Doña María era una madre
amorosa y llena de
cuidados con sus hijos
Fernanda y Rogério. Sin
embargo, por más que
hiciera, ellos nunca
estaban satisfechos.
Crecieron exigentes y
deseando cada vez más.
Todo lo que sus
compañeros compraban,
ellos también lo
querían.
La familia no era rica,
y los padres de Rogério
y de Fernanda luchaban
para darles todo lo que
deseaban. A pesar de
todo ese esfuerzo, ellos
se negaban a colaborar
en casa, aunque vieran a
la madre llena de
trabajo.
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Un día, doña Maria
no consiguió
levantarse de la
cama. Como siempre
era ella quien
despertaba a los
hijos para ir a la
escuela, ellos
perdieron la hora y
llegaron atrasados.
Cuando volvieron para casa a la hora
del
|
almuerzo, no había
comida. Sin entender
lo que estaba
ocurriendo, buscaron
por la casa y
encontraron a la
madre aun acostada. |
— ¿Qué ocurrió, mamá? –
preguntó Fernanda.
— No recuerdo bien, hija
mía. Creo que es gripe.
Después estaré buena
nuevamente.
Rogério, con cara de
enfado, protestó:
— ¿Y el almuerzo? ¿Quién
va a hacer la comida?
¡Tengo hambre!
El padre que apareció en
la puerta en aquel
instante, informó:
— Hoy vamos a comer pan
con manteca y té. Mañana
tomaremos decisiones, si
tú madre continua
enferma.
Fernanda cruzó los
brazos y replicó:
— ¿Sólo eso? ¡No voy a
comer!
Con calma el padre
respondió:
— Entonces, no comas.
Pero queda sabiendo que
no tenemos nada
preparado en casa, hija
mía, y yo no puedo
cocinar porque tengo que
volver inmediatamente
para el trabajo. Si
quisieras cocinar, hazlo
si lo deseas.
Fernanda encogió la cara
y salió pisando duro. La
verdad es que ella no
había aprendido a
cocinar y el padre sabía
eso.
Después del almuerzo, el
padre dijo, al
despedirse:
— Hijos míos, llevad la
comida para vuestra
madre y, antes de
estudiar, lavad la
vajilla. Hasta más
tarde.
Rogério llevó una
taza de té con
bizcochos para la
madre. Al volver, se
encontró Fernanda
delante de la pila
repleta, sin saber
qué hacer.
— ¡Es mucha vajilla
sucia! - protestó
— ¡Nunca pensé que
hiciéramos tanta
desorden! — exclamó Rogério. — Pero,
vamos allá.
Si nosotros
tenemos que
|
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enfrentar esa
suciedad, que sea
inmediatamente. |
Como no supieron como
hacer el trabajo, a
ellos les llevó varias
horas. Al terminar,
estaban exhaustos. Sin
embargo, la casa estaba
tan desordenada que
decidieron hacer un
arreglo: tenían que
barrer la casa, recoger
la ropa sucia, echar
agua en las plantas y
planchar la ropa.
— ¿Cómo mamá consigue
hacer todo eso? – se
preguntaban.
Cuando terminaron el
trabajo, no tenían ánimo
para nada más.
Felizmente el padre
llegó con compras.
Tras el trabajo, había
pasado por el
supermercado y había
traído legumbres y
verduras para hacer una
sopa, además de frutas y
pan fresco.
— Venid a ayudarme en la
cocina, hijos míos.
Limpiad las verduras y
cortad las patatas y las
zanahorias.
Aunque de mala gana,
pues estaban cansados,
ellos no podían negarse.
La sopa del padre estaba
deliciosa. La madre
también comió con ganas.
Poco a poco ella se
fortalecía.
Tres días después, María
se levantó de la cama.
Estaban en la víspera
del Día de las Madres.
Cuando Rogério y
Fernanda vieron a la
madre de pie, con
apariencia mucho mejor y
caminando para la
cocina, se sintieron
felices. En verdad,
durante esos tres días
trabajando duro en la
casa, ellos pudieron
entender mejor el
esfuerzo que la madre
estaba haciendo hace
tantos años, y sin
protestar.
Corrieron hacia ella y
la abrazaron, mientras
Fernanda decía:
— ¡Mamá! Estamos
contentos que ya estés
bien de salud. Sólo
ahora pudimos comprender
mejor como tú trabajas.
— ¡Es verdad, mamá! —
afirmó Rogério. — De hoy
en delante, vamos a
ayudarte en todo. Sólo
ahora entendemos como
fuimos pesados en esta
casa, nunca colaborando
ni esforzándonos para
realizar un trabajo, por
menor que fuera. Somos
miembros de esta familia
y tenemos que cumplir
nuestra parte.
La madre sonrió
mirándolos con cariño:
— Vosotros son mis hijos
queridos y todo lo que
hice para vosotros lo
haría de nuevo, con el
mayor placer. Pero, no
rechazo la ayuda que
queráis darme. Al
contrario, y quedo feliz
de haber llegado a esa
conclusión, es decir,
que debimos apoyarnos
mutuamente.
Más tarde, cuando el
padre llegó para el
almuerzo, encontró a
Maria en la cocina
haciendo el
almuerzo. Los hijos
aun no habían vuelto
de la escuela.
No tardaron mucho,
Rogério y Fernanda
entraron en casa con
un lindo ramillete
de flores. Mientras
María se limpiaba
las manos en el
delantal,
emocionada, ellos
extendieron las
manos e hicieron la
entrega del regalo.
— Mamá, para ti. ¡La
mejor madre del
mundo! |
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Ellos se abrazaron con
amor. Sabían que ahora,
gracias a Dios, todo
sería diferente.