La Navidad de
Jesús representa
tanto para la
Humanidad que en
esta semana que
lo antecede es
sobre él que
deseamos hablar.
Cuando un hijo
nace, los padres
quedan
evidentemente
felices. El
hogar se adorna
para la llegada
del bebé y los
abuelos viven
una preocupación
diaria durante
todos los meses
que preceden ese
momento tan
esperado.
Es que la vida
significa mucho
para todos
nosotros. La
reentrada del
Espíritu en este
escenario que
tantas bellezas
nos ofrece
constituye la
apertura de
nuevas
oportunidades de
trabajo, de
rehacimiento, de
resarcimiento y
de progreso.
Su partida
significa lo
contrario. La
muerte trae
tristeza,
nostalgia y
agonía. En su
pasaje
fulminante, deja
un rastro de
dolor y un vacío
difícilmente
llenado por
cualquier otra
cosa.
Si una madre
tiene diez hijos
y pierde uno de
ellos, ella
sentirá la
ausencia del que
partió aunque
persista a su
lado una prole
numerosa, porque
los hijos son
una especie de
parte de nuestro
ser en quien
soñamos
perpetuar
nuestro nombre.
La Navidad es el
advenimiento de
una persona
especialmente
importante para
la Humanidad, ya
que Jesús,
independientemente
de su inmensa
superioridad,
que lo eleva por
encima de todos
sus hermanos, es
el amigo, el
compañero, el
ángel invisible
que conforta a
todos y alimenta
con su presencia
nuestra hambre
de paz y de
equilibrio.
La aproximación
de la Navidad
ejerce, por eso
mismo, una magia
encantadora
sobre todos los
hogares, por
cuanto
constituye un
raro momento de
paz y el
estímulo a que
se de la
modificación
necesaria que
Jesús espera de
toda la
Humanidad.
En la Tierra –
nadie ignora –
hay guerras,
conflictos,
hambrientos en
todas partes.
Pero, mientras
exista el
mensaje de
Cristo, reunido
en su Evangelio
de luz, habrá
esperanza para
el mundo en que
vivimos, donde
el hombre ha de
alcanzar, un
día, el destino
brillante que
Dios
le señaló. Fue
Jesús quién
declaró: “Todo
lo que hago
podréis hacerlo
también, y mucho
más”. Y fue aun
Él quien afirmó:
“De las ovejas
que mi Padre me
confió ninguna
se perderá”.
La Navidad es,
pues, uno de
esos escasos
momentos de
claridad en el
planeta en que
vivimos, donde
predominan las
pruebas y las
expiaciones, con
todo su cortejo
de vicisitudes.
Que esa claridad
introduzca en
nuestros hogares
y en nuestra
vida un clima
diferente que
posibilite
nuestra reforma
interior, para
que haya un
infeliz menos en
el mundo y
podamos todos
nosotros
eliminar al
“hombre viejo”
que aún somos,
teniendo Jesús
por modelo,
seguros de que,
conforme el Dr.
Bezerra de
Menezes aseveró,
“fuera del
Cristo no hay
solución”.
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