La pobreza y la atención
espiritual en la Casa
Espírita
“Estos principios, para
mí, no existen sólo en
teoría, pues los pongo
en práctica; hago tanto
bien cuanto lo permite
mi posición; presto
servicios cuando puedo;
los pobres nunca fueron
repelidos de mi puerta,
o tratados con dureza;
fueron recibidos
siempre, a cualquier
hora, con la misma
benevolencia; jamás me
quejé de los pasos que
he dado para hacer un
beneficio (...).” -
Allan Kardec. (1)
La caridad como
paradigma
En el epígrafe arriba
encontramos un tramo
seleccionado de
pensamientos íntimos del
maestro Allan Kardec
acerca de la caridad,
constante en una obra
publicada después de su
desencarnación que, por
su parte, contiene la
colección de una serie
de manuscritos
póstumamente presentados
en la Revista Espírita:
periódico de estudios
psicológicos.
En ese texto, en
especial, vemos a Kardec
resaltar que la caridad
para él no era mera
máxima o palabra bien
puesta en los labios,
era una praxis, o sea,
una actitud conectada al
ejercicio del
razonamiento sobre la
misma.
Destaca, aún, que
realizaba algo en pro
del prójimo siempre que
era posible, denotando
que su diminuto tiempo
libre era dispuesto en
el servicio al otro y,
aún, en una apertura de
corazón a los más pobres
cuyo acogimiento no
tenía hora para
ocurrir.
En mi comprensión, aquí
tenemos un legado moral
del maestro lionés que
debe servir de paradigma
– modelo – para nuestras
acciones en el mundo e,
igualmente, en las
actividades de la casa
espírita, principalmente
aquellas que se refieren
al acogimiento de
personas en condición de
pobreza o inclusión
precaria en el sistema
social vigente, tan
marcado por el egoísmo y
por la lógica
economista.
Para hacer entender el
concepto de inclusión
precaria (2),
recurro al sociólogo
José de Souza Martins
que, al encarar la
cuestión de las
desigualdades sociales
como un problema más
sociológico que
económico, generado por
las formas de desarrollo
anómalo (que
produce la pobreza y
afirma cínicamente como
coste necesario a su
efectividad), defiende
la tesis de que la
desigual distribución de
bienes sociales,
culturales y políticos
excluye una extensa
legión de personas de
los procesos de
participación y provoca
la integración en formas
inhumanas de
supervivencia y de
ínfimo protagonismo
social, como modos
privilegiados de aquella
y no como la
concretización de
derechos.
Así, el referido autor
tiene el deseo de
polemizar la
calificación seductora y
patológica de ese modelo
de desarrollo que
incluye a los pobres en
procesos concretamente
precarios de acceso a
los bienes sociales,
culturales y económicos.
Nos recuerda aun que, en
las sociedades
complejas, las pobrezas
se multiplicaron,
alcanzando dimensiones
de la existencia humana
que jamás
identificaríamos como
manifestaciones de
carencias fundamentales
y, en ese sentido, el
desafío está en percibir
que tenemos otros modos
de diferenciación social
que imponen a ciertas
personas lugares
sociales subalternos.
De ese modo, si la
opción del Espiritismo
es hacer a la criatura
humana feliz, cabe al
espiritista que trabaja
con personas que viven
expuestas a la pobreza
comprometerse con la
superación de las
situaciones límites
que las impiden de ser
más, sin pensarse
salvador del mundo, pero
alguien que, por los
saberes que detenta, y
teniendo a Jesús por
inspiración mayor, tiene
el compromiso social de
realizar algo de
concreto en ese sentido.
Tal comprensión nos
lleva a creer que la
atención espiritual en
la casa espírita
necesita extender la
mano al hermano pobre y,
en una escucha sensible,
identificar las miserias
ocultas, haciendo lo
mejor a su alcance, sin
cualquier forma de
discriminación o
indiferencia.
Hacer lo mejor significa
cumplir el deber ya
señalado por Kardec
cuando escribió: “El
verdadero espírita jamás
dejará de hacer el bien.
Suavizar corazones
afligidos; consolar,
calmar desesperaciones,
operar reformas morales,
esa es su misión. Es en
eso también que
encontrará satisfacción
real.” (3)
La sugestión del
Espíritu Cheverus
En El Evangelio según
el Espiritismo,
verdadero código de bien
vivir, Kardec publica la
comunicación de un
Espíritu que firma
Cheverus (4).
Según él, delante del
sufridor la primera
acción es el alivio.
Cuando recibimos alguien
en la casa espírita cuyo
corazón está tomado por
dramas personales, son
inútiles discursos
largos doctrinarios o
exposiciones alargadas
sobre las normas y
dinámica de la
institución.
Es una cuestión de buen
sentido: primero
aliviemos el sufrimiento
de nuestro hermano,
abrazándolo
fraternalmente y
manifestando de tal modo
nuestro sentimiento de
acogida que, a través de
nuestro mirar atento, de
la escucha y del diálogo
esclarecedor, sea
posible establecer el
lazo de confianza
esencial para poder
ayudarlo.
Para la segunda etapa de
la atención, Cheverus
nos propone que nos
informemos acerca de la
situación transitoria de
sufrimiento del
compañero que nos ruega
auxilio. Destaco la
transitoriedad para que
no caigamos en posturas
estigmatizantes que
nombran al pobre como
“desgraciado”, no viendo
en él las
potencialidades de
Espíritu inmortal y de
individuo capaz de, con
las debidas
oportunidades, proveer
dignamente la propia
existencia.
De ahí la importancia
del diálogo de la
atención fraterna en la
casa espírita que debe
ser orientada por la
importancia de la
escucha. No incautamos
las circunstancias que
cercan la vida del
solicitante si no le
escucháramos la
narración y, para tanto,
necesitamos dejar atrás
cualquier ansiedad de
conversión del otro a
nuestra creencia.
De hecho, por dos
motivos: el Espiritismo
es una doctrina de libre
adhesión por el
razonamiento y por la
madurez del sentido
moral y, también, el
momento de la atención
fraternal no es sino
para consolar mediante
breves esclarecimientos
o por la vía del socorro
improvisado, conforme la
carencia de aquel que
busca la atención
espiritual en la casa
espírita
Pero el conocimiento de
forma más profundizada,
sin invasión de
privacidad o
humillación, de las
condiciones en que vive
nuestro hermano de
camino preso a la
pobreza material, pide
el encaminamiento,
después de - insisto –
la ayuda inmediata, al
departamento de la
casa espírita
especializada en las
tareas de acción social
capaces de asistir a las
familias pobres y, a la
vez, ejercer una
pedagogía de generación
de trabajo y renta a fin
de contribuir con la
emancipación de las
clases populares al lado
de la espiritualización
de los individuos.
Así, el benefactor
espiritual recomienda
otro punto a ser
observado en el guión de
ayuda cristiana: que nos
informemos de tal forma
acerca del individuo y
de sus luchas materiales
y
verifiquemos si la
oferta de trabajo, de
consejos guiados por la
Filosofía Espírita y si
nuestra afecto no será
más eficaz que la pura y
simple limosna en su
favor, por su
liberación.
La limosna,
manifestación de una
lógica de asistencia, es
una acción que atiende
la necesidad material
sin intencionalidad
educativa y que rebaja
la humanidad del sujeto,
adiestrándolo a la
condición de la
mendicidad o de la
dependencia. Como tal,
no atiende al proyecto
regenerador del
Espiritismo para la
humanidad.
De ese modo, creo ser
interesante que el
equipo de voluntarios de
la casa espírita tome
conocimiento de bellas
iniciativas dentro y
fuera del movimiento
espírita acerca de las
redes de economía
solidaria (5),
aquella que surge como
una respuesta posible al
sistema social vigente
que tanto deshumaniza –
tirando multitudes al
abismo de la sociedad de
consumo – en cuanto
produce una crisis
ecológica sin
precedentes en nuestra
Historia.
Más adelante, Cheverus
propone que difundamos,
como debemos hacer con
los socorros materiales,
los principios del amor
de Dios, del amor al
trabajo, el amor al
prójimo, colocando
nuestros recursos en las
buenas obras. Y, como no
podría dejar de hacer,
sugiere que los recursos
intelectuales que
vengamos a poseer sean
dispuestos a la
instrucción del pueblo.
Ese mensaje actualísimo
registrado por Allan
Kardec, en una de las
obras fundamentales de
la Doctrina de los
Espíritus, presenta
efectivamente una acción
pedagógica de
acogimiento de las
clases populares en la
casa espírita. Sin
embargo, es preciso
decir que esa acción
educativa, que
comienza en el
acogimiento, encontrará
su ápice en el instante
en que, en las demás
actividades
interdependientes de la
agremiación espírita,
aquellos que están
excluidos socialmente
encuentren soporte para
vivir con dignidad,
trabajando, produciendo
y conviviendo en régimen
de fraternidad
cristiana.
Invitar a los pobres
El Maestro de la Cruz
(6) en cierta
fecha orientó a los
discípulos para que, al
realizar una fiesta,
invitaran a los pobres,
los inválidos, los cojos
y a los ciegos. Y, aun,
hubo resaltado que en la
adhesión de esos a la
fiesta es
cuando los discípulos
serían felices, pues los
pobres no tendrían como
retribuir la gentileza
de modo alguno y que es
en la vida futura que
encontrarían
resarcimiento del bien
llevado a efecto en la
experiencia terrestre.
Según Allan Kardec
(7), el festín, en
la actualidad, no son
las ruidosas fiestas del
mundo y, sí, el reparto
en la abundancia de que
disfrutamos junto a los
saberes espíritas. Para
tanto, necesitamos
de participar
“homeopáticamente” la
espiritualidad
subyacente al
Espiritismo con nuestros
hermanos estigmatizados
por la exclusión que
traban contacto con
nosotros, en particular,
en la casa espírita.
Nos cabe extenderles la
atención espiritual – el
acogimiento de la
recepción, el diálogo
fraterno, la conferencia
y los pases – sin
cualquier distinción por
ser aun la casa espírita
la escuela de la mente
popular, según su propia
finalidad, sin embargo,
al tomar
conciencia de los
dolores morales y
sufrimientos materiales
del prójimo, no podemos
congelarnos en la
indiferencia porque, en
una ética altruista como
la propuesta por el
Espiritismo, somos
corresponsables por la
felicidad ajena.
Estudiando a Kardec
“Amigos, de mil maneras
se hace la caridad.
Podéis hacerla por
pensamientos, por
palabras y por acciones.
Por pensamientos, orando
por los pobres
abandonados, que
murieron sin hallarse
siquiera en condiciones
de ver la luz. Una
plegaria hecha de
corazón los alivia. Por
palabras, dando a
vuestros compañeros de
todos los días algunos
buenos consejos,
diciendo a los que la
desesperación, las
privaciones alteran el
ánimo y llevaron a
blasfemar el nombre del
Altísimo: ‘Yo era
como sois; sufría, me
sentía desgraciado, pero
creí en el Espiritismo
y, ved, ahora, soy feliz’.”
(8)
Referências:
(1)
Kardec, Allan. Obras
póstumas. Rio de
Janeiro: Federação
Espírita Brasileira,
2005, p. 407.
(3)
Kardec, Allan. O Livro
dos médiuns.
71. ed. Rio de Janeiro:
Federação Espírita
Brasileira, 2003, p.51.
(4)
KARDEC, Allan. O
Evangelho segundo o
Espiritismo. 120. ed.
Rio de Janeiro:
Federação Espírita
Brasileira, 2002, p.
334.
(6) Lucas
14: 12 a 14.
(7)
KARDEC, Allan.
O
Evangelho segundo o
Espiritismo. 120. ed.
Rio de Janeiro:
Federação Espírita
Brasileira, 2002, p.
271.
(8)
KARDEC,
Allan. O Evangelho
segundo o Espiritismo.
120. ed. Rio de Janeiro:
Federação Espírita
Brasileira, cap. 13,
item 10.
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