A la vera de um lago de
águas claras vivian
doñaa Pata e ses patitos.
De la última nidada
habían nacido seis
hijitos que doña Pata
cuidaba con mucho amor.
Luego que ellos
nacieron, la madrecita
amorosa les traía el
alimento, colocándolo en
sus bocas hambrientas.
Con el pasar de los
días, sin embargo, los
llevó para enseñar cómo
conseguir el alimento.
Había uno de ellos que
se quedaba siempre
atrás: era Pepe. La
madre graznaba,
llamándolo:
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— ¡Pepe, despierta!
Vamos a salir. Vosotros
necesitáis aprender cómo
encontrar el alimento.
— ¿Ahora, mamá?...
Déjame dormir un poco
más.
Otro día, ella volvía a
invitarlo:
— Pepe, tus hermanos y
yo vamos para el lago.
Hoy voy a enseñaros a
nadar.
— ¿Hoy después? ¡Estoy
tan cansado!...
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Doña Pata, después de
varios intentos, decidió
darle una lección. De
aquel día en adelante
cada uno cuidaría de sí. |
Ese mismo día, Pepe
extrañó que no le
trajeran comida.
— ¡Estoy con hambre!
¿Qué voy a comer? –
protestó.
La madre lo miró
tranquila, agitó las
alas y respondió:
— Nada. Si quieres
comer, tendrás que
conseguir el alimento,
como tus hermanos.
Pepe miró muy irritado y
descontento. Pero,
delante del hambre,
salió en busca de alguna
cosa.
Como estaba acostumbrado
a recibirlo todo, sin
esfuerzo, no tenía
noción de dónde buscar y
cómo hacer para
conseguir alimento.
Sintió sed y decidió ir
hasta el lago. Él se
cayó en el agua y, como
no había recibido las
lecciones de la madre,
casi se ahoga.
En eso, doña Pata y los
patitos, sus hermanos,
que nadaban
tranquilamente en el
lago, aprovechando la
bella mañana de sol,
oyeron un grito de
socorro:
— ¡Quac, quac!
¡Socorro!...
Oyendo aquel graznido,
doña Pata reconoció la
voz del hijo y se
apresuró a ir a
ayudarlo.
Los otros patitos se
divertían, riéndose de
sus apuros.
Humillado y lleno de
vergüenza, Pepe entendió
que sólo él era culpable
por todo lo que estaba
sufriendo.
Al final, nunca le
faltaron oportunidades
de aprender, él era
quien las rechazaba por
desinterés y pereza.
Arrepentido, él fue a
acompañar a la madre y a
los hermanos en todo,
participando de la vida
de la familia y
aprendiendo las
preciosas lecciones
maternales.
Ahora sabía conseguir el alimento y nunca más
pasó |
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hambre. Y daba
gusto verlo
pasear en el
lago con la
familia, nadando
feliz y animado,
consciente, en
fin, de que todo
aprendizaje
depende de
nuestro esfuerzo
propio. |
Tía Célia
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