Además de todos
los casos de
corrupción que
vienen llenando
el informativo
de la prensa en
Brasil, desde
los fraudes
contra la
Sanidad hasta el
episodio
reciente del
mensalão
(corrupción) del
Distrito
Federal, vimos
los últimos
meses noticias
relativas a
problemas
relacionados a
los exámenes del
Enem y a
diversos
concursos
públicos
suspendidos por
los mismos
motivos.
Vea el lector
que las
actitudes sin
escrúpulos y los
fraudes no se
limitan a una
región
específica del
País ni a una
determinada
clase social.
Para vencer en
la vida – una
expresión que a
los
materialistas
les gustan usar
– se hace de
todo y, en los
casos referidos,
incluso los
jóvenes acabaron
sorprendidos.
Lo que se
concluye de todo
eso es que la
crisis moral
constituye un
problema que
extrapola
incluso las
fronteras del
País y es
indiferente que
el lugar sea un
país del primer
Mundo o del
Tercero, el
hombre es
siempre el
mismo, sea aquí
o en Europa, lo
que no debe
causar sorpresa
alguna a los
espiritistas, ya
que sabemos que
los trazos
fisonómicos, los
bolsillos
rellenos o el
color de la piel
nada tienen que
ver con la
condición
evolutiva del
Espíritu
reencarnado.
Planeta de
pruebas y
expiaciones, es
natural que la
Tierra reciba
individuos
moralmente
endeudados y
complicados.
Nuestros errores
y vacilaciones
del pasado han
sido numerosos,
lo que hace que,
al lado de
personas
honestas y
sinceras, se
encuentren
individuos
deshonestos y
banales, que de
cristianos sólo
tienen el
barniz.
Llegó, con todo,
la hora del
cambio. No es
posible que en
pleno tercer
Milenio, dos mil
años tras el
advenimiento de
Cristo, hasta
para ingresar en
una facultad las
personas se
valgan de
métodos que hace
mucho deberían
haber sido
extirpados de la
sociedad en que
vivimos.
No tengamos, sin
embargo,
ilusiones en
cuanto a eso,
porque la crisis
moral, diferente
de la crisis
económica,
además de
difícil y
costosa, demanda
tiempo y buena
voluntad, una
vez que habla
respecto a la
propia
concepción que
tenemos de la
vida. Si esa
concepción es de
fondo
materialista,
nada más natural
que se continúe
haciendo todo
eso para
obtenerse los
bienes sociales,
y ahí está
probablemente la
verdadera razón
de la crisis por
la que pasamos.
Otro, no
obstante,
debería ser el
comportamiento
de los que se
dicen adeptos
del
Cristianismo.
¿De qué vale al
hombre ganar el
mundo y perder a
sí mismo? – así
dijo Jesús hace
más de dos mil
años,
mostrándonos que
la ética
cristiana no se
concilia con el
fraude, la
corrupción, los
desmanes, el
enriquecimiento
fácil y la mala
administración
de los recursos
públicos.
Las religiones
bien que podrían
abrir los ojos a
los que en eso
se complacen,
mostrándoles que
ellos se engañan
y que su éxito
será, diferente
de lo que
imaginan,
limitado, vano y
engañoso.
Ciertamente, eso
no será
suficiente para
poner fin a ese
estado de cosas
que se arrastra
y se agranda.
Pero constituirá
un buen
comienzo, que
los espiritistas
no pueden
faltar,
confiados en el
reconocido poder
moralizador del
Consolador
prometido por
Jesús y en la
claridad de su
mensaje.
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