El arte de
renovar
esperanzas
La política,
cuando
impregnada del
deseo justo de
renovar el bien
común, puede ser
definida como el
arte de renovar
las esperanzas.
Fue lo que se
observó durante
la última
campaña
presidencial,
terminada en el
final de octubre,
fuera quien
fuera el
preferido, la
verdad es que el
pueblo ha
votado con la
convicción de
que el País no
puede
retroceder,
pero, sí,
consolidar las
conquistas de
los últimos años.
Las elecciones
poseen esta
particularidad:
renuevan las
nuestras
debilitadas
esperanzas,
hasta que surja,
de nuevo, la
oportunidad de
hacer una nueva
escoja.
No pertenecer a
los cuadros de
un partido
político no
significa ser
contrario a los
temas que dicen
respeto al
gobierno de la
nación y a la
posibilidad de
que vengamos a
construir un
País mejor, en
lo cual el
pueblo tenga
mejores
condiciones
relativas al
acceso a la
salud, a la
educación, a la
seguridad y al
empleo.
Nadie, con
seguridad,
ignora cuanto un
gobierno incapaz
puede producir
en termos de
frustración y
sufrimiento. El
pueblo brasileño
ya pasó por esa
experiencia
varias veces.
Es obvio que en
el voto ni
siempre se
acierta, pero no
existe otra
manera de
aprender a
votar, a no ser
votando.
El elector sabe
que el
Espiritismo ve
con ojos bien
distintos la
relatividad de
la existencia
corpórea.
Ciertamente, no
podemos jamás
sacar la razón
ni imaginar que
Dios la tenga
creado sin
razones más
serias. Pero no
podemos dejar de
resaltar la
finalidad
esencialmente
educativa de las
existencias
corporales.
Nosotros somos
viajeros en este
mundo. Las
conquistas que
aquí hacemos son
puntos
afirmativos en
el currículo que
vamos a escribir
con nuestros
actos y nuestras
realizaciones.
Debemos, por lo
tanto, perseguir
con todas las
fuerzas el
objetivo de
edificar aquí
una civilización
justa y
fraterna, sin
olvidar, sin
embargo, que esa
civilización no
será duradera si
los hombres que
la hicieren no
se tornen por su
vez, justos y
fraternos.
Hace algún
tiempo, cuando
pasamos por un
momento de
esperanza y de
expectativas
semejantes, más
tarde frustradas
por una sucesión
de equívocos,
nos vino a la
mente lo que los
Espíritus
superiores
dijeron acerca
de lo que ellos
entienden lo
que sea una
civilización
completa.
“Vosotros la
reconoceréis por
su desarrollo
moral”, afirman
los inmortales,
advirtiendo que
sólo tendremos
el derecho de
decirnos
civilizados
cuando
hubiéremos
sacado de
nuestra sociedad
los vicios que
la deshonran y
pasemos a vivir
como hermanos,
practicando la
caridad
cristiana.
Concluyendo ese
pensamiento,
advierten ellos:
“Hasta ese
momento, no
seréis más de
que pueblos
esclarecidos, no
teniendo
recorrido sino
la primera fase
de la
civilización”. (Ítem
793 del Libro de
los Espíritus).
Es más que
evidente que la
construcción de
una civilización
en el nivel
reconocido por
el Espiritismo
es tarea
muchísimo
superior a las
posibilidades de
la política de
partidos, pues
requiere
esfuerzo mucho
más grande y un
trabajo que no
puede prescindir
de la
cooperación
activa de las
religiones,
teniendo Jesús
por faro.
Que se quede,
entonces, con la
política con P
mayúsculo – la
tarea de renovar
las esperanzas,
pero cuidemos,
unidos por el
ideal cristiano,
de convertirlas
en cosas
palpables y
concretas en
este país
gigante que,
según Humberto
de Campos (Espirito),
fue escogido por
Jesús como la
Patria del
Evangelio.
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