Cuando la Tierra
alcanzó el
fantástico
número de 6
billones de
habitantes, hubo
quienes
argumentaron:
“Ahora, si el
planeta aumenta
siempre el
número de sus
habitantes,
¿cómo se explica
la
reencarnación,
que sería la
vuelta a la
Tierra de los
hombres que aquí
vivieron antes?”
Esa pregunta no
pasa, en el
fondo, de una
crítica infantil
a la doctrina de
las vidas
sucesivas.
Cuando un club
de fútbol está
representado en
un determinado
partido, hay en
el campo once
jugadores,
pero existen
allí mismo, en
el banco de
reservas, otros
jugadores a la
espera de una
posible
sustitución,
además de un
contingente de
jugadores que
forman parte del
club y entrenan
también con los
demás, aunque
allí no sean
vistos.
La Tierra no se
constituye, por
lo tanto,
solamente de los
billones de
criaturas
encarnadas que
pueblan los
diferentes
países. Su
contingente es
mucho mayor.
Existen personas
que viven aquí
70, 80, 90 años
y más de 100 en
la vida
espiritual, en
los intervalos
de las
diferentes
existencias
corpóreas.
Ahora, cuando
esas personas no
están
revistiendo un
cuerpo material,
alguien está
ocupando sus
lugares, sus
casas, sus
empleos, su
función en la
existencia
corporal. Cuando
ellas vuelven a
este plano,
otros de aquí se
van y es
exactamente el
conjunto de las
poblaciones
visible e
invisible del
planeta que
forma la
comunidad
terrena.
Existe, aún,
otro factor a
ser considerado.
Los planetas son
solidarios entre
sí. Recordamos
lo que ocurre
en una ciudad
como Londrina.
La Universidad
local recibe
alumnos de los
más variados
lugares, no sólo
de ciudades
paranaenses,
sino también de
São Paulo,
Minas, Mato
Grosso,
finalmente, de
todas partes.
Lo mismo se da
con los
planetas. En su
trayectoria
evolutiva, la
Tierra es un
campo de
emigración e
inmigración de
individuos. De
aquí parten los
seres que nada
más tienen que
aprender en
nuestro mundo.
¿Que harían en
la Tierra
Francisco de
Asís, Einstein,
Sócrates,
Newton,
Beethoven?
Nuestro mundo
está, en
términos
evolutivos, de
este lado de sus
potencialidades
y, por eso, van
ellos a buscar
en otros mundos
la cultura y el
desarrollo
espiritual de
acuerdo con su
nivel evolutivo.
La Tierra
también recibe
Espíritus
oriundos de
planetas
semejantes o aún
inferiores al
nuestro. Esa
migración forma
parte de las
leyes de Dios.
Hay todo una
mezcla de
etnias, de
culturas, de
experiencias, y
es precisamente
esa
miscegenación
que impulsa el
progreso de los
mundos.
La ley de Dios
nos impulsa al
progreso. La
forma de
alcanzarlo, de
hecho única, es
repetir
experiencias,
reaprendiendo,
cortando
aristas, notando
perjuicios,
reparando
estragos,
haciendo el
bien,
diseminando la
cultura,
edificando la
paz.
“Nacer, morir,
renacer aún,
progresar
siempre – tal es
la ley.” He ahí,
en síntesis, lo
que los
Espíritus nos
enseñaron al
respeto.
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