El lamentable
terremoto que
alcanzó Haití el
último día 12,
con una vasta
destrucción y
miles de
muertes, llevó
también de
retorno a la
patria
espiritual a la
respetable Zilda
Arns. Con tres
propuestas al
Premio Nóbel de
la Paz, Zilda
dedicó su vida
al prójimo.
Hermana de
D. Paulo
Evaristo Arns y
nacida en 1934,
la notable mujer
integra el
equipo de los
sembradores de
Cristo en
actividad en el
planeta: una
vida dedicada a
la educación, al
amparo de la
infancia, de las
embarazadas y de
las personas
ancianas. Murió
en la causa en
que siempre
creyó, como
afirmó D. Paulo.
Como muchos
saben, médica
pediatra y
sanitaria, Zilda
Arns era
fundadora y
coordinadora de
la Pastoral del
Niño y de la
Pastoral de la
Persona Anciana,
órgano de Acción
Social de la
Iglesia
Católica.
La Pastoral
estima que cerca
de 2 millones de
niños y más de
80 mil gestantes
son acompañadas
todos los meses
por la entidad
en acciones
básicas de
salud,
nutrición,
educación y
ciudadanía. ¿Es
preciso hablar
más sobre la
importancia de
su obra?
Esa fecunda
actividad en el
bien,
normalmente en
favor de los
desfavorecidos
de todo orden,
como la infancia
abandonada o
desnutrida,
embarazadas
necesitadas y
también personas
ancianas o aún
personas
marginadas, es
la gran marca de
los sembradores
de Cristo, que
se
inspiran en el
ejemplo de
Jesús, a pesar
de las flaquezas
y limitaciones
humanas. No
pierden tiempo
con contiendas,
protestas,
justificaciones,
acusaciones o
dificultades.
Simplemente
trabajan.
Trabajan porque
reconocen las
dificultades que
aguardan la
decisión humana,
trabajan porque
confían en el
bien, trabajan
porque saben que
el Maestro de la
Humanidad espera
por nuestra
decisión de
amar.
Recordemos. Así
fueron, cuando
por su pasaje
por el planeta,
Gandhi, Hermana
Dulce, Madre
Teresa, Chico
Xavier y otros
valerosos
personajes de la
historia de la
Humanidad,
aunque muchos
permanezcan
anónimos, desconocidos
y aun, en la
mayoría de las
veces,
incomprendidos y
marginados. Cada
uno en su
estadio y con
actividades
propias, pero
todos
dignificando la
condición
humana.
Hay, sin
embargo, en esa
y en otras
tragedias
semejantes que
han ocurrido en
el mundo, un por
menor que no
puede ser
olvidado: todos
somos
inmortales. Por
terremotos,
enfermedades,
accidentes, edad
avanzada u otras
causas, todos
deberemos volver
a la condición
primera
de todos
nosotros: seres
inmortales. Por
eso, Zilda, como
tantos que
continúan
trabajando,
aunque
invisibles a los
limitados ojos
humanos, también
proseguirá en su
lucha de fe y
trabajo por el
bien, aunque con
el cuerpo físico
destruido.
En el caso de
Zilda Arns, no
es la muerte la
que interrumpió
su amor y
dedicación a la
causa del bien.
También la
muerte no
afectará su fe,
su confianza en
Dios, su
determinación y
perseverancia en
los ideales que
abrazó. La
muerte sólo la
transfirió para
otra esfera,
pero los lazos
de sintonía y de
afecto, esos
continúan. Y,
para nosotros,
queda el ejemplo
de solidaridad,
de humanidad.
Ejemplo de esa
gran alma que
también partió
trabajando y
dejando la marca
del bien en sus
luminosos pasos.
La muerte sólo
la transfirió
para otra
esfera, pero en
cuanto al
terremoto,
persiste el
desafío para
nuestro
razonamiento de
pensar: ¿Por
qué? ¿Cómo
conciliar la
bondad y
grandeza del
Creador con
tanta violencia
y dolor?
Aparentemente,
tales hechos son
incompatibles
con la bondad
del Padre, lo
que nos lleva
forzosamente a
comprender que
tiene que haber
una causa
anterior que
determine tales
acontecimientos,
cuya explicación
lógica vamos a
encontrar en la
pluralidad de
las existencias,
uno de los
principios
básicos de la
Doctrina
Espírita.
El asunto es,
con todo, muy
vasto y, para
ser entendido en
toda su
amplitud,
necesita ser
investigado,
estudiado. Por
eso sugerimos
inicialmente al
lector el
estudio del tema
en El Libro
de los Espíritus,
especialmente en
las cuestiones
737 a 741 y
relacionadas a
las cuestiones
166 a 171 y 222,
entre otras.
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