Carmina entró en casa,
tiró la mochila sobre el
sofá de la sala, y fue
para la cocina.
— Hola, ¡hija mía!
¿Tienes hambre? Tu padre
debe estar llegando y ya
voy a servir el
almuerzo. Por favor,
llama a Tiago que está
jugando en el jardín y
ayúdalo a lavarse las
manos.
Contra la voluntad del
hermanito, Carmina lo
trajo, lo llevó para el
baño, le lavó las manos
y después volvió,
colocándolo a su lado.
El padre llegó sonriente
y luego estaban todos
alrededor de la mesa.
Después de una oración,
la madre sirvió a los
hijos.
— ¿Cómo fue tú día hoy?
– preguntó a Carmina,
notando a la hija
callada y de mal humor.
— ¡Pésimo! – replicó la
niña.
— ¿Pasó alguna cosa? –
preguntó el padre.
La chica se desahogó:
— No soporto más a mí
clase, papá. Los alumnos
juegan, discuten y no
obedecen a la profesora.
¡Con el ruido, a veces
no consigo entender lo
que ella dice!
Los padres cambiaron una
mirada, preocupados.
— ¿Ya intentaste hablar
y entenderos? – preguntó
la madre.
— La profesora lo ha
intentado de todas las
maneras, sin resultado.
— Bien, generalmente son
sólo algunos alumnos los
que causan tumulto.
No te preocupes. Para
todo existe una
solución.
Vamos a almorzar en paz.
Después del almuerzo,
Carmina ayudó a la madre
a arreglar la cocina.
Enseguida, la señora
cogió harina, huevos y
leche, poniéndolo encima
de la mesa.
— ¿Qué vas a hacer,
mamá? – quiso saber la
niña, curiosa.
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— Voy a amasar pan, hija
mía. ¿Quieres ayudar?
— Claro, mamá.
La madre puso harina en
una vasija, añadió los
huevos, un poco de sal y
de azúcar. Enseguida,
calentó una taza de
leche, y juntó un poco
de algo que Carmina no
conocía.
— ¿Qué es eso, mamá?
— Es la levadura,
hijita.
— ¡Ah!... ¿Y por qué
necesita levadura?
— Para que la masa
crezca y quede blando y
suave.
— ¡Pero es muy poco!
¿Sólo esa cantidad de
levadura pones?
— Sí. Eso es suficiente.
Vas a ver.
Acabaron de mezclar los
ingredientes y la madre
dejó la masa en la
vasija, cubriéndola con
un paño.
— Ahora vamos a esperar
a que la masa crezca
para después llevarla al
horno.
Carmina fue para el
cuarto y estuvo
entretenida en leer un
libro de historias.
Algún tiempo después su
madre vino a avisar que
la masa esta lista.
La chica se quedó
sorprendida al ver como
la masa creció. ¡Estaba
enorme, casi cayendo por
fuera de la vasija!
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Cogiendo un poco de la
masa, la madre la enseñó
a enrollar un panecillo,
colocándolo en una
bandeja cuando todos
estaban listos, fueron
llevados al horno
caliente.
No tardó mucho y el olor
delicioso de pan
caliente lleno toda la
casa.
Carmina corrió para ver
a su madre retirar la
bandeja del horno. ¡Los panecillos
|
estaban cocidos
y bonitos!
¡Deberían estar
apetitosos! |
La madrecita no se
resistió. Como estaba en
la hora de la cena, la
madre abrió un
panecillo, le pasó
manteca y se lo dio a la
hija.
— El olor está
delicioso, mamá. Mira
como la manteca se
derrite en el pan
caliente.
Después de comer,
Carmina comentó:
— ¡Qué delicia, mamá!
Los panes quedaron
buenos. ¿Cómo puede una
cantidad de levadura tan
pequeña hacer crecer
toda la masa? ¡No
entiendo!
— Es verdad, querida
mía. ¡Sin embargo, es la
función de la levadura!
Jesús también habló
sobre eso, diciendo que
el reino de los Cielos
es semejante a la
levadura que ponemos en
la masa y que es
suficiente para hacerla
crecer. Así también es
nuestro ejemplo en la
vida. Cuando damos un
buen ejemplo y tenemos
un comportamiento
correcto, las personas
que nos rodean acabaran
por obrar como nosotros.
Carmina pensó un poco y
dijo:
— Entendí. Quieres decir
que nosotros podemos ser
la levadura que va a
hacer crecer toda la
masa, ¿no es así?
— Eso mismo.
Los ojos de la chica
brillaban de entusiasmo.
— ¡Mamá! Ya sé cómo
obrar en mi clase. En
verdad, cuando mis
compañeros juegan o
discuten entre sí, yo
entró en la pela y
discuto también. Ahora
sé que no es esa la
actitud correcta. Mi
actitud también era
mala.
Hizo una pausa y,
mirando a la madre,
consideró:
— ¡Jamás pensé que
aprender a hacer pan
pudiese enseñarme tanto!
De aquel día en adelante
la situación cambió en
la clase.
Carmina comenzó a
cambiar su conducta,
manteniéndose tranquila
y equilibrada, y
ayudando a la profesora
a pacificar a los
alumnos más rebeldes. Al
poco, los compañeros de
buen comportamiento
fueron ganando terreno
y, después, los
indisciplinados quedaron
en desventaja, siendo
obligados a cambiar
también, pues no
encontraban más apoyo en
los compañeros.
Después de esa
conquista, Carmina pasó
a obrar de esa manera en
cualquier área de su
vida, y siempre
comentaba:
— ¡Nunca pensé que
aprender a hacer pan
fuese tan importante!
(Mensaje de Meimei,
recibido por Célia
Xavier de Camargo, el
25/10/2005.)
Tía Célia
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