Toninho era un niño que
nunca enfrentaba los
problemas de frente.
Cuando tenía una
dificultad en casa, y no
conseguía resolver, la
madre preguntaba:
— Y ahora, hijo mío,
¿qué vas a hacer?
— No te preocupes, mamá.
Eso no es nada, puedes
dejarlo que yo lo
resuelvo.
Cuando él andaba con
notas bajas en la
escuela, la madre
afirmaba, preocupada:
— Toninho, tú tienes que
estudiar más, hijo mío.
Estás en época de
exámenes y no has
estudiado.
Y él respondía:
— Puedes dejarlo, mamá.
Voy a estudiar. Los
exámenes son fáciles, no
te preocupes.
No obstante, el próximo
boletín venía con notas
peores aun.
— Mi hijo, si tú no te
esfuerzas más, ¡vas a
acabar perdiendo el año!
— ¡Que no, mamá! ¡Voy a
recuperarme, tú vas a
ver!
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En todo Toninho actuaba
de la misma manera,
huyendo del problema,
como si no quisiera ver
la realidad.
Un día, cansada de oír
siempre las mismas
respuestas, sin actitud
ninguna del hijo, la
madre le dije:
— Toninho, el papá
estará de guardia en la
empresa el próximo
domingo y no vendrá a
almorzar. ¿A ti te
gustaría ir al
zoológico?
— ¡Claro, mamá! ¡Adoro
los animales!
Entonces, el domingo
inmediatamente pronto la
madre preparó unos
bocadillos bien gustosos
y fueron para el
zoológico. Después de
ver los bichos, ellos
harían un pic-nic en un
parque allí cerca.
Toninho estaba eufórico
y adorando todo lo que
veía. Él quedó más
impresionado con el
león, las jirafas y los
monos. Caminando, ellos
llegaron cerca de un
cercado más alto, donde
el niño vio a un animal
extraño. Parecía un ave,
pero era enorme,
descoyuntada, y tenía el
cuello y las piernas
peladas.
— ¿Que animal es ese,
mamá? — preguntó,
impresionado.
La madre explicó,
sonriente:
— Es un ave, mi hijo, y
se llama avestruz. Es
considerada la mayor ave
del mundo y de la más
rápida también. ¡Llega a
medir hasta 2.5 metros y
a pesar 150 kilos!
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— ¡Ah!... ¿Y por qué
aquel otro avestruz está
metiendo la cabeza en el
suelo?
— Bien, esa es una
historia interesante.
Algunas personas dicen
que el avestruz actúa
así para guardar
alimentos,
escondiéndolos de otros
animales; otras dicen
que es para colocar los
huevos para cubrirlos, como si fuera un nido;
otras
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aún dicen que el
avestruz mete la
cabeza en un
agujero cuando
tiene miedo o
para esconderse
de un enemigo,
es decir, para
no ver el
peligro que se
aproxima. |
— ¿Es así?... ¿Y cuál es
la verdad?
— Tampoco sé con
seguridad, Toninho. Lo
que yo sé es que el
pueblo, cuando alguien
no quiere ver un
problema, dice que está
actuando como el
avestruz: escondiendo la
cabeza en el agujero
para fingir que está
todo bien.
Toninho se quedó
pensativo delante de las
palabras de la madre,
permaneciendo callado.
Como el cielo estaba
lleno de nubes y
amenazara lluvia,
decidieron volver para
casa más pronto.
Ya en casa, la madre de
Toninho arregló la mesa
y colocó la comida que
había preparado con
tanto cariño y ellos
comieron con
satisfacción.
No obstante, el niño
continuaba pensativo, y
la madre preguntó:
— ¿Estás preocupado,
hijo mío?
El chico miró para la
madre e indagó:
— Mamá, ¿será que
nosotros tenemos alguna
semejanza con el
avestruz?
— ¿Tú qué crees, hijo?
Toninho respiró hondo y
respondió:
— Creo que yo he actuado
como un avestruz.
— ¿Por qué?
— Sé que no estoy bien
en la escuela y, por
pereza, busco engañarme
y engañarte a ti
también, mamá.
— ¡Ah!... ¿Y qué
pretendes hacer?
— Sé que necesito
enfrentar la situación y
estudiar más. Ese hecho
me hizo recordar que, el
otro día, cuando leímos
el Evangelio, tenía una
lección en que Jesús
decía que si la gente se
ayudara el cielo, es
decir, los Amigos
Espirituales nos
ayudarían.
— ¡Muy bien, mi hijo! Tú
ahora estás tomando la
decisión correcta.
La madre, emocionada,
extendió los brazos y
dio un abrazo bien
apretado al hijo, y
después dijo:
— Tú sabes que puedes
contar conmigo y con tú
padre, ¿no es así?
— Yo lo sé, mamá, y
agradezco a Jesús por
tener a vosotros como
mis padres.
De ese día en delante,
Toninho se esforzó
estudiando y realizando
los deberes escolares.
Y, después de los
exámenes, el niño llegó
todo feliz, entregando
el boletín para la
madre, con resultados
mucho mejores.
La madre, conmovida,
íntimamente agradeció a
Dios por haber
conseguido hacer que el
hijo despertara para la
realidad.
Tía Célia
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