Durante una clase de
Evangelización, entre
todas las cosas que la
profesora habló,
Bentinho grabó
mentalmente de modo
especial que todos
tenemos tareas que
cumplir y que debemos
siempre hacer el bien a
los otros.
Bentinho, chico experto
e inteligente, oyó y
guardó dentro del
corazón las palabras de
la profesora.
Al día siguiente, en
el horario del
recreo, vio a una
compañera intentando
resolver un problema
de matemática.
Bentinho se acordó
de lo que la
profesora había
dicho y no tuvo
dudas, paró y, como
tenía facilidad para
las matemáticas, en
pocos minutos
resolvió la
cuestión.
La chica agradeció,
encantada, y
Bentinho se alejó
satisfecho,
pensando: Hice mi
primera buena acción
del día.
En la salida de la
escuela, pasó por
una casa donde un
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pequeño
intentaba subir
una cometa sin
mucho éxito. En
un impulso, se
aproximó y,
tomando el
juguete de las
manos del niño,
rápidamente
colocó la cometa
en el cielo.
El chico lo
agradeció,
sorprendido,
cogiendo el
carrete de línea
que mantenía la
cometa en el
aire, y Bentinho
prosiguió su
camino
sintiéndose cada
vez mejor. Había
Hecho su segunda
buena acción del
día y un gran
placer lo
inundaba por
dentro. |
Más
adelante,
poco antes
de llegar a
su casa, vio
a un niño
abajo junto
a una
bicicleta.
Se aproximó
y notó que
él andaba
con
problemas.
La correa se
había salido
del lugar.
Inmediatamente,
Bentinho se
arrodilló y,
con
presteza,
arregló la
correa. El
niño lo
agradeció y
se fue.
Bentinho
entró en
casa todo
orgulloso.
Contó a la
madre lo que
había hecho
en aquella
mañana y
ella le dio
las
felicitaciones
por la ayuda
a los tres
niños.
Después,
preguntó:
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— ¿Y ahora?
¿Qué
pretendes
hacer, hijo
mío? |
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— Voy a almorzar y
después me quedaré allí
fuera viendo si puedo
ayudar a alguien más.
La madre escuchó y no
dijo nada.
Después del almuerzo
Bentinho quedó en el
portal, esperando lo que
iba a ocurrir.
Más tarde él volvió para
la casa, satisfecho y
contó a la madre:
— Mamá, ayudé a una
señora a atravesar la
calle. Después, ayudé al
cartero a entregar toda
la correspondencia.
Bentinho paró de hablar,
sonrió y concluyó lleno
de orgullo:
— Estoy exhausto, pero
muy feliz mamá. Ahora
voy a tomar un baño,
cenar y dormir.
La madre lo miró con
seriedad y replicó:
— Bentinho, muy loable
tu deseo de ayudar a las
personas, hijo mío. Sin
embargo, y tus tareas,
¿quienes las hará?
Bentinho abrió los ojos,
como si sólo en aquel
momento se hubiera
acordado de sus deberes.
— Pero, mamá... —
tartamudeó, decepcionado
— ¡creí que estaba
haciendo las cosas
correctas!
— Sí, hijo mío. Sólo que
ayudar a los otros es
algo más que podemos
hacer, sin olvidar
nuestras propias
obligaciones. ¿La
profesora no dijo que
todos tienen sus tareas
que cumplir?
— Es verdad. ¿Y ahora?
— Ahora, tú tienes los
deberes de la escuela
por hacer, el cuarto por
arreglar, los juguetes
para guardar. ¡Ah! Y aun
quedó por reparar la
bicicleta de tu hermano,
¿te acuerdas?
— ¡Pero ya es tarde! —
protestó el chico.
— No es tan tarde. Tú
tienes aun algún tiempo
antes de cenar.
Viendo que la madre
estaba inflexible,
Bentinho bajó la cabeza
y fue a cumplir sus
obligaciones. Enseguida,
tomó el baño y cenó.
Tras la comida,
extremadamente cansado,
fue inmediatamente a
dormir.
La madre entró en el
cuarto para hacer la
oración con él.
Se sentó en la vera de
la cama y, acariciando
los cabellos del hijo,
dijo:
— Hijo mío, yo estoy muy
orgullosa de ti hoy.
Hiciste las cosas
correctas ayudando a las
personas. Sólo que, en
el impulso de ser útil
no podemos superar el
límite de la ayuda
realizando la tarea por
el otro.
— ¿Cómo es eso, mamá?
— Por ejemplo. Haciendo
la tarea de matemática
para tu compañera, tú la
impediste de aprender.
Lo más correcto sería
haberla enseñado a
resolver el problema.
¿Entendiste?
— Entendí, mamá.
¿Quieres decir que yo
podría haber ayudado al
pequeño a subir la
cometa, pero no a
hacerlo por él, no es?
Así también con el chico
de la bicicleta. Si yo
lo hubiera enseñado a
colocar la correa, en
otra ocasión él sabría
hacer eso solo. ¿Y el
cartero?
— La cuestión del
cartero es más compleja,
hijo mío. La
responsabilidad por
entregar la
correspondencia le
pertenece a él. El
cartero gana para eso.
¿Y si tú hubieras hecho
algo equivocado? ¿Cómo
entregar una
correspondencia
importante en una
dirección diferente? ¿O
si perdieras una carta?
La responsabilidad sería
de él y él sufriría las
consecuencias
— Tienes razón, mamá.
Pero creo que actué bien
cuando ayudé a la señora
a atravesar la calle.
— Exactamente, hijo mío,
aunque todo lo que tú
hiciste hoy haya sido
bueno. Sólo no debemos
quitar la oportunidad de
las personas de aprender
haciendo sus
obligaciones.
— ¡Ni de nosotros
olvidarnos de hacer las
nuestras!
Bentinho estaba
contento. Había sido un
día diferente y muy
productivo.
Abrazó a la madrecita
con amor, y, juntos,
hicieron una plegaria a
Jesús, agradecidos por
las lecciones de aquel
día.