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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 136 – 6 de Diciembre del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Aprendiendo a repartir

 

Bruno era un niño que pensaba sólo en sí mismo.

No repartía nada con nadie. Cuando recibía de los abuelos o de los tíos algún dulce, chocolate o chicles, escondía todo en su armario. Y tan bien lo hacía que nadie conocía su escondite, ni su madre. Era su tesoro. ¿Saben para qué? Para poder comerlo todo después, en la hora en que estuviera solo.

La madre reprobaba su comportamiento diciendo:

— Bruno, hijo mío, tenemos que aprender a repartir lo que tenemos con los otros. No podemos ser egoístas y desear todo para nosotros. A medida que la gente da, también recibe.

Pero el chico respondía, maleducado:

— ¡Yo, hein! ¡Si fui yo quien recibió, todo es mío! No doy nada.

Sus hermanitos más pequeños, Breno y Bianca, comían los dulces que habían recibido y Bruno quedaba sólo mirando, pensando en el placer que tendría después al apreciar todo solo en su cuarto.

Pero Bruno iba a juguetear y se distraía, olvidando que había guardado los regalos. Y el tiempo iba pasando.

Un bello día, los hermanos de Bruno entraron en casa trayendo un paquete de chicles y de pirulíes cada uno. Venían contentos, exhibiendo los dulces que habían recibido de un señor que había pasado por la calle distribuyendo golosinas para los niños.

Bruno, que estaba dentro de casa, no recibió nada, e hizo un gesto con la boca:

— ¡Yo quiero también! ¡Yo quiero! ¿Me das un poco para mí?

Pero Breno replicó, decidido, con la aprobación de Bianca, la pequeña:

— No, no te doy. ¡Tú nunca repartes nada con nadie!

Bruno, irritado y con cara de llanto, respondió:

— ¡Egoístas! No me haces mal. Tengo muchas cosas guardadas. ¡No necesito nada! ¡Vosotros vais a ver!

Y corrió para el cuarto, seguido de cerca por los hermanos, curiosos de ver dónde quedaba el escondite que Bruno escondía tan cuidadosamente y que ellos nunca habían conseguido descubrir.

Bruno abrió la puerta del guarda ropa, retiró un cajón y, en el fondo, en un espacio vacío, bien escondidito, allá estaba todo lo que él había recibido y que había conservado.

Con aire de triunfo, estiró la mano y fue retirando chocolates, dulces, bizcochos, chicles, delante de los ojos abiertos de los pequeños. Pero, ¡oh sorpresa!... Con espanto, Bruno notó que sus dulces tenían aspecto muy feo: los chocolates estaban viejos, los dulces se habían estropeado, los chicles estaban agrios, las bolas derretidas.

Terriblemente decepcionado, Bruno percibió en aquel instante que, en virtud de su egoísmo, no había repartido nada para nadie. Y, peor que eso, constató que él aún no había aprovechado las cosas tan gustosas que le habían dato con tanto cariño.
 

Ahora, infelizmente, estaba todo estropeado y tendría que ser tirado a la basura.

Se sentó en la cama y, cubriendo la cabeza con las manos, comenzó a llorar. Sus hermanos que, a pesar de ser pequeños, tenían buen corazón, se aproximaron a él y Breno dijo:

— No estés triste, Bruno.

Y, bajo suyo mirada sorprendida, repartieron fraternalmente con él todo lo que habían recibido aquel día.   

— Yo no merezco la generosidad de vosotros. Aprendí en este momento una importante lección. Entiendo ahora lo que mamá quiere decir cuando afirma que, a medida que la gente da, recibe. Yo nunca di nada y nada merezco. Pero, a pesar de eso, vosotros probaron que tenéis un buen corazón. A partir de hoy, voy a buscar ser menos egoísta. ¡Lo prometo!

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita