La fuerza del
Espiritismo
La fuerza
del Espiritismo no se
hace por sus
representantes
gubernamentales, por las
celebridades que
comulgan esa creencia
o por la altura de la
cúpula de las casas
espíritas;
su fuerza viene de
nuestro ejemplo
Cierta vez, en un
periódico espírita de la
década de los 90, leemos
la siguiente frase de un
articulista: “(...)
perdimos la gran
oportunidad de elegir a
fulano como diputado
federal y mostrar la
fuerza del Espiritismo”.
¿Será que esa es
realmente la fuerza del
Espiritismo? ¿Será que
el Espiritismo, como
religión, necesita de
representantes en la
estructura de la
República?
Esa cuestión siempre
vuelve de nuevo en
periodos electorales,
cuando recibimos e-mails
o vemos piezas de
publicidad de candidatos
que exaltan esa
condición, en la
búsqueda de ampliar su
base de electores por
una afinidad religiosa.
Además de buscar en el
público espírita sus
electores, algunos, a
veces, se arriesgan a
proclamarse
representantes del
Espiritismo en el plano
político. Esa situación
no es de las simples e
implica diversas
cuestiones.
Cuando hablamos de
candidatos espíritas,
pensamos inmediatamente
en situaciones en que la
imagen y el buen nombre
del Espiritismo no sean
afectados, si un
candidato dicho "de los
espíritas" aparezca en
situaciones lamentables
en los medios.
Por otro lado, la vida
política es saludable y
deseable. La política
está presente en nuestro
día a día, cuando
necesitamos hacer
elecciones, establecer
consensos, negociar,
ceder, en pro de un bien
mayor. El espírita no
puede ser un alienado,
él es un "hombre del
mundo" – de nada
adelanta vivir nuestros
días pensando sólo en
los sufrimientos o
consolaciones futuras.
En tiempos recientes
vivimos rellenando
nuestras Casas Espíritas
con eventos grandiosos
de auto ajuda, shows
artísticos, largas
conferencias y novedades
literarias. Queremos
descubrir lo que fuimos
en el pasado, pero
abdicamos de hacer el
bien en el presente.
Los espíritas no pueden
olvidar que son también
ciudadanos, hombres con
deberes delante
de la cuestión social
¡Hacer el bien es
conectarse a las
cuestiones sociales, al
colectivo! En ese
sentido, no debemos ser
omisos. Necesitamos
estar empeñados en las
luchas sociales, en las
cuestiones de la
colectividad, en la
búsqueda del bien común.
Como diría Bezerra de
Menezes, que, de hecho,
fue diputado antes de
presidir la Federación
Espírita Brasileña:
“(...) para nosotros, la
política es la ciencia
de crear el bien de
todos. Y en ese
principio, nos
afirmaremos”.
¡Y en ese campo también
es posible hacer el bien!
La política también es
sementera divina del
plantío del progreso.
Esa intervención
permanente del
Espiritismo en los
problemas del mundo se
presenta bien en La
Génesis, cuando Kardec
asevera: “(...) el
Espiritismo trabaja con
educación. Esta es la
base de la propia
Doctrina, pues, para
practicarla, tenemos que
educarnos. Y la
educación tiene un
contenido extremadamente
político, pues cambia
nuestra forma de ver el
mundo y de actuar en él”.
Se reafirma ahí la
necesidad de los
espíritas que no olviden
que son también
ciudadanos, hombres de
su tiempo, con deberes
delante de la cuestión
social.
La necesidad de nuestra
participación en la vida
social es, sin embargo,
diferente de la
situación de presentarse
con la credencial
"espírita" para pedir
votos. “El Espiritismo
se conecta a todos los
campos de las
actividades humanas, no
para entrañarse en ellos,
sino para iluminarlos
con las luces del
Espíritu. Servir al
mundo a través de Dios
es su función y no
servir a Dios a través
del mundo”, reitera
Kardec en la misma obra
ya citada.
No pensamos que sea un
buen camino para adoptar
el lema “espírita vota
en espírita”
En base a eso, si
quisiéramos pleitear la
ocupación de un cargo
público electivo,
debemos redimirnos de
asociar esa cruzada
político-social a los
papeles desempeñados en
el movimiento espírita,
y, como dijo Kardec,
iluminar nuestra jornada
política con el
Espiritismo y no el
Espiritismo con nuestra
jornada política. Esa es
la diferencia entre ser
un espírita-candidato y
ser un
candidato-espírita.
En cuanto a los
electores, nos parece
bastante razonable que
cada uno escoja aquellos
proyectos que, de
acuerdo con su foro
íntimo, atiendan de
manera más adecuada a
las necesidades de su
colectividad. Y, con
bases en esos, escoja a
sus candidatos,
independientemente de
las creencias que esos
profesen. ¡Para eso
existen partidos
políticos, para
congregar nuestras ideas
en el campo político!
Existen varias formas de
obtener especio,
prestigio o fuerza para
defender nuestros
principios, que no sea
la opción de destacarnos,
de entre un numeroso
grupo de espíritas, un
representante para
disputar un cargo
electivo.
¡A César lo que es del
César! ¡El Estado es
laico!
Esa fue una gran lucha
de ese país y constituye
la base de la
democracia. No pensamos
que sea un buen camino
para adoptar el lema
“espírita vota en
espírita”. Eso puede
redundar en
situaciones-límite de
pedidos de votos en
reuniones públicas, o
aún, intervenciones en
la opinión política de
los frecuentadores de la
casa espírita, ambas
situaciones que en
nuestra visión serían
éticamente inconcebibles.
La fuerza del
Espiritismo no se hace
por sus representantes
gubernamentales, por las
celebridades que
comulgan esa creencia o
aún por la altura de la
cúpula de las casas
espíritas. La fuerza
viene del ejemplo y de
la difícil tarea de
hacerse la reforma
íntima para la
construcción del hombre
de bien. ¡Ese es nuestro
desafío!
No debemos votar a
alguien por el simple
hecho de
traer él en su currículo
la condición de espírita
Para eso no conseguimos
vislumbrar,
sinceramente, la
necesidad de tenerse un
representante del
segmento espírita en
cualquier órgano
legislativo o del
Ejecutivo, como
situación que ayude a
promover la renovación
en la búsqueda del
hombre de bien. Somos
espíritas y ciudadanos,
lo que no son cosas
excluyentes. Queremos,
sí, por nuestra acción,
poblar de hombres de
bien las instancias
decisorias, sean ellos
espíritas o no.
El gran riesgo de esas
situaciones, en un país
con muchos espíritas
como el nuestro, con un
número mayor aún de
simpatizantes, es el
oportunismo de
aprovechar el buen
nombre que goza el
Espiritismo para
acarrear votos y la
promoción personal en el
periodo electoral.
La cuestión de la
representatividad es de
mano doble. El candidato
representa el
Espiritismo, pero el
Espiritismo es
representado por su
conducta como político.
Si él se empeña en
proclamarse
representante de la
Doctrina, acaba con su
imagen representándola
para quien lo oye,
aunque el movimiento
espírita de eso no se dé
cuenta.
La decisión de alguien
en hacerse candidato es
un derecho individual
que debe ser respetado.
La participación
política debe ser una
conciencia, bajo pena de
hacernos analfabetos
políticos, como bien
preconizaba Bertolt
Brecht. Pero no debemos
depositar nuestro voto
por la simple razón del
panfleto del candidato
traer, como currículo,
el hecho de ser
espírita, adoctrinador,
orador o congénere.
El voto debe ser dado
por la historia de cada
uno, por sus propuestas
y por su alineamiento en
la esfera política. Si
el votado es espírita, o
no, eso poco debe
importar en ese
contexto.
Paulo de Tarso Lyra es
periodista y articulista
espírita. Marcus
Vinicius de Azevedo
Braga es pedagogo y uno
de los colaboradores de
esta revista.
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