuestiones
dogmáticas. De
hecho, si lo
discutieran, en
él tendrían las
sectas
encontrado su
propia condena,
ya que, en la
mayoría, ellas
se agarran más a
la parte mística
que a la parte
moral, que exige
de cada uno la
reforma de sí
mismo. Para los
hombres, en
particular,
constituye aquel
código una regla
de proceder que
comprende todas
las
circunstancias
de la vida
privada y de la
vida pública, el
principio básico
de todas las
relaciones
sociales que se
fundan en la más
rigurosa
justicia. Y,
finalmente y por
encima de todo,
el guión
infalible para
la felicidad
venidera, el
levantamiento de
una punta del
velo que nos
oculta la vida
futura”
(El Evangelio
según el
Espiritismo,
introducción,
ítem I).
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