El terremoto que
arrasó la
capital de Haití
el último día 12
y las
incontables
tragedias del
inicio del año
ocasionadas por
las malas
condiciones del
tiempo no pueden
ser simplemente
debidos a la
cuenta del
acaso.
Aprendemos con
la Doctrina
Espírita que el
acaso no existe
y que la vida es
causal y todo en
ella tiene su
razón de ser,
conectada
íntimamente a la
propia finalidad
del mundo en que
vivimos.
El desastre
sísmico que
acometió a
Haití,
considerado por
la ONU la peor
tragedia de los
últimos 60 años,
presentó números
de susto, siendo
impresionante,
además de los
miles de
muertes,
la cantidad de
familias que
perdieron
literalmente
todo, que no
escaparon
incluso hasta
personas de
otros países,
como Brasil, que
allí se
encontraban en
servicio.
La tragedia nos
trajo a la
memoria los
terremotos que
sacudieron Kobe
en enero de 1995
e India en
septiembre de
1993. La
sacudida sísmica
hindú mereció de
la Hoja de S.
Pablo un
editorial
conmovedor, en
el cual el
editorialista,
tras referirse a
la
transitoriedad
de la existencia
humana, recordó
a los 16 mil
muertos víctimas
por la “furia de
la tierra india”
y, a al final de
su comentario,
aseveró con
propiedad: “Las
calamidades
naturales – en
que pese todo
el dolor y
sufrimiento que
causan a miles
de personas –
sirven al menos
para callar la
infinita
arrogancia de
los hombres y
recordarlos de
que, aún con
toda la
parafernalia
tecnológica que
supieron
desarrollar, no
pasan de materia
finita y
frágil”.
En efecto, a
pesar del dolor
que causan, los
flagelos
naturales, las
muertes
colectivas y los
desastres
ambientales,
sobre todo
aquellos para
los cuales no
concurrió la
voluntad humana,
producen un
efecto moral
incuestionable,
al evidenciar –
como bien
recordó el
editorial citado
– la fragilidad
del hombre
delante de las
fuerzas de la
Naturaleza.
Sabemos que es
en las pruebas y
dificultades que
se forjan los
grandes hombres.
La lucha, la
vicisitud, el
sufrimiento
desarrollan en
el alma
cualidades que
no se encuentran
en la vida
fácil, fútil o
inútil. La
solidaridad
parece
fortalecerse y
unir más a las
personas delante
de
acontecimientos
de esa
naturaleza. He
ahí el motivo de
por qué entonces
ocurren.
Siendo la Tierra
un planeta de
pruebas y
expiaciones,
ella se hace,
por eso mismo,
un lugar en que
tales fenómenos
ocurren con
cierta
regularidad, y
ocurriran por
mucho tiempo
aún, mientras
sean necesarios
al progreso
moral de la
Humanidad
terrena.
En esos momentos
de grandes
dolores y
conmoción
fuertes, nadie
ignore, con
todo, que la
muerte no
aniquila el
Espíritu: sólo
lo envía de
vuelta a la
patria
espiritual, de
donde provino. Y
él sigue para
ahí íntegro, ya
que el fenómeno
biológico de la
muerte en nada
lo desprecia o
disminuye. De
hecho, el hecho
de morir para la
vida corpórea es
algo que no
se puede evitar,
y todos nosotros
a eso nos
sujetaremos, día
más, día menos.
Los frutos de
esos
acontecimientos
es que son, así,
importantes. En
esos transes la
hora debe ser de
resignación
delante de lo
inevitable, pero
no de miedo,
porque el Padre
a todo provee y
da a cada uno de
sus hijos
conforme su
merecimiento.
Que Dios bendiga
al pueblo de
Haití! Y que
nosotros hagamos
también, en pro
de la sufrida
nación, la parte
que nos cabe.
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